En Bolivia, “tenemos carnes buenas como la llama con bajo porcentaje de grasa que beneficia, pero con moderación”, dijo Vicky Aguilar, jefa de la Unidad de Alimentación y Nutrición del Ministerio de Salud.
La carne de llama, un camélido apreciado por su lana y que es usado como bestia de carga, cobró notoriedad en la alta cocina por su alto contenido proteico, pero sobre todo por su bajo contenido de grasa.
Hace una década, la llama saltó a las mesas de hoteles 5 estrellas logrando un maridaje perfecto, por ejemplo, entre un carpaccio de llama, acompañado por quinua real (un cereal andino) rociado de queso parmesano italiano y coronado con pequeñas hojas de lechuga suiza.
La gastronomía popular criolla andina había acogido sin embargo mucho antes a la carne de llama por sus características benéficas, en comparación a la carne vacuna, de pollo, cerdo u ovino.
Sin embargo, “todo en exceso causa daños”, según Aguilar, entrevistada por medios locales.
“Lamentablemente, tenemos hábitos alimenticios no adecuados. Bolivia tiene diferentes pisos ecológicos, donde la producción de verduras, frutas es realmente abundante, lo que sí nos está faltando a los consumidores es variar y saber alimentarnos”, agregó la experta.
Por el momento, la advertencia de la OMS parece no haber tenido mucho impacto en el país, según José Luis Ramos, vocero de la Federación de Trabajadores en Carne (carniceros, matarifes). “La venta hoy día es normal (pero) más deberíamos preocuparnos de los productos transgénicos”, dijo a radio Fides.
Cada boliviano consume 17,7 kilos de carne roja al año y 25,8 kilos de pollo, según datos de marzo del Instituto Nacional de Estadística (INE).