Desde hace al menos dos mil años, los vientos del océano Índico convirtieron estas islas de arena de coral en punto de encuentro de culturas, desde pueblos del interior de África a comerciantes chinos e indios, desde emperadores árabes a exploradores portugueses, pero su importancia comercial creció a partir de 1830, cuando el sultán de Omar trasladó aquí la capital de su imperio.
Los beneficios del comercio de esclavos y marfil y las plantaciones de clavo -una especia popular- permitieron al sultán omaní Seyyid Said construir las calles estrechas y muchos edificios que aún existen en Zanzíbar.
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Pero ni siquiera el reconocimiento de la UNESCO, que nombró el casco antiguo (la célebre Ciudad de Piedra) de la capital del archipiélago Patrimonio de la Humanidad, impidió el desastre.
En 2020, una sección del Beit-al-Ajaib, “La Casa de las Maravillas”, un palacio ceremonial y de recepción de invitados, se desplomó enterrando en su interior a cuatro personas.
La Casa de las Maravillas
“Estaba sentado justo aquí y uno de mis compañeros se acercó y me dijo ‘Said, La Casa de las Maravillas acaba de colapsar’. No podía creerlo”, relata a Efe Said el-Gheithy, el director del Museo de la Princesa Salme, situado cerca del palacio.
"Corrimos allí y pudimos escuchar los gritos de algunas personas que, desafortunadamente, quedaron atrapadas”, agrega el director.
Las autoridades rescataron a los heridos, pero este incidente fue una señal de alarma: el patrimonio histórico de Zanzíbar puede desmoronarse.
“El edificio icónico tocó los corazones de muchas personas, no sólo en Zanzíbar -señala el-Gheithy-. Tras aceptar el accidente, nos dimos cuenta de que teníamos que trabajar juntos para arreglar esto. Creo que ese derrumbamiento tiene mucho potencial para atraer a más personas, apoyos e inversiones”.
Un mundo a punto de desaparecer
La Ciudad de Piedra es un laberinto: un mundo de sombras que, en vez de intimidar, se convierten en socias benévolas para resistir el calor.
En una plaza pequeña, decenas de hombres toman café, juegan al dominó, conversan. El salitre del mar ha ahondado sus arrugas, esculpidas en pieles marrones, recordatorios de todos esos siglos de mestizaje que ocurrieron en esta isla.
Zanzíbar es, ahora, una ciudad detenida, adormecida por el sol, que espera impaciente a que la brisa del atardecer arrastre el bochorno.
Entonces, cuando el sol se desploma a toda prisa sobre el océano Índico -una llanura azul turquesa, brillante-, los turistas pasean o miran las tiendas de recuerdos; las calles se llenan del murmullo de los estudiantes en las escuelas coránicas; los buscavidas empujan con esfuerzo carretillas de madera, cargadas de frutas para vender; el malecón rebosa de puestos de comida callejera, sus humos, sus olores.
Casco antiguo
Pero este casco antiguo está en peligro, avisa el historiador zanzibarí Abdul Sheriff.
“En realidad -lamenta Sheriff-, no se ha hecho mucho por mejorar el estado de conservación de la ciudad. El primer estudio serio se publicó en 1992 y describió muchos desafíos. Los últimos informes siguen advirtiendo de los mismos problemas”.
“Si los edificios colapsan, nunca será lo mismo. Estoy seguro de que no se usarán los mismos materiales. Además, se seguirán otros modelos arquitectónicos. Nuestro patrimonio histórico desaparecerá para siempre”, añade el experto, uno de los mejores conocedores de la historia del archipiélago.
El turismo, ¿una solución?
Para Munira Mohamed, una guía turística de 25 años, la historia zanzibarí no es solamente una parte de su pasado, de su identidad, sino también una oportunidad para escoger su futuro. En su trabajo -mostrar a los turistas la Ciudad de Zanzíbar-, esta joven encontró un resquicio para rebelarse.
“En ocasiones -dice-, los guías tenemos viajes que duran todo el día, desde la mañana hasta el anochecer, o debemos acudir a veladas por la noche, y algunos padres no dan su consentimiento a las mujeres para hacer este tipo de cosas”.
El turismo, la industria más importante de Zanzíbar -produce cerca del 30 % de su producto interior bruto (PIB)-, está transformando el archipiélago: los hoteles y los trabajadores que dependen de este sector no paran de multiplicarse.
Atraídos sobre todo por las playas paradisíacas, alrededor de medio millón de personas visitaban Zanzíbar cada año antes de la pandemia de coronavirus.
Edificios históricos
Y un reparto más equitativo de los beneficios del turismo, apunta el-Gheithy, podría impulsar la conservación de los edificios históricos.
“Seamos sinceros -reflexiona-, las personas aceptarán los proyectos de conservación si tienen alguna relevancia económica para ellos. En ocasiones, es difícil que los ciudadanos aprecien la importancia de nuestro patrimonio histórico. Pero si obtienen ventajas prácticas, beneficios económicos, la gente querrá protegerlo”.
Sheriff está de acuerdo con el-Gheithy, pero advierte de que el turismo también podría desplazar a las personas que habitan el casco antiguo: “Tenemos que conservar -zanja el historiador- la Ciudad de Zanzíbar. Pero no pretendo que se convierta únicamente en un lugar para que los turistas duerman o visiten. Los turistas deben convivir con las comunidades locales. Quiero que el casco histórico sea un lugar vivo”.