“Podemos ser señores de los bienes que poseemos, pero a menudo ocurre lo contrario: son ellos al final a poseernos. Algunos hombres ricos no son libres, ni siquiera tienen tiempo para descansar, tienen que mirar por encima del hombro porque la acumulación de bienes también exige su custodia”, dijo el papa.
Afirmó que estas personas, “están siempre angustiados porque un patrimonio se construye con mucho sudor, pero puede desaparecer en un momento”.
“Eso es lo que el avaro no comprende. Podría haber sido causa de bendición para muchos, pero en lugar de eso, se metió en el callejón sin salida de la infelicidad”, agregó.Por ello pidió, “ser generosos con todos y sobre todo con quien tiene más necesidad que nosotros”.
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Aunque señaló que la avaricia “no es un pecado que sólo concierne a las personas que poseen ingentes patrimonios, pero un vicio transversal, que a menudo no tiene nada que ver con el saldo de la cuenta corriente”. ”Es una enfermedad del corazón, no de la cartera”, subrayó.
Y recordó que ante el pecado de la avaricia, “los monjes proponían un método drástico, pero sin embargo muy eficaz: la meditación de la muerte”. “Por mucho que una persona acumule bienes en este mundo, de una cosa estamos absolutamente seguros: de que no cabrán en el ataúd”, explicó el pontífice.