El australiano, de 47 años, de piel pálida, cabellos canos y expresión sobria que esgrime a veces una media sonrisa sarcástica, pasó casi siete años encerrado en la embajada ecuatoriana situada en el elegante barrio londinense de Knightsbridge.
Había entrado allí el 19 de junio de 2012 para escapar a una extradición a Suecia cuyas bases acabaron siendo desestimadas. Pero temía ante todo ser entregado a Estados Unidos para ser juzgado por la difusión en 2010 de cientos de miles de documentos militares y diplomáticos en Estados Unidos.
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Cuando hace unos meses afirmó que pesaban en su contra cargos supuestamente secretos en ese país, algunos lo acusaron de paranoia, pero sus temores se confirmaron el jueves después de que la policía británica anunciase que las autoridades estadounidenses emitieron “una orden de extradición” contra Assange.
En el correr del año 2017, tras la elección en abril a la presidencia de Lenín Moreno, que dio un giro a la diplomacia ecuatoriana, Assange se convirtió en huésped incómodo para Quito, que este jueves le retiró el asilo y la nacionalidad ecuatoriana.
Su larga reclusión había hecho que su estrella y protagonismo se fueran apagando. Hasta que en noviembre de 2016 se inmiscuyó en las elecciones estadounidenses y en octubre de 2017 lo hizo en el proceso independentista catalán. En ambos casos, el gobierno ecuatoriano tuvo que recordarle que no podía entrometerse en asuntos de terceros países desde su legación.
Pero antes, su organización Wikileaks ya había tal vez contribuido a la victoria de Donald Trump al publicar miles de mensajes secretos de la campaña de su rival demócrata Hillary Clinton. Y respaldó a los independentistas catalanes contra el gobierno español de la época, presidido por Mariano Rajoy, divulgando imágenes de la respuesta policial al referéndum de independencia prohibido.
La campaña de Clinton acusó a Wikileaks de estar difundiendo “propaganda rusa” , pero Assange negó estar al servicio de Moscú: “WikiLeaks ha publicado más de 800.000 documentos relacionados con Rusia o (su presidente Vladimir) Putin, y la mayoría son críticos”.
Julian Assange nació el 3 de julio de 1971 en Townsville, en el estado australiano de Queensland. Su madre, la artista teatral Christine Ann Assange, se separó del padre de Julian antes de que naciera. Durante sus primeros 15 años, el joven vivió en más de 30 ciudades australianas antes de establecerse en Melbourne.
Alumno inteligente, estudió matemáticas, física e informática en la universidad, sin llegar a licenciarse. Lo sedujo entonces la piratería informática y llegó a entrar en las webs de la NASA y el Pentágono con el seudónimo de “Mendax”.
Fue en esa época cuando tuvo a su hijo Daniel, cuya custodia disputó luego con la madre.
Con la notoriedad de WikiLeaks, se lo saludó como a un genio informático y un mesías libertario. “El hombre más peligroso del mundo”, se titulaba una biografía suya. Pero rápidamente, arreciaron las críticas. Las autoridades lo acusaron de poner en peligro las vidas de agentes de inteligencia, y algunos viejos amigos y colaboradores lo describieron como “egocéntrico”, “obsesivo” y “paranoico”.
“El hombre que presume de desvelar los secretos del mundo no soporta los suyos” , sentenció Andrew O’Hagan, al que pidieron que escribiera la biografía de Assange y acabó por tirar la toalla. La habitación en la que Assange pasó los últimos años está dividida en una oficina y una sala de estar, con una cinta para hacer ejercicio, una ducha, un horno microondas y una lámpara de luz solar artificial.
El equipo de abogados del australiano, dirigido por el ex juez español Baltasar Garzón, denunció las condiciones de vida impuestas en la embajada, donde desde octubre Assange sólo tenía acceso a internet mediante el wifi de la legación y sus visitas estaban estrictamente reguladas, afirmando que vulneran sus “derechos fundamentales”.