Las escuelas coránicas o madrasas se multiplicaron en todo Afganistán desde el regreso al poder en 2021 de los talibanes, que han prohibido a las adolescentes estudiar en escuelas de secundaria.
“Estábamos deprimidas porque nos negaban la educación”, cuenta Farah, de 16 años y ataviada de un velo y una máscara negras para ocultar su cabello y la parte baja de su rostro.
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“Mi familia decidió que al menos debía venir aquí. El único lugar que sigue siendo accesible para nosotras son las madrasas”, añade la joven, cuyo nombre fue modificado para proteger su identidad, como el de las demás chicas interrogadas por AFP.
Periodistas de AFP visitaron tres madrasas en Kabul y en Kandahar, en el sur del país, donde el número de chicas estudiantes se duplicó desde el año pasado, según los profesores.
Jóvenes afganas memorizan en una lengua que no entienden
En lugar de matemáticas y literatura, las adolescentes se concentran en memorizar el Corán en árabe, una lengua que la mayoría de ellas no entiende.
De hecho, las que quieren comprender el sentido de los versículos estudian por separado con una profesora, que les traduce y explica en su lengua el significado.
Farah vio malograrse su ambición de ser abogada cuando las autoridades talibanas prohibieron a las niñas acceder a la escuela secundaria, y luego prohibieron igualmente a las mujeres estudiar en la universidad.
“Cada una de nosotras perdió sus sueños”, cuenta la joven, que estudia en una clase repleta de alumnas.
Jóvenes afganas dicen que “no hay futuro”
Los talibanes, cuyo gobierno no es reconocido por ningún país, defienden una interpretación ultrarrigorista del islam.
Para justificar su decisión de cerrar las escuelas a las niñas, las autoridades invocaron la necesidad de tener clases separadas de chicos y chicas, y uniformes islámicos, dos medidas que ya estaban muy extendidas.
Las mismas autoridades aseguran que las escuelas reabrirán algún día para las niñas.
La educación es uno de los principales puntos de discordia con la comunidad internacional, que en numerosas ocasiones ha condenado a las autoridades del país por las restricciones a las libertades de las niñas y las mujeres.
Hosna, una antigua estudiante de medicina, imparte ahora clase en una madrasa de la provincia de Kandahar. Allí le lee versículos del Corán a una clase de más de 30 niñas, que repiten las palabras después de ella.
“Estudiar en la universidad permite construirse un futuro, tomar conciencia de sus derechos”, comenta. Sin embargo, “en las madrasas no hay futuro. Estudian aquí porque están desamparadas”.
Las salas de clase de las madrasa, en un viejo edificio, carecen de electricidad. Pese a las dificultades financieras que afronta la dirección del centro, decenas de alumnas reciben las clases gratuitamente.
“Una buena ética”
El valor educativo de las madrasas es objeto de un gran debate. Varios expertos afirman que las alumnas no aprenden allí nada que les permita luego ocupar un empleo que, de adultas, les haga ganar un sueldo.
“En las condiciones actuales, la necesidad de una educación moderna es una prioridad”, insiste Abdul Bari Madani, un erudito a menudo invitado en las televisiones locales para hablar de cuestiones religiosas.
“Deben hacerse esfuerzos en ese sentido para que el mundo islámico no se quede de lado (...) Abandonar la educación moderna es sinónimo de traicionar al país”, asegura.
En todo el mundo, algunas madrasas han sido acusadas de adoctrinamiento.
Un gran número de dirigentes talibanes actuales se formaron en la madrasa Darul Uloom Haqqania de Pakistán, apodada “la universidad de la yihad”.
Quiere ser médica
Niamatullah Ulfat, responsable de estudios islámicos en el departamento de Educación de la provincia de Kandahar, explica que el gobierno está pensando “día y noche en cómo aumentar el número de madrasas”.
“La idea es sacar al mundo a la nueva generación de este país con una buena formación, buenas enseñanzas y una buena ética”, explica a AFP este hombre.
Yalda, cuyo padre es ingeniero y cuya madre era profesora antes del regreso de los talibanes en agosto de 2021, era la mejor de su clase en su anterior colegio, y ahora destaca en la madrasa. En sólo 15 meses se aprendió el Corán de memoria.
“Una madrasa no puede ayudarme a ser médica”, comenta la joven, de 16 años. “Pero no deja de ser una buena cosa. Está bien para ampliar nuestros conocimientos religiosos”.
Su escuela coránica, en la periferia de Kabul, está dividida en dos bloques, uno para chicas y otro para chicos. Las clases se celebran en horas distintas, para evitar todo contacto entre ambos sexos.
Frecuentar una madrasa además permite tener amigas, explican varias chicas.
“Me digo que un día las escuelas podrían abrir, y yo retomar mis estudios”, declara Sara. En cualquier caso, está decidida a aprender de una forma u otra.
“Ahora que hay teléfonos inteligentes e internet (...) las escuelas no son la única manera de formarse”, apunta.