Autor de medio centenar de obras de historia moderna, especialmente de la Segunda Guerra Mundial, Valode sostiene que “el suicidio de Hitler, el 30 de abril de 1945, inició una reacción en cadena entre los altos cargos nazis y muchos de sus más estrechos colaboradores siguieron su ejemplo, el primero de ellos Goebbels, con toda su familia”.
Según sus cálculos, en 1945 al menos doscientos líderes nazis se suicidaron y sus motivaciones, asegura, fueron diversas: "escapar al castigo ante unos Aliados decididos a hacerles pagar sus crímenes, pero también rechazar el momento de la vergonzosa derrota o no aceptar asistir a la destrucción del Estado nacionalsocialista".
En los suicidios se utilizó habitualmente el cianuro, la pistola Luger y, con menos frecuencia, la soga.
Valode advierte de que la lista de suicidas es “mucho más larga” si se abre el foco a toda la población alemana, por lo que, “en realidad, fueron miles de nazis importantes los que se suicidaron y algunos autores incluso llegan a estimar la cifra de 50.000, incluyendo suicidios femeninos y jóvenes alistados en las Juventudes Hitlerianas”.
Precisamente, "las violaciones masivas cometidas por todas las tropas aliadas —no solo los soviéticos, causantes de entre el 85-90 % de los casos— se extendieron por toda Alemania, incluidos los territorios conquistados y ocupados por americanos, ingleses y franceses".
El cómputo general que calculan los historiadores alemanes es de 2 millones de mujeres alemanas violadas, "sin duda con gran margen de error", entre marzo-abril y septiembre de 1945 en los territorios del Reich.
En este contexto, con "la violación como arma de guerra", era comprensible que la voluntad de las familias de escapar de este drama condujera a numerosos suicidios colectivos.
La crudeza del momento se refleja en el último concierto de la Filarmónica de Berlín el 12 de abril de 1945, con las tropas soviéticas muy cerca, que termina con el reparto de ampollas de cianuro entre los espectadores.
A pesar de que 200 dirigentes nazis fueron juzgados en los trece procesos de Núremberg y que se impusieron 5.000 condenas en las tres zonas de ocupación, Valode pone en cuestión el éxito de la desnazificación en Alemania.
"Fue un fracaso, ya que gran parte de la población alemana no obtuvo sanción, pese a haber servido al nazismo; los médicos que experimentaron con humanos acabaron contratados en EE.UU.; y el 80 % de los jueces y magistrados nombrados en la RFA habían servido al Tercer Reich".
El historiador francés cita algunos casos concretos de nazis que continuaron con sus vidas tras la guerra, como Heinrich Lübke, que diseñó los planos de los barracones de los campos de la muerte y fue presidente de la RFA entre 1959 y 1969; Kurt Georg Kiesinger, ‘el Goebbels del extranjero’, que fue elegido canciller federal en 1966; o Kurt Waldheim, oficial de inteligencia en la Wehrmacht (fuerzas armadsa), que fue secretario general de la ONU de 1972 a 1981 y presidente de Austria de 1986 a 1992.