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Detrás, se imponen las siluetas de las lujosas torres del microcentro porteño. La imagen refleja los contrastes de la ciudad de Buenos Aires, donde la desigualdad estructural del país se expone sin pudores y cohabita a escasa distancia.
Entre viernes y sábado, la capital argentina se convertirá en la primera de Sudamérica en albergar una cumbre del G20. Los líderes de los países más poderosos del mundo se reunirán a menos de un kilómetro del asentamiento donde viven más de 40.000 personas, objeto de esfuerzos de integración por parte del Estado.
El desafío no es menor: la cercanía de esa barriada con vecindarios de alto poder adquisitivo como Puerto Madero, donde el m2 vale 7.000 dólares -el más caro de Buenos Aires- es, simbólicamente, un abismo. Detrás de un mostrador, Mercedes Tapia llena un plato con un cucharón de caldo. Algunos comensales esperan sentados a la mesa en el local donde trabaja en la Villa 31.
“Solamente veo un poco la televisión a la mañana. Miro el tiempo; es lo que más me interesa”, dice, ajena al evento que mantiene en vilo a los habitantes de la “otra” Buenos Aires. Como para 491.000 personas que viven bajo el umbral de pobreza, un 16% de la población de la capital, para esta viuda de 70 años el tema imperante es el aquí y ahora.
Poco le llega de la Buenos Aires que The Economist destacó en 2018 como la mejor ciudad para vivir en América Latina, por cuarto año consecutivo. “La integración es un desafío global que requiere la implementación de políticas públicas activas”, dice Diego Fernández, secretario de Integración Social y Urbana.
El plan de urbanización del barrio, en marcha desde 2016, incluye instalación de servicios básicos, construcción de escuelas y viviendas, y hasta la reubicación de una autopista. Aunque algunos resisten la incursión, Rubén Morales, que atiende un almacén, está conforme con el asfalto frente al local, pero lamenta la caída de ventas por la crisis y la inflación.
“Antes, del 1° al 18 (del mes) había plata; ahora, el 6 ya no hay”, dice. La cuenta para los residentes no acaba en los alimentos. Una habitación pequeña en estas tierras fiscales puede sumar unos 6.000 pesos al mes (más de 150 dólares) .
Buenos Aires nació, creció y se enriqueció por su ubicación a orillas del Río de la Plata, que la une al océano Atlántico. Entre fines del siglo XIX e inicios del XX, el país se convirtió en “el granero del mundo” , con un PBI per cápita ubicado entre los diez primeros del planeta. Aquella élite económica quiso emular en su tierra a la lejana Europa y salpicó de elegancia francesa la fisonomía porteña. Al transitar hacia el sur desde la autopista que atraviesa la Villa 31, la icónica 9 de Julio se cruza con la avenida Alvear, que se interna en el barrio de Recoleta. Allí se alzan las residencias de estilo neoclásico por las que algunos apodaron a Buenos Aires “la París de América Latina”.
Más de 30 palacios hoy son parte del patrimonio de la ciudad. Entre ellos, el palacio Duhau, inspirado en el Chateau du Marais de Francia y hoy devenido en hotel Hyatt, fue elegido por la delegación estadounidense que encabezará Donald Trump para el G20. Según José Rozados, presidente de la consultora Reporte Inmobiliario, “desde 2003, se amplió la brecha entre el valor de la tierra en los barrios más caros, donde reside la población de mayor poder adquisitivo, acentuando la segmentación”.
Al margen del mercado porteño, los asentamientos suman 63 en los registros oficiales, sobre un total mayor a 4.000 en todo el país. En el tercer trimestre, los ingresos de los hogares ricos de la clase media profesional fueron 8,4 veces más altos que los de los más pobres, de acuerdo con la encuesta de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina.
A la ciudad natal del papa Francisco y la reina Máxima de Holanda le cabe la misma afirmación que propios y ajenos repiten sobre la Argentina: parece tener todo para lograrlo, pero no consigue alcanzar su potencial.
Según el Banco Mundial, la ciudad es la de mayor actividad económica de la región y la más educada, con un 60% de la población con estudios superiores. Pero hay escollos que limitan su productividad, como el tránsito, trampa cotidiana que se refleja en la 19° posición en el ranking TomTom, que evalúa la congestión en 390 ciudades del mundo.
Mónica Freixas, vecina de Recoleta, sabe que esta semana la circulación será más complicada. “Son los costos que uno tiene que pagar por abrirse al mundo. Yo no quiero Venezuela, no quiero Cuba, quiero un país democrático”, dice.
Buenos Aires, con su entramado de encantos y problemas crónicos, atrae a 5 millones de turistas al año, que disfrutan de la oferta cultural de la ciudad con más librerías por habitante, teatros y estadios de fútbol en el mundo. Aquí se posarán los ojos del mundo en los próximos días.