Jamal Khashoggi, columnista del Washington Post, acudió al consulado saudí de Estambul para obtener la documentación necesaria para casarse con su prometida, Hatice Cengiz, pero nunca logró salir del edificio.
Los micrófonos instalados por la Inteligencia turca en el edificio revelaron que el disidente, de 59 años, fue narcotizado, torturado y posteriormente descuartizado con una motosierra que rugió al ritmo de unos altavoces que reprodujeron música para ocultar el estruendo de la carnicería.
El papel del príncipe Bin Salmán en el asesinato de Jamal Khashoggi
El principal señalado fue el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, e incluso la CIA estadounidense determinó que él mismo aprobó el asesinato dada su omnipotencia sobre todos los aparatos de seguridad del reino.
Sin embargo, el joven príncipe ha negado desde el principio su implicación.
“Fue un error, fue doloroso y estamos haciendo lo mejor que podemos para reformar el sistema, para seguir las reglas y garantizar que todo el mundo esté a salvo”, dijo Bin Salmán en una entrevista con la cadena estadounidense FOX emitida a finales de septiembre.
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El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, cuyo país afronta una grave crisis económica, evitó convertir el crimen en una ruptura total con Arabia Saudí, y solo dijo que “la orden de matar a Khashoggi vino de los máximos niveles del Gobierno saudí”.
Solo un asesor del presidente dijo en público la frase que cabía esperar de un líder como Erdogan, conocido por sus discursos vehementes: que Mohamed bin Salmán “tiene las manos manchadas de sangre”.
En todo caso, Erdogan siguió proclamando que bajo ningún concepto permitiría que se encubriera el crimen y en marzo de 2020, la Fiscalía turca abrió juicio contra 20 ciudadanos saudíes. Más tarde añadiría otros seis acusados.
Sin embargo, en marzo de 2022 el Ministerio Público renunció a seguir investigando. Para Turquía, el caso quedó cerrado con las visitas de Erdogan a Arabia Saudí y de Bin Salmán a Ankara, algo que hizo desaparecer por completo el asunto Khashoggi del discurso público en Turquía.
Las dos muertes de Khashoggi
En Riad, se cerró en septiembre de 2020 con sentencias definitivas contra ocho acusados del asesinato.
Cinco personas fueron condenadas a muerte, pero la pena fue conmutada a petición de la familia de la víctima.
La Alta Comisionada de la ONU para las Ejecuciones Extrajudiciales, Agnes Callamard, calificó el juicio de “farsa” y de “parodia de justicia”, con un veredicto que no tenía legitimidad al ser emitido tras un proceso que “ni fue justo ni transparente”.
El crimen llevó a países como Estados Unidos o Alemania a suspender la venta de armas a Arabia Saudí.
Joe Biden, en su campaña electoral de 2020, dijo que el reino árabe sería tratado como Estado “paria”.
En dos años esas limitaciones pasaron a la historia. Alemania autorizó la compra de municiones por 35 millones de dólares y los EE.UU. la compra de misiles Patriot por más de 3.000 millones.
En 2022, además, Bin Salmán fue nombrado primer ministro del reino, en un movimiento para otorgarle inmunidad diplomática frente al mundo y, sobre todo, en Estados Unidos, donde no podrá ser juzgado.
"Jamal ha vuelto a morir hoy", dijo entonces la prometida de Khashoggi, que acusó a Biden de "salvar al asesino" del que iba a ser su marido: "Pensábamos que quizás hubiera una luz de justicia desde EE.UU. Pero, de nuevo, el dinero es lo primero", sentenció.
Pese a que las críticas no han cesado, la comunidad internacional ha optado por la precaución y la anuencia.
Arabia Saudí, gran potencia, mediador y “sportwashing”
Arabia Saudí se ha posicionado como una de las grandes potencias del mundo, ejerciendo de mediador en la invasión de Ucrania y en conflictos en Oriente Medio, incluido el del Yemen, una guerra que Riad recrudeció tras su intervención en 2015.
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La guerra en Ucrania también ha subrayado la influencia saudí en el sector energético y la dependencia que tiene el mundo del mayor productor de la OPEP.
Mientras, el país invierte millones de dólares en potenciar su sector del entretenimiento y ha fichado a grandes estrella del fútbol mundial en lo que ha sido denunciado como “sportwashing”, una práctica que el propio Bin Salmán reconoció que seguirán haciendo pues es una apuesta que permitirá hacer crecer “en un 1% el PIB” de su país.