“Estamos buscando una reparación. Fue una guerra sucia para nosotras”, comparte Verónica López desde su hogar, un pequeño apartamento en el corazón de Ciudad de México que ha hecho suyo colocando muñecas, figuras e imágenes reivindicativas hasta en la última esquina.
“Nosotras, las mujeres trans, antes conocidas como las vestidas, fuimos muy discriminadas, muy perseguidas por la policía. Estuvo siempre esa guerra latente con nosotras, esa guerra se quedó con tantos crímenes que se quedaron sin que nadie pudiera levantar la voz”, continúa.
Por décadas de violencia policial, especialmente intensa durante los mandatos de José López Portillo (1976-1982) y con Arturo Durazo Moreno como jefe del Departamento de Policía y Tránsito del Distrito Federal (ahora Ciudad de México), y décadas de discriminación que todavía no terminan, ahora, se organizaron y piden justicia a través de la organización Deuda Histórica.
“Nunca vamos a olvidar ese daño psicológico que nos hicieron, con esa reparación tampoco vamos a revivir a tantas amigas, a tantas compañeras que no tuvieron oportunidad de vivir”, insiste Verónica, quien, acompañada por Valentina Telena, de Ius Cogens Foundation, organización que defiende y promueve los derechos humanos y que cuenta con un programa para “abuelas” trans, muestra los estragos de la policía en su cuerpo: perdió sus dientes, no escucha y apenas puede caminar.
Aun así, la reparación que exigen incluye resarcir el daño físico, emocional, psicológico y económico.
Las “abuelas” trans consideran que el Estado mexicano les debe una pensión vitalicia, acceso a vivienda digna y a salud especializada, y un asilo para "pasar sus últimos años dignamente", entre otros.
Rebeldes con causa
Verónica es originaria de Chiapas y a los 12 años llegó a Ciudad de México tras haber perdido muy pequeña a su madre. La capital mexicana y la violencia a la que fue sometida la convirtieron en una “rebelde con causa”, cuenta.
Después de múltiples complicaciones, a la corta edad de 14 años, trabajando en un puesto de jugos y licuados, escuchó en la radio que habría una función de la película “Nora la rebelde” (1979) y, tras ponerse delineador de ojos y de labios por primera vez, se dirigió al cine.
“(Terminó la película) y me quedé sentada, cuando veo que sale del baño una mujer exuberante, guapísima, me dio miedo, pero la vi muy bonita, era una chica”, relata con detalle. Empezó entonces su acercamiento al trabajo sexual.
Recuerda que durante una de sus primeras jornadas laborales apareció la policía y estuvo 15 días retenida, pero ella y sus compañeras rememoran con especial dolor a los agentes de la División de Investigación para la Prevención de la Delincuencia (DIPD).
“Éramos objeto de violencia por nuestra preferencia, éramos sometidas, éramos encarceladas injustamente. Nos amarraban colgadas de los árboles (...) o maniatadas amordazadas de la boca y nos tiraban en las aguas negras”, recuerda en entrevista Alma Delia, quien llegó del estado de Guerrero a Ciudad de México y vio en el trabajo sexual una oportunidad para ganar dinero y aportar a su familia.
Sin embargo, pronto afrentó los altos niveles de violencia policial de la capital y ella también vio cómo algunas compañeras nunca regresaban a casa.
La tortura de Tlaxcoaque
Y hacen mención especial a Tlaxcoaque, los sótanos del DIPD, donde se torturaba, donde “no se sabía si era de noche o de día”.
La mujeres trans que allí estuvieron relatan que convivían “todas amontonadas” en la celda número cinco del pasillo tres.
Mientras a ellas las ponían a limpiar todas las ollas y el lugar, a pocos metros metían a personas en bidones de agua donde los electrocutaban.
Ese lugar fue desmantelado en 1989, pero la violencia continuó, “y continúa”, aseguran.
En 2005 Nefi -que suma tres intentos de transfeminicidio- fue atacada en la calle por dos hombres que la golpearon hasta dejarla inconsciente en el piso. Perdió un ojo.
“No sé cuál fue el motivo, no entiendo precisamente cuál fue el motivo. (...) Me golpearon tanto que no me pude sostener en pie”, recuerda Nefi.
Ahora, aunque reconocen la importancia de los cambios que ha habido en cuanto a visibilidad, exigen que las autoridades se hagan responsables y reparen todo el daño.
Pero mientras, todos estos años ellas han sido quienes dieron sepultura a sus compañeras que perdieron la vida y quienes se encargaron de recordarse las unas y las otras que merecen una vida digna.
Incluso, este sábado varias de ellas celebrarán sus quince años -cumpleaños tradicionalmente muy relevante para las mujeres mexicanas-.
Ya que les robaron su juventud, ellas mismas se festejarán el haber llegado hasta hoy, siempre recordando a todas las que las precedieron y aquellas amigas a quienes les arrebataron la vida.
“Pido que siempre se les respete a esas grandes compañeras que se adelantaron, esas grandes amigas que ya nunca volví a ver, que se quedaron muertas en las cárceles, en las calles, en manos de esos agentes de la DIPF. Se merecen ser siempre recordadas que no queden en el olvido”, termina Verónica.