En pocas horas, la vía costera de Gaza y la avenida Salahedin, las grandes arterias que recorren la Franja de norte a sur, se llenaron con cientos de miles de miles de personas que iban hacia el área meridional tras dejarlo todo y llevarse unas pocas pertenencias, con gran confusión y sin saber exactamente adónde ir o en qué lugar hallar un techo.
A muchos recordaba el éxodo de cientos de miles de palestinos en 1948, cuando la creación de Israel supuso su expulsión o huida de su tierra natal, en la llamada Nakba (catástrofe, en árabe), un suceso clavado en la memoria palestina y muy presente en una Franja donde más del 70% de sus 2,3 millones de habitantes son refugiados y se sienten ante el abismo de sufrir una nueva limpieza étnica.
Así lo ve Rana, una joven de 25 años y comercial que desde su barrio de Shujaia en la ciudad de Gaza llegó con su familia a la ciudad sureña de Jan Yunis. Ahí se amontonan muchos desplazados como ella, que duerme en el suelo y siente que se ha convertido de nuevo en refugiada como lo fueron sus abuelos, lamenta en conversación con EFE.
Como Rana, muchos otros -igual que el periodista de EFE que firma esta pieza- se fueron al sur en coche, otros cargados en camiones, y muchos a pie, tras la orden de Israel de que los civiles evacúen todas las localidades del norte, incluida la ciudad de Gaza, la urbe con más población del enclave, con más de 600.000 habitantes.
Entre los desplazados hay ancianos, gente con discapacidades, niños y otras personas vulnerables, según pudo comprobar EFE.
Israel ha querido dejar vacío de civiles el centro-norte de Gaza para seguir con ataques aéreos contra las milicias del grupo islamista Hamás, en la dura guerra que les enfrenta desde que el movimiento palestino hiciera una ofensiva sorpresa hace una semana contra el Estado judío, que causó más de 1.300 muertos, la mayoría civiles, y al menos 120 rehenes capturados.
Ayer, pese a que Israel les instó a evacuar alegando que hacia el sur estarían a salvo, sus aviones de combate mataron a 70 personas que se desplazaban en tres convoyes, otra masacre entre las muchas de los últimos días, donde se han repetido imágenes de gente muerta recogida entre escombros de sus casas destruidas.
Solo hoy, veinte personas murieron en el ataque contra un edificio residencial en la urbe de Yabalia, en el norte, y dos decenas más fallecieron en otro bombardeo parecido en la ciudad de Deir al Balah, en el centro-sur.
También hubo decenas de víctimas en Beit Lahia y varios en Nuseira, mientras los muertos se suman por cientos y solo en 24 horas hubo al menos 324, según la agencia oficial palestina de noticias Wafa.
Desde que estalló la guerra, hace una semana, se han registrado al menos 2.215 muertos en la Franja de Gaza, entre ellos 724 menores y 458 mujeres, además de 8.714 heridos, a lo que se añade una crisis humanitaria provocada por los feroces ataques indiscriminados de Israel.
El Gobierno israelí impuso un cerco total sobre Gaza, que veta el acceso de comida, combustible, electricidad o cualquier provisión. Los hospitales no tienen medicinas ni productos sanitarios básicos, y muchos centros acogen a desplazados esperando no ser atacados.
Entre otros, el hospital Shifa en la ciudad de Gaza aloja a unas 35.000 personas que temen una operación terrestre israelí inminente.
Israel no permite la entrada de suministros médicos ni material humanitario, tampoco a través de la frontera con Egipto, donde hay colas de camiones con provisiones esperando que se les dé acceso, en una práctica de asedio tachada de castigo colectivo y posible crimen de guerra por grupos de derechos humanos.
También comienza a escasear el agua potable porque las plantas desalinizadoras y la red de agua dejaron de funcionar.
Esto hace que "la gente se vea obligada a usar agua sucia de pozos" y se pide la entrada de combustible para que la provisión de agua vuelve a estar activa, pues "de lo contrario, la gente comenzará a morir de deshidratación", alertó hoy la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, UNRWA.
“La situación va más allá de lo horripilante”, lamentó Mukhaimar Abusada a EFE, profesor de ciencias políticas que se fue ayer de su casa con su familia para encaminarse hacia el sur. También Adam, un joven palestino de 18 años, alojado en aulas llenas de personas con su familia en una escuela de UNRWA en la sureña Rafah, donde se hacinan cientos de miles de personas, otra vez asustadas y desamparadas.