000 espectadores que abarrotaban esta centenaria plaza para presenciar la última corrida de la historia de Cataluña.Aclamados por los aficionados con gritos de "Libertad", los matadores Juan Mora, de 48 años, José Tomás, de 36, y Serafín Marín, de 28 años, cerraron un capítulo tras casi cien años de corridas en La Monumental -que abrió sus puertas en 1914- antes de la entrada en vigor de la prohibición de la fiesta en Cataluña a partir del 1 de enero de 2012.
Simbólicamente, fue el joven torero catalán Serafín Marín, originario de esta región nacionalista del noreste de España, quien dio el golpe de gracia al último toro que murió en la arena de Barcelona.
Con traje de luces rojo y oro, Marín llevaba un capote con las cuatro barras rojas sobre fondo de oro de la bandera catalana.
Seis toros de la ganadería El Pilar de Salamanca estaban previstos en el cartel, pero los matadores ofrecieron a sus admiradores como último regalo dos reses más.
La primera de ellas fue lidiada por el legendario José Tomás, vestido de negro -en signo de duelo- y oro.
Una intensa ovación celebró el juego de capote del matador, a veces rozado por el toro, que llevó el riesgo al extremo como es su costumbre. El público le rindió homenaje entregándole la bandera catalana y ramos de flores.
La segunda fue para Marín, que como Tomás cortó dos orejas. Juan Mora no cortó ninguna, pero los tres diestros salieron a hombros de la plaza.
Para los aficionados, esta última corrida fue casi un día de duelo.
"Para una capital como Barcelona, cerrar la plaza es como tirar un cuadro de Picasso a la basura", se lamentaba Cristóbal, de 68 años, mientras se instalaba en la plaza.
"Me siento mal, triste. Te han quitado todo tu pasado y parte de tu futuro", declaró Serafín Marín a la AFP antes de la corrida. "Te han prohibido ejercer tu profesión", se lamentaba.
Joven novillero, Marín tuvo su "alternativa" en esta misma plaza en agosto de 2002 y ha luchado con pasión en los últimos años por la supervivencia de la tradición taurina en su Cataluña natal.
"He pasado de ser un torero en mis tierras a un clandestino del toreo", dice, añadiendo con amargura: "Me tendré que ir, me están echando".
Los aficionados habían agotado las entradas, de entre 24 y 135 euros, en pocos minutos el martes. Y algunas de las localidades vendidas en internet llegaron a alcanzar los 1.500 euros. Frente a la plaza de toros, un revendedor aseguró el domingo que las entradas de 135 euros se revendían seis veces más caras, es decir 810 euros.
Por su parte, los defensores de los animales celebraron el domingo el fin de una práctica "bárbara".
"Es un pequeño logro, pero no me consuela, los toros que no mueran aquí van a morir en el resto de la península o de Francia", afirma Lluís Villacorta, de 47 años, encarnizado defensor de los animales que desde hace siete años se manifiesta durante cada corrida frente la plaza de toros barcelonesa, con la cara y la ropa pintados de rojo, color que "simboliza el dolor y sufrimiento del animal", explica.
El final de la corrida estuvo marcado por altercados entre una veintena de aficionados y un pequeño grupo de defensores de los animales que se manifestaban frente a la plaza. Una rápida intervención policial puso fin al incidente.
La prohibición, aprobada por los diputados catalanes en julio de 2010, afecta a una Cataluña donde el apego a la tradición de la corrida había bajado en los últimos años, como en el resto de España.
La Monumental, única plaza de la región aún en activo, solamente tuvo 18 corridas en 2010.
Sin embargo, el mundo taurino se aferra a la esperanza de poder bloquear la nueva ley.
"Tengo esperanza de que se pueda volver a torear en Cataluña", dijo Serafín Marín, evocando una campaña de recogida de firmas para abrir un debate ante el Parlamento español. Incluso tienen esperanza en la posible victoria de la derecha española, a priori más favorable a las corridas, en las elecciones legislativas del próximo 20 de noviembre.
En 2010, se organizaron 1.724 espectáculos taurinos en toda España, frente a los 2.622 celebrados en 2007, es decir, un retroceso del 37%.
Simbólicamente, fue el joven torero catalán Serafín Marín, originario de esta región nacionalista del noreste de España, quien dio el golpe de gracia al último toro que murió en la arena de Barcelona.
Con traje de luces rojo y oro, Marín llevaba un capote con las cuatro barras rojas sobre fondo de oro de la bandera catalana.
Seis toros de la ganadería El Pilar de Salamanca estaban previstos en el cartel, pero los matadores ofrecieron a sus admiradores como último regalo dos reses más.
La primera de ellas fue lidiada por el legendario José Tomás, vestido de negro -en signo de duelo- y oro.
Una intensa ovación celebró el juego de capote del matador, a veces rozado por el toro, que llevó el riesgo al extremo como es su costumbre. El público le rindió homenaje entregándole la bandera catalana y ramos de flores.
La segunda fue para Marín, que como Tomás cortó dos orejas. Juan Mora no cortó ninguna, pero los tres diestros salieron a hombros de la plaza.
Para los aficionados, esta última corrida fue casi un día de duelo.
"Para una capital como Barcelona, cerrar la plaza es como tirar un cuadro de Picasso a la basura", se lamentaba Cristóbal, de 68 años, mientras se instalaba en la plaza.
"Me siento mal, triste. Te han quitado todo tu pasado y parte de tu futuro", declaró Serafín Marín a la AFP antes de la corrida. "Te han prohibido ejercer tu profesión", se lamentaba.
Joven novillero, Marín tuvo su "alternativa" en esta misma plaza en agosto de 2002 y ha luchado con pasión en los últimos años por la supervivencia de la tradición taurina en su Cataluña natal.
"He pasado de ser un torero en mis tierras a un clandestino del toreo", dice, añadiendo con amargura: "Me tendré que ir, me están echando".
Los aficionados habían agotado las entradas, de entre 24 y 135 euros, en pocos minutos el martes. Y algunas de las localidades vendidas en internet llegaron a alcanzar los 1.500 euros. Frente a la plaza de toros, un revendedor aseguró el domingo que las entradas de 135 euros se revendían seis veces más caras, es decir 810 euros.
Por su parte, los defensores de los animales celebraron el domingo el fin de una práctica "bárbara".
"Es un pequeño logro, pero no me consuela, los toros que no mueran aquí van a morir en el resto de la península o de Francia", afirma Lluís Villacorta, de 47 años, encarnizado defensor de los animales que desde hace siete años se manifiesta durante cada corrida frente la plaza de toros barcelonesa, con la cara y la ropa pintados de rojo, color que "simboliza el dolor y sufrimiento del animal", explica.
El final de la corrida estuvo marcado por altercados entre una veintena de aficionados y un pequeño grupo de defensores de los animales que se manifestaban frente a la plaza. Una rápida intervención policial puso fin al incidente.
La prohibición, aprobada por los diputados catalanes en julio de 2010, afecta a una Cataluña donde el apego a la tradición de la corrida había bajado en los últimos años, como en el resto de España.
La Monumental, única plaza de la región aún en activo, solamente tuvo 18 corridas en 2010.
Sin embargo, el mundo taurino se aferra a la esperanza de poder bloquear la nueva ley.
"Tengo esperanza de que se pueda volver a torear en Cataluña", dijo Serafín Marín, evocando una campaña de recogida de firmas para abrir un debate ante el Parlamento español. Incluso tienen esperanza en la posible victoria de la derecha española, a priori más favorable a las corridas, en las elecciones legislativas del próximo 20 de noviembre.
En 2010, se organizaron 1.724 espectáculos taurinos en toda España, frente a los 2.622 celebrados en 2007, es decir, un retroceso del 37%.