Así lo han expresado a EFE diferentes activistas de colectivos climáticos englobados en lo que se ha denominado la “nueva ola del ecologismo”, que se gestó durante el 2018 -con el surgimiento de nuevos movimientos como Fridays for Future o Extinction Rebellion (XR)- y tuvo su auge en 2019, cuando jóvenes de muchos países, sobre todo en Europa, se movilizaron en masa.
La acción directa y la desobediencia civil no violenta no son tácticas nuevas en el ecologismo, pues organizaciones como Greenpeace las han adoptado desde sus inicios para impedir grandes proyectos industriales o tratados comerciales, por ejemplo, mientras en Latinoamérica la lucha siempre fue muy disruptiva, recuerda el divulgador ambiental Andreu Escrivà.
Pero algo “fundamental” para entender esta tendencia del nuevo activismo climático en Europa de provocar escándalos para colarse en la agenda informativa -pese al rechazo inicial que puedan causar-, es el fenómeno viral en redes sociales, apunta el ambientólogo, que también atribuye esta apuesta por acciones más radicales al hecho de que ya haya habido "muchos intentos de llamar la atención que no han tenido éxito”.
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Coinciden en el análisis los jóvenes activistas de movimientos como XR, quienes advierten de la “urgencia” y del hartazgo que les ha empujado hacia acciones más arriesgadas y controvertidas, como sellar con cemento los hoyos de campos de golf o arrojar pintura al Parlamento español.
En Alemania, 16 activistas del colectivo Rebelión Científica -un subgrupo de XR- han sido puestos en prisión preventiva durante casi una semana por recurrir sucesivamente a la desobediencia civil para pedir descarbonizar el transporte.
Elena Egea, astrofísica que milita en este colectivo, explica que hay que buscar nuevas formas de visibilizar la causa porque “no está funcionando nada”: “vamos a rebasar el límite de 1,5 ºC y nuestros gobernantes no nos están preparando para eso ni están tomando medidas para hacer una transición justa”.
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Ella apoya la “diversidad de protestas” y, en concreto respecto a las activistas de Just Stop Oil, que lanzaron sopa de tomate al cuadro -protegido por un cristal- de los girasoles de Van Gogh en Londres, Egea aplaude que “lograron llegar a la portada de The New York Times”.
“Los medios deberían sacar en portada lo que dice el IPCC" (el grupo de especialistas climáticos de la ONU), subraya a título personal. “Si no lo están haciendo, tenemos que esforzarnos más para que lo saquen”.
“Se habló mucho más de lo de Van Gogh que de los científicos movilizados en Alemania”, recalca por su parte Alexandre Méaude, portavoz de XR, para enfatizar que las protestas de los museos “entendieron el juego mediático” que ha facilitado el panorama de las redes sociales.
“Si la gente está a favor o no de estas acciones no es lo que importa ahora mismo”, arguye, pues su prioridad es “seguir cambiando las mentalidades”, de forma que en 50 años se mire atrás y se celebre este activismo, como acabó ocurriendo con las manifestaciones más violentas de las sufragistas o del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos.
“Subimos el tono a las protestas porque vemos que no hay reacción por parte de los gobiernos”, sentencia Méaude.
La coordinadora en Madrid de la campaña End Fossil Occupy y activista en Fridays for Future, Martina Di Paula, detecta que el cambio se debe al parón del confinamiento y a la urgencia de “hacer algo disruptivo, visible y que genere debate”.
“Lo que estamos viendo ahora es una recuperación de músculo tras la pandemia”, abunda, y una reacción tras constatar que “en 2019 la movilización masiva funcionaba y ahora ya no”, y por tanto “hay que pensar nuevas formas de acción”.