Son todos los hombres, pero también algunas mujeres, del Watergate.
Cuando se cumple esta semana medio siglo del allanamiento a las oficinas del Partido Demócrata que desató aquella crisis, el país recuerda de muchas formas aquel momento.
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Libros, series de televisión, exposiciones ahondan no sólo en los nombres más conocidos, como el propio Nixon o Bob Woodward y Carl Bernstein -los periodistas del Washington Post que destaparon el escándalo-, también en muchos otros protagonistas, voluntarios o no, de aquel momento.
Los retratos de muchos de ellos cuelgan estos días en el Museo Nacional del Retrato de Washington, en la exposición “Watergate: Retrato e Intriga”, que repasa lo ocurrido.
Y es también, como recalca la comisaria de la exposición e historiadora de este museo del Smithsonian, Kate Clarke, un homenaje al periodismo, sin el cual el Watergate se habría quedado en un suceso aparentemente menor -el allanamiento de las oficinas del Comité Nacional Demócrata- sin consecuencias políticas.
La Revista Time dedicó numerosas portadas al Watergate, y algunas pueden verse en esta exposición. Son imágenes icónicas que definen muy bien a Nixon y quienes gobernaban con él.
La guardia de palacio
Así ocurre con la “guardia de palacio”. Nixon y sus cuatro hombres de confianza aparecen en un collage hecho a partir del sello presidencial y que trata de mostrar, como apuntó Clarke, que aquel grupo de asesores y altos cargos mantenía a Nixon “aislado” y alejado de la realidad y de la opinión pública.
Aquella “guardia” la formaban el jefe de gabinete, Bob Haldeman, el consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger, el fiscal general, John Mitchell y el asesor John Ehlrichman.
Todos menos Kissinger acabaron cumpliendo condena por conspiración y obstrucción a la justicia -por tratar de encubrir el suceso y su relación con la Casa Blanca-.
Otra caricatura que fue portada de Time, con varios de los asesores rodeando a Nixon y señalándose entre sí y rodeados a su vez por cables, muestra cómo hasta los más fieles dejaron de serlo cuando se vieron con el agua al cuello y optaron por delatar y acusar.
El drama de John y Martha Mitchell
De todos ellos, John Mitchell está considerado el “cerebro” del Watergate. Dirigió el comité de reelección del presidente y como recuerda Clarke dedicó cientos de miles de dólares a numerosas operaciones ilegales, incluidos pinchazos telefónicos y micros como los que pensaban instalar en las oficinas demócratas.
Otra de las portadas dedicada a Mitchell lo presenta en un busto hecho con una botella de lejía en el que se tapa la mano con la boca. No sería él quien dijera nada que pudiera dañar a su jefe.
Todo lo contrario que su esposa, Martha Mitchell, quien sabía mucho -o todo lo que había que saber- del Watergate y como recuerda Kate Clarke tenía toda la intención de contarlo a la prensa.
En los días posteriores al allanamiento y la detención de los sospechosos, fue retenida varios días contra su voluntad por un exagente del FBI que trabajaba para su marido y que impidió que hablara con los periodistas.
Testimonios de una mujer
Aunque no se calló después. Hasta el propio Nixon dijo en la famosa entrevista que le hizo el periodista británico David Frost que, sin los testimonios de Martha Mitchell, el Watergate se habría quedado en una anécdota.
Y recientemente se ha sabido que también fue una de las fuentes de Bob Woodward. Mitchell fue así otra “garganta profunda” como el propietario de dicho apodo, el director adjunto del FBI Mark Felt.
Su figura no deja de despertar fascinación: La actriz Julia Roberts interpreta a Mitchell en una serie de televisión, Gaslit, protagonizada también por Sean Penn.
En la exposición del Smithsonian el cuadro de Mitchell cuelga enfrente del de otras dos mujeres que, como subraya Kate Clarke, tuvieron también su papel en ese momento de la historia.
La leal secretaria y la apasionada congresista
Por un lado la leal secretaria de Nixon, Rose Mary Woods, quien “accidentalmente” -eso alegó- borró una conversación entre Haldeman y Nixon que habría demostrado que el presidente tenía conocimiento del intento de espionaje a las oficinas demócratas.
Y por el otro la congresista Barbara Jordan, quien abrió el Comité que investigaba el Watergate con un apasionado discurso en el que pidió a sus miembros trabajar para averiguar si el presidente había incurrido en una conducta “no tolerada por la Constitución”.
Una misión, la del legislativo, a la que esta exposición da también mucha importancia.
Y aunque en un momento como el actual, cuando el Congreso está investigando el asalto al Capitolio, “cualquiera puede pensar que ha habido momentos más oscuros” en la historia política del país, apuntó Clarke, esta exposición busca también dilucidar “cuáles son los límites del poder presidencial” y “quién es responsable de controlar al presidente”.
“¿Es el Congreso? ¿Es el pueblo? ¿son los medios?”. Esa es la cuestión.”