Invadir Ucrania para huir del paro y las deudas: “sólo quiero olvidar esta pesadilla”

Marcel Gascón Kiev, 23 sep (EFE).- En junio de 2022, cuando ya era evidente que la invasión de Ucrania no sería cuestión de unos pocos días, un hombre separado de cuarenta años de la región de Volgogrado, en el sureste de la Federación Rusa, decidió alistarse al grupo de mercenarios Wagner.

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No le empujaban motivos ideológicos, dice más de un año después durante una entrevista con EFE bajo vigilancia de un soldado ucraniano armado, sino una precariedad económica que le hacía imposible pagar la pensión a su hija.

Dmitri, como se identifica uno de los cientos de miles rusos que, por distintas razones, decidieron participar en la guerra contra Ucrania, decidió ingresar en el ejército privado del difunto Yevgueni Prigozhin para acabar con su situación crónica de desempleo y poder al fin pagar sus deudas.

“Tenía problemas de trabajo y me recomendaron entrar en Wagner”, dice sentado en una silla en el cuarto donde transcurre la entrevista. “Hasta entonces trabajaba haciendo turnos de lo que encontraba”, afirma sobre su vida profesional discontinua y errática.

Antes de que le sugirieran ir a esa guerra que, bajo el nombre de ‘operación militar especial’, se promociona sin pausa “en las teles y las vallas publicitarias” este varón de un pueblo cercano a la ciudad de Volgogrado nunca había empuñado un arma, pero diez días después de firmar su contrato estaba combatiendo en Ucrania.

Entre 1925 y 1961, Volgogrado se llamó Stalingrado. Con el nombre que dejó atrás, la ciudad ocupa un lugar destacado en la historia bélica universal por la batalla en la que el Ejército Rojo derrotó al invasor nazi tras más de cinco meses de agónicos combates y unos dos millones de bajas.

Stalingrado es, aún hoy, uno de los referentes sentimentales del militarismo expansionista que ahora encarna el presidente ruso Vladímir Putin.

Al menos como cautivo del enemigo, Dmitri no puede estar más lejos del idealismo heroico que se asocia a su región en el imaginario patriótico ruso.

La guerra no es para él más que un lugar en el que la gente muere y mata por objetivos que no son suyos. “Los wagneritas eran tropas de asalto, y nos hacían meternos en el mismísimo infierno”, afirma sobre su primera experiencia con el grupo.

HERIDO A LOS POCOS DÍAS

Fue en la aldea de Pokrovsk, entre las localidades de Popasna y Bajmut de la región de Donetsk, en el este de Ucrania. A principios de agosto del año pasado, “diez o quince días” después de haber llegado, su grupo se vio expuesto al fuego de un helicóptero ucraniano. “No tuvimos tiempo ni de cavar una trinchera”, recuerda.

Dmitri resultó herido. Tras ser ingresado en dos hospitales volvió a casa, y el pasado noviembre regresó a las filas de Wagner. En el frente de Bajmut cayó de nuevo herido, y el motín frustrado de Prigozhin le pilló pescando en Volgogrado.

El 20 de julio pasado, más de un año después de su primera experiencia en la guerra, este trabajador precario ruso firmó un contrato con el Ejército regular para volver al frente de Bajmut.

Allí la situación era muy distinta de la que encontró unos meses atrás. Rusia aún controla esta ciudad de Ucrania oriental, pero lleva desde junio perdiendo terreno en los flancos. Especialmente al sur de la ciudad, donde fue desplegado Dmitri.

“Durante este tiempo tuvimos muchos heridos”, dice sobre lo que veía desde su puesto de observación para frenar el avance ucraniano. El 2 de septiembre recibió órdenes de ir a apoyar, junto a un compañero de armas, a un soldado que había quedado sin comunicación en una zona boscosa.

Sería su última misión: “Al cruzar la vía férrea los ucranianos abrieron fuego. Nos tiraron granadas y el soldado que estaba conmigo huyó. Yo quedé herido y me capturaron”.

Menos de tres semanas después de aquello hace balance de lo que le supuso la guerra. “Sólo quiero que me intercambien y olvidar para siempre esta pesadilla”.

“A la gente la hacen pedazos con la artillería. Nadie necesita esta guerra, nadie tendría que morir por los intereses financieros de unos políticos”, dice con aspecto cansado y gesto aturdido quien se unió voluntariamente a la invasión por unos pocos miles de dólares.

Desde su captura, el 2 de septiembre, Dmitri aún no ha llamado a su familia. “No me ha dado tiempo”, dice para esquivar la pregunta sobre las razones. Para los ucranianos sólo tiene un mensaje: “gracias por dejarme vivir”.

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