Para ello se han organizado numerosas iniciativas que conmemorarán a este narrador, comunista herético, provocador innato y homosexual declarado que narró su tiempo como pocos, hasta su misterioso asesinato en una noche del noviembre de 1975.
UNA VIDA VIOLENTA
El escándalo le siguió desde sus orígenes. Pasolini nació el 5 de marzo de 1922 en Bolonia (norte), pero su infancia transcurrió en varios pueblos de la alpina Friuli, como Casarsa della Delizia, donde pasó la Segunda Guerra Mundial y escribió sus primeros versos.
Su vida se truncó cuando fue acusado de masturbarse con un grupo de jóvenes en unas fiestas. Reducido al ostracismo y expulsado del Partido Comunista, el escritor, acompañado por su madre, emprendió la huida y llegó en el frío enero de 1950 a Roma.
Pero en aquella ciudad exhausta por los bombardeos y sumida en la reconstrucción, Pasolini halló su maná: el proletariado de pícaros y prostitutas de su imaginario, "pobres como gatos del Coliseo", como escribiría en su celebrado poemario "Le ceneri di Gramsci" (1956).
Era la Roma de sus primeras novelas, "Ragazzi di vita" (1955) y "Una vita violenta", con las que entró por la puerta grande en los salones de la intelectualidad, pero cuya "obscenidad" hizo sacar los dientes a la censura.
En los años sesenta se lanzó al cine, con su estilo personal, a veces cruento, mezclando temas como la miseria o la sexualidad.
Debutó con "Accattone" (1961), pero luego llegaría "Mamma Roma" (1962), "Il Vangelo secondo Matteo" (1964), declarado a la postre por el Vaticano como la cinta más bella sobre Cristo, o "Salò o le 120 giornate di Sodoma" (1975), filípica sobre el sadismo del poder.
EL MARTIRIO DE UN POETA
La publicación de esta última película fue póstuma, pues el poeta fue brutalmente asesinado la noche del 2 de noviembre de 1975 en el litoral romano por un joven prostituto, aunque muchos dudan aún de esta versión "oficial".
Su amiga y escritora Dacia Maraini lamenta en una conversación con Efe que "la policía cerrase inmediatamente" el caso a pesar de que había razones para sospechar que Pasolini, cuyo cadáver apareció destrozado, había sido asesinado por alguien más.
"Nos dimos cuenta inmediatamente de que no podía ser el asesino porque cuando le pillaron estaba limpio. Encontraron la marca de una mano ensangrentada en el coche, huellas de zapatos que no eran de ellos...", rememora.
UNA VOZ INCÓMODA
En vida, el escritor obtuvo fama de "verso suelto" arremetiendo contra la poderosa burguesía industrial, contra la hegemonía de la Democracia Cristiana y, por supuesto, por sus obras, que le costaron la apertura de 33 procesos, aunque ninguna condena.
Su crítica a todo le llevó incluso a deslegitimar movimientos como el del Mayo del 68, poniéndose del lado de los policías y no del de los estudiantes "niños de papá".
Remaba a contracorriente y sus estrenos eran a menudo boicoteados por los cachorros neofascistas al grito de "das asco".
En definitiva, se generó un clima de tensión a su alrededor por el que sus amigos y parientes siempre sospecharon que su muerte fue, en realidad, un modo de "silenciarlo".
No en vano, meses antes de su asesinato publicó el artículo "Io so" (Yo sé), un "J'accuse" a la italiana para denunciar la autoría de los violentos Años de Plomo: "Lo sé pero no tengo las pruebas", avisaba.
ICONO A SU PESAR
"Tuvo que morir para empezar a ser querido", sostiene Maraini con razón, pues aquel intelectual atosigado acabó reducido a mero icono de grafiti, devorado por la sociedad de consumo que tanto atacó.
Él fue precisamente uno de los primeros en alertar del salto a una sociedad globalizada y mercantil, ignorante de sus raíces y controlada por los medios de comunicación: el nuevo fascismo.
En nuestros días es frecuente encontrar vídeos en redes sociales en los que Pasolini describe un mundo muy parecido al actual, lo que le ha valido fama de "profeta".
"Creo que se convirtió en aquello que nunca habría querido ser. La verdadera muerte espiritual de Pasolini llega tras su asesinato, cuando hacen de él un intelectual conciliador, bueno para la derecha e izquierda", sostiene Lucrezia Ercoli, directora de "Popsohpia", un festival internacional sobre la filosofía en la cultura de masas.
Para esta joven pensadora, no habría mejor modo de conmemorarlo, de “no sacrificarlo de nuevo”, que respetar “esa capacidad suya de ser urticante, molesto”, despojarle de toda mercadotecnia y, por supuesto, redescubrirle con su arte, ahora que se cumple su siglo.