Hay por el momento 84 muertos, 276 desaparecidos y ninguna esperanza de encontrar supervivientes de un desastre que ha vuelto las miradas de esta región destrozada hacia los diques que les rodean.
Antes, sin embargo, tienen que llorar a los seres queridos que la marea de barro que se extiende por 290 hectáreas les devuelve penosamente, alargando la agonía de unas familias sin pulso desde que poco después del mediodía del viernes el dique I escupió 12,7 millones de m3 de residuos de lodo y minerales de hierro arrasando con todo.
El violento tsunami de barro se llevó la central administrativa de la empresa donde sus trabajadores almorzaban en la cantina, una posada, al menos un autobús y varias casas del extenso distrito rural de Brumadinho, un municipio de 39.000 habitantes cuyo centro queda a varios kilómetros del desastre. Allí lloran ahora a sus muertos, a quienes los sepultureros se afanan por hacer hueco.
Bajo el inclemente sol de la tarde, dos obreros del cementerio municipal exhuman una vieja tumba. Precisan el lugar, porque apenas media hora después una familia destrozada porta el féretro de una joven empleada de Vale de 28 años.
El cortejo se cruza con el de otra trabajadora fallecida, en medio del silencio y los sollozos agudos de un dolor que aún no se entiende, solo interrumpidos por el anuncio de dos sepelios más. Nadie ha escapado aquí de la destrucción del lodo.
“Muchos amigos, muchos conocidos, estamos todos sacudidos. Esto no tendría que haber sucedido. Hubo mucha imprudencia. Hoy todo Brumadinho está de luto”, afirma Gustavo França, un agente inmobiliario de 25 años, en una vigilia realizada el martes por la noche a la entrada de la ciudad. De allí va al velorio de un amigo al que acaban de encontrar.
El entierro será rápido, solo un cuarto de hora de oración, porque los cuerpos ya no resisten. En la vigilia, un centenar de vecinos rodea las letras del cartel que da la bienvenida a la ciudad portando velas blancas. Hay fotos de los fallecidos, recuerdos y un desgarro que hace que una mujer tenga que ser atendida. También hay un mensaje escrito con spray negro: “Vale asesina”.
El nombre de la poderosa multinacional brasileña -tercera minera mundial y primera productora de mineral de hierro- sobrevuela pesadamente el asfixiante ambiente de luto, lodo y calor que se ha apropiado del centro de Minas Gerais. En un estado de donde antes se sacó oro, diamantes y ahora una rica reserva de mineral de hierro, los tentáculos de Vale y sus actividades tercerizadas son enormes.
Es fácil ver aparecer el logo de la empresa entre la mata atlántica, señalando la entrada a una zona de explotación de esta tierra rojiza. “No me gusta culpar a nadie, porque los accidentes son imprevisibles, pero creo que hay que buscar a los responsables de esto”, razona Ana Olivia Jardim, una estudiante de 19 años, con lágrimas que le resbalan por el rostro hinchado. La madre de un amigo y varios allegados a su familia están desaparecidos. Cuando se le pregunta si la culpa es de Vale, responde en voz baja: “Por lo que estamos viendo, sí”.
En el mismo momento, el presidente de Vale, Fabio Schvartsman, anuncia desde Brasilia que el grupo desmantelará los diez diques similares a los que reventaron en Brumadinho y en Mariana (en noviembre de 2015) que aún quedan en Minas Gerais. Pero nada arregla ya lo que pasó y los rumores corren veloces por esta región sitiada por estos grandes contenedores de desechos, que en menos de tres años ya se han roto dos veces.
“Esto tiene que acabar, realmente. Puede volver a suceder. Hace tres años ocurrió en Mariana y no se aprendió, nadie hizo nada”, reclama Paulo Vinicus, un informático de 22 años, que llora por los amigos que, según él, le robó una cadena de imprudencias. Ahora es demasiado tarde para ellos.