Desde que Rajapaksa pisó tierra singapurense el jueves a las 19.17 hora local (11.17 GMT), llegando en un vuelo saudí procedente de las Maldivas -adonde huyó primero el miércoles- acompañado de su esposa y dos guardaespaldas, no ha habido ni una imagen ni una declaración del esrilanqués.
Lo único que se sabe es que Rajapaksa, que estuvo en el poder desde 2019, dimitió una vez en Singapur, anuncio que fue hecho hoy público por el presidente del Parlamento de Sri Lanka, Mahinda Yapa Abeywardene, y celebrado allí con entusiasmo por los miles de manifestantes que llevaban meses exigiendo su renuncia.
En contraste con el júbilo y el pandemonio de Colombo, Singapur amanecía este viernes con la misma calmada rutina que acompaña a la isla a diario, sin que la prensa local -que sí confirmó la llegada de Rajapaksa el día anterior- dedicara más atención al ilustre y polémico nuevo vecino de la ciudad-Estado.
Singapur, gobernada de modo semiautoritario por el Partido de Acción Popular (PAP) desde su independencia de Malasia en 1965, tiene un rígido aparato censor sobre su prensa y leyes muy estrictas que permiten únicamente ciertas manifestaciones en un punto concreto de la pequeña isla y sin participación extranjera.
Así, lo único que ha salido de boca del gobierno singapurense es que Rajapaksa "no ha pedido asilo ni se le ha garantizado", como aseguró el jueves el Ministerio de Exteriores isleño, y un mensaje de la Policía a la población para que se cuide mucho de participar en "asambleas públicas ilegales".
"Se tomarán medidas contra los que participen", advertía la Policía el jueves en un comunicado.
El hermetismo de la isla y su rechazo a las protestas pueden ser parte de los motivos que hayan llevado a Rajapaksa a alojarse en Singapur, un lugar que conoce bien.
La última vez que viajó a la próspera isla fue en diciembre de 2021 para una revisión médica, habiéndose sometido a una operación de corazón en un conocido hospital privado de Singapur en mayo de 2019, según el diario "The Indian Express", un "turismo médico" al que acostumbran dirigentes de países vecinos menos desarrollados.
Si bien los motivos de Rajapaksa para elegir Singapur se podrían explicar por ese lado, las razones que han llevado a la ciudad-Estado, igualmente asidua a la censura que a la neutralidad política y a priorizar los intereses económicos en sus relaciones diplomáticas, son un misterio.
La presencia del militar retirado, acusado de permitir la muerte de miles de tamiles civiles durante la guerra civil de Sri Lanka, que concluyó en 2009 después de colear durante tres décadas, podría soliviantar al 5 por ciento de población de etnia tamil (de sus 5,7 millones) que habita en Singapur, algunos con origen esrilanqués.
Aunque Singapur está acostumbrado a "acoger" por épocas a figuras controvertidas, como el ex presidente de Zimbabue Robert Mugabe, que falleció en un hospital de la isla en 2019, suelen ser visitas -al menos las públicas- por motivos médicos, al disponer de un prestigioso sistema sanitario, más que exilios políticos.
Singapur, que juega a la equidistancia entre China, un socio económico fundamental, y Estados Unidos, valedor en seguridad e importante fuente de negocios, podría ver su neutralidad afectada por abrir las puertas a un presidente que ha dejado a su país sumido en su peor crisis económica desde su independencia en 1948.
Una crisis en la que Washington ha pedido a China, el principal acreedor de Sri Lanka, responsabilidades; la secretaria del Tesoro de EE.UU., Janet Yellen, aseguró el jueves desde Bali, donde participa en un encuentro con sus colegas del G20, que presionaría a Pekín para que ayudara a este país a "reestructurar" su deuda.
Mientras, Rajapaksa, el primer presidente esrilanqués en renunciar desde que el país adoptó el sistema presidencial de gobierno en 1978, permanece en algún lugar oculto de Singapur, con la sospecha de que, si acaba marchándose, lo hará con el mismo sigilo con el que llegó.