La urbe se ha convertido en estas últimas semanas en el centro de atención de millones de hindúes, exultantes por la inauguración de un templo visto como la tumba de la India laica por algunas voces críticas, y estos días apenas audibles.
El portavoz del de la organización extremista hindú Vishwa Hindu Parishad (VHP) en Ayodhya, Shailendra Kumar, afirmó a EFE que espera en torno a 100.000 visitantes diarios en la ciudad, el doble que hasta ahora, animados por el tirón del templo y por nuevas infraestructuras como un aeropuerto internacional y una estación de tren.
Estamos ante un "tiempo sagrado", en opinión del secretario general del VHP, Surendra Jain.
"La gente ha estado esperando este momento durante los últimos 500 años", dijo Jain.
El templo se erige sobre las ruinas de la mezquita de Babri, construida en el siglo XVI por el emperador mogol Babar y arrasada en 1992 por una turba de fanáticos hinduistas en el marco de una campaña liderada por el VHP y el ahora gobernante Bharatiya Janata Party (BJP) del primer ministro, Narendra Modi.
Al derribo siguió una ola de violencia entre hindúes y musulmanes en la que murieron 2.000 personas, en su mayoría pertenecientes a esta última comunidad que en 2011 representaba el 14,2 % de la población o 172 millones de personas, según el último censo realizado.
El nacionalismo hindú sostiene que Babar erigió a su vez su mezquita sobre un templo anterior, que marcaba el lugar exacto de nacimiento del dios Ram, y el Tribunal Supremo de la India acabó dando la razón a esta versión en 2019.
Incertidumbre entre la población musulmana
Frente a un templo que está lejos todavía de ser finalizado a pesar de la inminente inauguración, los fieles corean espontáneamente 'jai shri Ram' y ondean banderas color azafrán, sagrado para el hinduismo, muchos de ellos estampados en la frente con 'tikas' color sándalo y bermellón.
Esta atmósfera contrasta con la calma tensa que reina, a menos de 500 metros de la entrada del nuevo templo, frente a la residencia de Iqbal Ansari, uno de los musulmanes que disputó durante décadas la titularidad del terreno sobre el que se erigía la mezquita destruida.
El recuerdo de la turba que inundó Ayodhya en 1992 y la violencia que siguió ha quedado marcado para siempre en su mente.
"Vienen tantas personas importantes e incluso el primer ministro que se supone que nada malo va a ocurrir, pero no sabemos lo que pasará luego", lamentó a EFE.
Tras dejarse ver rociando a Modi con flores a su paso en la ciudad en diciembre y recibir una invitación a la inauguración del templo, Ansari insiste en el mensaje de que los musulmanes aceptan la decisión del Supremo en 2019, y señaló que la construcción de infraestructuras "es buena para todo el mundo".
Si hay críticas o malestar entre la comunidad musulmana, no son hechas públicas, explicó a EFE el miembro del Parlamento nacional Ritesh Pandey, perteneciente a la formación opositora Bahujan Samaj Party (BSP) y cuya circunscripción engloba partes del distrito de Ayodhya.
Modi cabalga la ola del fervor hinduista
Modi, enfrascado en una serie de rituales hinduístas en los once días previos a la consagración del templo, será el invitado estrella del evento, como ya lo fue durante la colocación de la primera piedra en 2020.
Sacando a relucir así su rol de asceta religioso, Modi cabalga la ola del "triunfalismo hindú" en un gran espectáculo político a las puertas de las elecciones generales de abril y mayo, explicó a EFE el periodista y escritor Dhirendra K. Jha, autor de varios libros sobre las organizaciones conservadoras hindúes.
Jha recordó que el nacionalismo hindú ha pasado ya a centrarse en otras mezquitas como la de Gyanvapi, en la ciudad milenaria de Benarés, y otra en Mathura. En ambos casos, extremistas hindúes alegan que se erigen sobre templos destruidos.
"Han conseguido hacerse con la mezquita en Ayodhya" a pesar de que el Supremo tildó de ilegal la colocación de un ídolo de Ram en 1949 y su posterior demolición, dijo, "y han empezado a trabajar en otros lugares de culto".