El 22 de diciembre de 1972, a pesar de haber comenzado el verano austral, el clima torpedeaba cualquier operación aérea, pero la urgencia de evacuar a los sobrevivientes que habían resistido 72 días en la cordillera obligó a los rescatistas a llevar a cabo su misión.
Luego de esperar durante más de una hora que la niebla se disipara, los equipos de salvamento se pusieron en marcha rumbo al rancho Los Maitenes para conseguir alguna pista del lugar del siniestro y reunirse con Roberto Canessa y Fernando Parrado, los dos supervivientes que habían abandonado el maltrecho fuselaje del aparato en busca de ayuda y fueron encontrados por un arriero.
“No creíamos de que fueran los uruguayos, porque ya habíamos completado más de cien misiones buscándolos”, recuerda a EFE el exsuboficial de la Fuerza Aérea (Fach) Ramon Canales, copiloto de uno de los helicópteros que participó en el rescate.
“Si era verdad [que eran los uruguayos], eso era noticia mundial. ¿Qué mejor tema para cubrir que ése para una persona que está empezando?”, comenta a EFE el periodista Alipio Vera, el primero en entrevistar a Canessa y Parrado en el rancho, que entonces tenía 27 años.
“¡Allá está el manchón!”
El rumor del hallazgo había empezado a correr el día anterior, después de que el arriero Sergio Catalán se presentara en la comisaría de Puente Negro, la zona convertida en epicentro del rescate, con un mensaje manuscrito de Parrado.
“Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando (...) En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles (..) ¿Dónde estamos?”, escribió el jugador de rugby.
Catalán, que se lo había encontrado de casualidad al otro lado del río Azufre, intercambió mensajes con él envueltos en piedras y le prometió regresar con ayuda. Mandó a varios baqueanos al lugar mientras él se ocupaba de avisar a la policía y daba inicio así a la operación de rescate.
Dos helicópteros despegaron de Los Maitenes en búsqueda del avión perdido en Los Andes. En uno de ellos viajaba Parrado, que tenía que guiar a los rescatistas, pero se desorientó por completo.
“Llegó un momento en que nos dimos cuenta de que las aguas caían desde lo más alto hacia el oriente. En la cordillera de Los Andes cuando las aguas caen al poniente es territorio chileno y cuando caen al oriente es Argentina”, explica Canales.
Fuera de territorio nacional, los rescatistas habían quedado sin referencias para encontrar el avión en medio de la nieve.
“Entonces Parrado me dijo que en la punta del cerro había un manchón de color café desde donde se había producido una avalancha en la que fallecieron varios de los pasajeros”, añade el copiloto.
“¡Allá está el manchón!”, exclamó Canales a los pocos minutos, recuerda. Tras un aterrizaje complicado, que terminó con la caída sobre la nieve de uno de los helicópteros que había perdido sustentación, encontraron el fuselaje.
Con los brazos en alto, saltando y gritando hacia el cielo, encima de la nieve, estaban los 14 sobrevivientes que tantas veces habían soñado con ese momento. Canales capturó esta imagen desde el helicóptero y la foto dio la vuelta al mundo.
El encuentro con los 14
“Me dio una alegría interior que es difícil relatar. Me acordé mucho de mi papá y de mi polola [novia]”, cuenta a EFE José Bravo, exsuboficial de la Fuerza Aérea Chilena (Fach) y primer enfermero que atendió a los supervivientes, sobre el momento de toparse con el avión.
El primer día evacuaron a seis, y los ocho que quedaban salieron al día siguiente. Bravo permaneció en la cordillera con el segundo grupo.
“Llegó la noche y nos metimos todos en el avión, a contar chistes y a cantar Si vas para Chile, El Corralero, Qué sabes de cordillera. Nos preguntaban qué podían comer en Chile en ese tiempo, qué frutas había. Los compadres lloraban, estaban contentos”, recuerda el enfermero.
A la mañana siguiente, con un cielo despejado y sin viento, se completó la operación: “Cuando subimos al helicóptero nos abrazamos y lloramos al verlos llorar a ellos”, rememora Bravo.
Canales concluye: “Fue una misión de una envergadura terriblemente grande, quizás la única a ese nivel realizada en Chile”, un país que 38 años después sacó de las entrañas de la tierra a 33 mineros sepultados en otro accidente.