En el campo de Le Pen, la lucha de esta campaña previa a la segunda vuelta del 24 de abril parece asentarse en su perfil antisistema, que podría atraer a más votantes del caladero de 7,7 millones de electores que se fueron al izquierdista Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta.
"Tenemos la posibilidad de salir de un sistema que se perpetúa desde hace 30 años. Es normal que el sistema trate de defenderse de la forma más brutal posible, con anatemas, difamaciones e injurias", dijo Le Pen en un desplazamiento a un mercado de Pertuis, en la Provenza.
La candidata, a la que los últimos sondeos le dan entre el 45 y el 47 % de los votos, frente al 53 % y 55 % de Macron, fue recibida por opositores, que le gritaron "racista" y "pírata", pero también por defensores en busca de una mejora del poder adquisitivo, una conservación del sistema actual de pensiones o, simplemente, un cambio en el Elíseo.
Esta es la baza que ha decidido jugar Le Pen, presentándose como la candidata que acabará con las "oligarquías" que están en el poder, dar la voz al pueblo con referéndums de iniciativa popular y favorecer una sociedad de naciones en la UE en detrimento del actual formato de poder ejecutivo de la Comisión Europea.
Multiplicando los "selfies" con niños y vecinos sonrientes, Le Pen se comprometió hoy a no tocar el régimen de paro de los trabajadores intermitentes, un modelo de subvenciones adaptado al mundo cultural, mientras que en el sector se oyen cada vez más voces para votar contra ella, y también a no tocar los derechos de los homosexuales, pues aseguró que no acabará con el matrimonio de personas del mismo sexo si llega al Elíseo.
JUEGO DE EQUILIBRIO
Por su parte, Macron se esforzó en mostrar su talante más conciliador y se dijo en una entrevista a France Info dispuesto a enriquecer su programa con las ideas de otros partidos.
El presidente francés prometió subir en verano las pensiones un 4 % para compensar el incremento de la inflación, que en marzo se situó en el 4,5 %, así como a revalorizar el sueldo de los funcionarios, cuando el poder adquisitivo es uno de los asuntos centrales de esta campaña.
Sus declaraciones coincidieron con el anuncio del Gobierno de que el salario mínimo en Francia aumentará un 2,65 % en mayo por efecto del dispositivo de revalorización automática en relación con la inflación, mecanismo que había permitido subirlo ya un 0,9 % en enero.
Macron ha lanzado además otros gestos a los votantes de izquierda y ha prometido poner en marcha una individualización del subsidio para adultos discapacitados, medida que su Gobierno rechazó en el pasado.
Más allá de las promesas y buenas palabras, el tono de la campaña se ha enquistado en lo personal entre Le Pen y Macron, que refleja el estado de ánimo de esta elección: para los electores, no hay mucho margen para votar a un candidato u otro por adhesión sino por rechazo a la alternativa.
Mientras se observa la disolución del llamado "frente republicano", que ha servido históricamente para frenar a la extrema derecha en la V República, por la desconfianza democrática y el agotamiento de una parte de los electores, ahora es Le Pen la que llama a hacer contención a Macron "contra un nuevo quinquenio de desolación social y deconstrucción nacional".
Le Pen lleva varios días denunciando los ataques personales de Macron, al que califica de autoritario y brutal en la represión de la calle, mientras que el presidente saliente recalca que el programa de su contrincante no es "la dulzura encarnada" y espera combatir sus ideas en el debate televisado del próximo miércoles.
En 2017, Le Pen reveló las incoherencias de su programa en ese encuentro y el campo de Macron confía en que dentro de unos días la situación se repita. En esta ocasión, Francia está aún más fragmentada y desapegada de su clase política.