Familiares, amigos y autoridades acudieron este lunes como cada año a rendir tributo a los fallecidos, heridos y desaparecidos, pero también a celebrar la vida, especialmente de quienes milagrosamente lograron ser rescatados.
Con fotografías, flores o velas, madres, hijos, primos o simplemente conocidos recordaron a trabajadores del supermercado y a centenares de compradores que ese domingo 1 de agosto de 2004 fueron sorprendidos por las llamas.
Cantos, oraciones y hasta discusiones entre algunos de los parientes se vivieron hoy en ese lugar.
Sin embargo, a las 11.20 hora local (15.20 GMT) -cuando se recuerda que comenzó la fatídica emergencia-, el sonido de las sirenas de varios camiones de bomberos silenció el acto ecuménico programado para esa hora. Lágrimas y expresiones de dolor se apoderaron del lugar.
Liz Torres abrazó entre lágrimas a su pequeño nieto. Ese 1 de agosto, con 37 años, sobrevivió junto a su esposo. Hoy es parte de la Coordinadora de Víctimas, Familiares y Amigos de Ycuá Bolaños.
"Lo único que pensamos es en correr", dijo a Efe, al recordar cómo el sonido de unas botellas que cayeron de una góndola fue el preludio de un estallido al que siguió una ola de fuego que recorrió de norte a sur el techo del patio de comidas.
El incendio del supermercado, ubicado en el barrio Trinidad de Asunción, se originó en la parrilla de un restaurante del establecimiento, debido a la falta de mantenimiento, según la investigación del caso.
La misma pericia demostró que el propietario del supermercado, Juan Pío Paiva, ordenó que se cerraran las puertas del establecimiento en cuanto se declaró el fuego para evitar robos.
Torres quedó atrapada junto a unas 500 personas entre quienes intentaban huir de las llamas y una pared humana que se formó ante la salida clausurada.
"Pensé que éramos muy jóvenes para morir, porque mi marido tiene 2 años más que yo", agregó esta mujer, para quien la angustia era mayor al recordar a sus hijos, entonces de 12 y 14 años y que no acudieron ese día al supermercado.
Pasado este tiempo, celebra la vida. ”Soy la vida de otros, soy la vida de aquellas que cubrieron mi cuerpo en ese momento”, comentó Torres.
Para ella, el memorial inaugurado después de 5 años de que se iniciara su construcción es una conquista "mínima", es un espacio comunitario que no permitirá que las víctimas se queden sólo en cifras o estadísticas.
También este lunes acudió a la ceremonia Martina Ibarrola, quien perdió a su hija, Liliana Beatriz Rodríguez, entonces de 24 años y cajera del supermercado.
Abrazada al retrato de ella, saludó, abrazó a varios de los asistentes y recordó, muy dolida, que la muerte de su hija ocurrió el mismo día en el que se cumplía el novenario del fallecimiento de su esposo.
"Tenía que sacar todo el altar de mi marido para ponerla a ella en casa", rememora.
"Pareciera que yo ayer enterré a mi hija", confesó, mientras repasaba con su relato la angustiosa búsqueda que emprendió, primero entre los heridos y finalmente entre los fallecidos, antes de confirmar su mayor temor.
Y junto a los asistentes, entre ellos una joven que con apenas 5 años se quedó sin su papá y su tío que acudieron a comprar los ingredientes para el que sería un asado familiar, estaba Liduvino Escurra.
Él, entonces con 23 años, fue uno de los primeros bomberos en combatir el incendio. Pasado este tiempo, cae en cuenta de que su hija tenía 3 meses de nacida en esa época y que pudo haber quedado entre las víctimas.
“Hay que valorar un poquito la vida. Sea como fuere, la familia está primero siempre. No sería mal de abrazarle todos los días a tu familia”, aconseja este hombre fornido que se quedó sin voz al recordar la enseñanza que le dejó un incendio del que los forenses lograron identificar 364 fallecidos, aunque algunos cálculos elevan hasta 400 los muertos.