El 21 de diciembre de 1972, los rescatistas supieron del hallazgo de dos sobrevivientes uruguayos por parte de un arriero chileno, tras pasar nueve días caminando por la nieve de la cordillera luego de abandonar el lugar del accidente en busca de ayuda.
“La tarde de ese día estaba de servicio y el comandante Carlos García Monasterio me llamó y me dijo: ‘Canales, nombra a las tripulaciones de tres helicópteros porque aparecieron dos uruguayos y vamos a despegar mañana a las 5.30”, rememora el exsuboficial, que en ese entonces tenía 22 años y se desempeñaba como mecánico tripulante de cabo primero.
Cuenta que el día siguiente la meteorología “no acompañaba” y “no se podía volar bajo ninguna condición”, por lo que tuvieron que esperar “que despejara un poco” la visibilidad.
“El comandante García dijo ‘¡Vamos, como sea!’”, rememora Canales desde el Museo Nacional Aeronáutico y del Espacio de Santiago, donde se encuentra un avión Fairchild FH-227D hoy en desuso, el mismo modelo que el accidentado.
“ERA POCO CREÍBLE QUE FUESEN LOS SOBREVIVIENTES”
Los rescatistas llegaron primero a la localidad de San Fernando, a 130 kilómetros de la capital y epicentro de la operación, desde donde se dirigieron al rancho Los Maitenes, para encontrarse con los dos supervivientes y ”recoger antecedentes”.
“Era poco creíble, para nosotros, que realmente fuesen sobrevivientes del avión uruguayo”, dice Canales.
“Habíamos completado más de 100 misiones buscándolos. De repente había una persona que llamaba de un pueblo cerca a la cordillera y decía: ‘Oiga, yo escuché un ruido aquí cerca, detrás de ese cerro’, allá partía un helicóptero y no había nada”, agrega.
El exmilitar explica que tras encontrarse con Roberto Canessa y Fernando Parrado y asegurarse de que eran los sobrevivientes de la tragedia de Los Andes, partieron por el resto de los pasajeros.
“Hubo que tratar de darse prisa para llegar lo más pronto al avión y porque a la cordillera no se puede entrar después de las 12 (de la mañana) por los vientos y corrientes que toman el helicóptero igual que una hoja de papel”, relata.
“Ni siquiera nos preocupamos de que íbamos sin oxígeno que se debe usar, según la norma internacional, por sobre 10.000 pies por riesgo de hipouxia”, añade.
“EL MANCHÓN COLOR CAFÉ”
“Llegó un momento en que nos dimos cuenta de que las aguas caían desde lo más alto hacia el oriente. En la cordillera de Los Andes cuando las aguas caen al poniente es territorio chileno y cuando caen al oriente es Argentina”, explica Canales.
“No teníamos ninguna referencia para encontrar el avión porque todo era blanco”, añade.
Entonces, recuerda, Parrado le dio una pista: había un “manchón de color café en la punta del cerro, desde donde se había producido una avalancha en la que fallecieron varios de los pasajeros”.
“El comandante García me dijo ‘Canales, tú ubica el punto, yo sigo volando’. Pasaron unos minutos y, de repente, lo distinguí: ¡Allá está el manchón!’”, narra el copiloto.
El aterrizaje fue complejo. Necesitaron dos intentos e incluso sufrieron una pérdida de sustentación - “cuando las palas no se agarran en el aire porque su densidad es menor”-, precisa, “entonces nos caímos, la nieve entró en el suelo del helicóptero y luego no podíamos despegar”, dice Canales.
No olvida el recibimiento de los sobrevivientes: “Todos con los brazos en alto, saltando, gritando”.
Cuenta que bajó del helicóptero, se acercó al avión y grabó el interior y el exterior “para ayudar a determinar las causas del accidente en una investigación posterior”.
“UN ORGULLO MUY GRANDE”
El primer día del rescate fueron evacuados 6 supervivientes y 8 la jornada siguiente, el 23 de diciembre, con 2 helicópteros disponibles y el clima totalmente a favor.
“Fue como un día de verano, usted podía volar por donde quisiera, sin viento, con una visibilidad quizá de más allá de 10 kilómetros”, recuerda Canales.
Con los últimos pasajeros dispuestos en Los Maitenes, finalizó la operación de rescate.
“Cumplimos con sacar a los sobrevivientes y con la misión de regresar después para sacar al resto y a los Cuerpos de Socorro Andino y personal de Ejército que había quedado arriba”, comenta.
Para él, “ese rescate no debió haberse hecho ese día debido a las condiciones meteorológicas, pero ya habían pasado muchos días del accidente”.
Canales se queda, dice, “con el espíritu de felicidad interna por haber ayudado a otros a continuar viviendo”.
Para él, dice, es el rescate “más grande” que ha hecho en toda su carrera y lo “marcó” hasta el punto que “independientemente de que uno sienta la tragedia que sufrieron, fue un orgullo muy grande haber participado en la operación”.