Cuando Katerina, embarazada de siete meses, vio a las tropas rusas patrullando en su ciudad natal Oleshky, en el este de Jersón, tomó una decisión de vida o muerte: huir con su hijo de tres años hacia Odesa pese a vivir unos incesantes bombardeos siempre cuando el sol se esconde.
"Es un milagro que sigamos vivos. Me han dicho que nuestra ciudad ya no existe", explica a Efe Katerina, de 33 años, que acaba de llegar a un centro de acogida de refugiados en Odesa, dirigido por la organización benéfica Way Home, a la espera de ir a Moldavia para comenzar una nueva vida en Italia, aunque lo que quiere es "volver a Ucrania".
BAJO LA OCUPACIÓN RUSA
La ciudad de Oleshky, situada en el este de Jersón y al otro lado del río Dniéper, es una de las ciudades que ha quedado completamente aisladas de Kiev y donde las tropas rusas ya patrullan con sus tanques y fijando puestos de control desde incluso el primer día de la invasión, el pasado 24 de febrero.
Un día antes, Katerina fue al centro de la ciudad y ya le comentaron que se acopiara de comida y diferentes productos porque la guerra iba a llegar, pero ella no lo creía.
"No pensamos que nos iba a tocar. Somos personas normales. El día de antes nos dijeron que compráramos velas y comida, pero no lo creía, no quería creerlo. Iba en el autobús cuando me lo comentaron y les dije: pero, ¿de qué hablas? Si estamos en el siglo XXI y no hemos hecho nada para merecer esta guerra", relata exhausta tras el largo viaje hasta Odesa.
Para huir, Katerina tuvo que llamar a su marido que está en el servicio militar y consiguió un permiso para ser trasladada hacia Mykolaiv, que se ha convertido en la ciudad escudo de resistencia del sur de Ucrania con el fin de evitar que las tropas rusas avancen hacia Odesa, la considerada perla del mar Negro.
Pero tuvo que dejar a su madre en el hospital y a su marido: "Fue muy triste irse, no dormimos y todo el mundo estaba llorando", apunta Katerina.En el camino de Mykolaiv a Odesa recogió a su amiga Alyona y a su hijo de 10 años, el cual no se separa de sus auriculares para evitar escuchar los bombardeos y sirenas.
Tanto Katerina como Alyona rechazan ser fotografiadas porque tienen miedo de que "los agentes de Putin", en referencia al presidente ruso, vayan detrás de ellas, incluso tras haber salido de sus ciudades natales.
HACIA MOLDAVIA
En el centro de Odesa, la organización benéfica Way Home se prepara cada día para recibir hasta 40 refugiados procedentes del sureste de Ucrania y acogerlos hasta que cojan un autobús que los lleve a Moldavia.
Con 26 años de experiencia en el cuidado y protección de niños, el director de la organización Sergiy Kostin señala a Efe que "el pico de llegada de refugiados se está produciendo ahora", aunque no acogen más de 40 por su capacidad.
Y con el Comité Internacional de Cruz Roja, se organizan para el reparto de los ucranianos en los diferentes centros de acogida en la ciudad.
"Los niños se quedan aquí con sus madres y hay camas, así como una especie de escuela. Es como un territorio para niños", asevera Kostin.
Mientras, en otra sala, los niños de acogida juegan al ordenador en total silencio, solo roto por los disparos del videojuego.
Según los últimos datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la guerra en Ucrania ha provocado ya tres millones de refugiados, de los cuales 157.000 son nacionales de terceros países.
Varias decenas de miles más han llegado a Rumanía y Moldavia, aunque Polonia es el que más ha albergado hasta ahora (1,8 millones) en una crisis de refugiados considerada la peor que vive Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, de acuerdo las cifras registradas por ACNUR.