“Ahora tenemos miedo de tocar las bolsas de basura de plástico negro. La serie de explosiones de ayer nos trajo a la memoria la época en la que teníamos miedo de tomar autobuses o trenes debido a los paquetes bomba”, declaró Malathi Wickrama, una barrendera municipal de la capital Colombo.
El conflicto, que durante más de treinta años enfrentó a la mayoría cingalesa y a la rebelión independentista tamil, costó la vida a más de 100.000 personas entre 1972 y 2009, según las estimaciones de Naciones Unidas. En aquel entonces, los atentados con bomba eran moneda corriente y tenían atemorizados a los habitantes cuando caminaban por la calle o tomaban el transporte en común.
La isla, atacada el domingo por una serie de atentados suicidas en hoteles de lujo e iglesias, no había conocido tanta violencia desde entonces.
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El balance se elevó el lunes a 290 muertos y 500 heridos. “Transporté a unos ocho niños heridos ayer”, relata a la AFP Shantha Prasad, que ayudó a llevar camillas a un hospital de Colombo. “Había dos niñas de seis y ocho años, la misma edad que mis hijas” , recuerda emocionado. “Sus ropas estaban desgarradas y manchadas de sangre. Es insoportable volver a ver este tipo de violencia”.
Si bien se proclamó el estado de emergencia el lunes a partir de medianoche (18H30 GMT) en aras de la “seguridad pública”, los habitantes de Colombo, conmocionados, comenzaban poco a poco a volver a las calles de la capital, donde la seguridad fue reforzada. Las escuelas y la bolsa permanecieron cerradas, pero algunas tiendas abrieron sus puertas.
El transporte público funcionaba de nuevo. Imtiaz Ali, un conductor de tuk-tuk -los típicos triciclos motorizados del sudeste asiático-, perdió a su sobrino en la explosión ocurrida en el Cinnamon Grand Hotel. “El chico solo tenía 23 años. Era comercial en el hotel y debía casarse la próxima semana”, dijo a la AFP. “Habíamos hecho todos los preparativos para la celebración de la boda en casa, pero hoy es un lugar de luto”, añadió.
Otros ciudadanos, decididos a mostrar una apariencia de normalidad a pesar de la tragedia, se dirigían como de costumbre a su trabajo. “Somos un pueblo resistente”, resume Nuwan Samarweera, un empleado de oficina de unos cincuenta años. “Hemos visto tanta violencia durante la guerra civil. Para el resto del mundo, esto puede parecer enorme, pero para nosotros la vida continúa”, afirma.
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“Debemos reponernos y continuar”, insiste. Ranjan Christopher Fernand, conductor de taxi de 55 años, que tiene un amigo que ha perdido a su hijo de 11 años, subraya que “es la primera vez que los cristianos son atacados de esta manera en Sri Lanka” .
“Esta noche iremos a la iglesia para rezar por las víctimas. Tengo miedo, por supuesto.... Pero debemos ir a la iglesia, debemos rezar para que los heridos se recuperen rápidamente”, cuenta.
En una morgue de Colombo, las familias de las víctimas se enfrentan a la terrible prueba de identificarlas a través de fotos mostradas en una pantalla. Algunos, incapaces de soportar la escena, cubren sus ojos o se derrumban. Dos religiosos, un católico y un budista, esperan en un rincón del patio para acercarse a dar consuelo cuando una de las personas presentes reconoce a una madre, un hermano o un hijo.
Muchos restos están amputados hasta el punto que solo un análisis de ADN puede confirmar su identidad, indicaron responsables. “Es una situación sin precedentes. Hacemos lo que podemos”, resume un empleado de la morgue, superado por los acontecimientos.
Janaka Shaktivel, de 28 años y padre de un niño de 18 meses, perdió a su esposa en la iglesia de San Antonio. Él se salvó porque salió a la escalinata para consolar a su bebé que lloraba. “Reconocí su cuerpo por la alianza que todavía llevaba”, dice, pálido y abatido. “No tengo palabras para expresar lo que siento”, detalla.