Cada vez son más las voces que creen que todo ha sido una estrategia para reforzar su mando.
“El Jefe del Estado Mayor, Prime Niyongabo, esperó a tener la luz verde del presidente para desencadenar el golpe de Estado”, afirma el portal Burundi News. Algunos de los escasos medios privados que siguen operando dan una definición clara de los acontecimientos que ha vivido el país: “golpe de Estado ficticio”.
El pasado miércoles, el general Godefroid Niyombare anunció que Nkurunziza había sido depuesto para salvar a la nación de su “cinismo” y “violencia”. Una ola de protestas agitaba el país desde hacía semanas, en contra de la decisión de Nkurunziza de aspirar a un tercer mandato en las presidenciales de junio, excediendo los términos previstos en la Constitución.
La insurrección militar se conoció cuando el presidente asistía a la cumbre de líderes de África Oriental en Tanzania -para abordar, precisamente, la situación en Burundi-, pero la noticia del pronunciamiento llevó a Nkurunziza a abandonar el encuentro.
El presidente podría haber obtenido así su primer rédito de la intentona golpista: la cumbre de la EAC fue suspendida sin que los líderes regionales aprobaran ninguna medida en contra de su homólogo burundés. No en vano, según varios medios locales, el golpe fue preparado por el Gobierno antes incluso de que empezaran las protestas, temiendo una marea crítica.
El día del “simulacro del levantamiento” -como lo define el portal Bujumbura News- fue fijado coincidiendo con la cumbre. La decisión la habría tomado el presidente después de que la ministra de Exteriores de Ruanda le advirtiera de que debía acudir a la reunión: “Le dijo que si se ausentaba, dejarían de considerarlo el presidente de Burundi”, según Burundi News.
Militares leales al presidente fueron supuestamente infiltrados entre los golpistas para impulsar el levantamiento. La “garantía de éxito” fue el jefe del Estado Mayor, que habría convencido a Niyombare para anunciar la insurrección antes de traicionarlo, aseguran.
Con el fracaso de la intentona golpista, Nkurunziza consigue varios objetivos: apartar a militares no leales (ya detenidos), silenciar a los medios privadas (que han sido cerrados y destruidos) e incrementar la represión contra los manifestantes.
La supuesta trama habría continuado con unas inverosímiles declaraciones en las que el mandatario, sin aludir al golpe de Estado, hablaba de la amenaza de los yihadistas Al Shabab sobre Burundi, algo que los propios radicales han desmentido.
Burundi podría haber iniciado un giro autoritario con una intriga que recuerda a la de Sudán del Sur, donde su presidente, Salva Kiir, acusó a finales de 2013 a su exvicepresidente, Riek Machar, de dar un golpe de Estado. Aquel levantamiento, que según rebeldes y observadores fue urdido por Kiir para reforzar su mando, se produjo poco después de que el presidente sursudanés hubiera destituido a Machar, de una etnia rival.
En Burundi, las tensiones políticas afloraron cuando Nkurunziza, de la etnia mayoritaria hutu, destituyó en febrero de 2014 a su vicepresidente, Bernard Busokoza, tutsi, del opositor UPRONA y crítico con las maniobras del presidente para prolongar su mandato.
La Constitución da una representación similar a hutu y tutsi en sus instituciones, cláusula prevista para aplacar tensiones en un país atravesado por divisiones étnicas y que ha vivido dos genocidios.
Mientras muchos confiaban que las protestas ciudadanas pudieran abrir una senda democrática en Burundi, como meses antes en ocurrió en Burkina Faso, la realidad sigue anclada en el autoritarismo.
El detonante en Burkina Faso fue similar al que desencadenó las protestas de Burundi: un mandatario, Blaise Compaoré, queriendo aferrarse al poder con una reforma constitucional.
Nkurunziza, que a diferencia de Compaoré todavía no ha escuchado a quienes protestan en sus calles, parecía preferir tomar ejemplo del sursudanés Kiir cuando hace días advertía a los golpistas: “La guerra que empieza en casa, acaba en casa”.