“¡Que sirva, que sirva, que hagamos algo...!” , exclama Beatriz Mercado, quien vuelve de visitar a su hijo en el hospital de San Bernardino de Siena. Con 31 años, es uno de los sobrevivientes de la intoxicación masiva que causó al menos 20 muertes desde la madrugada del miércoles.
El hospital de Hurlingham, suburbio a unos 35 kilómetros de Buenos Aires, es uno de los ocho que recibieron víctimas de la cocaína adulterada, mezclada con productos desconocidos sin que se sepa aún si se trató de un error de dosificación o una voluntad asesina.
Mercado halló a su hijo en la cocina. “Pensé que se le había olvidado (apagar la luz) y lo encontré tirado en el piso. Mal, muy mal, no respiraba casi, con los ojos hacia atrás. Se ve que se había caído para adelante, porque tenía un raspón en la nariz”. Lo llevó al hospital, en donde lo pusieron bajo asistencia respiratoria. “Espero en Dios, espero un milagro” , dice.
En Loma Hermosa, barrio pobre de calles pavimentadas a medias, con construcciones sin terminar, la AFP pudo visitar un local donde un vasto operativo policial permitió incautar el miércoles sobres de cocaína similares a los que identificaron los deudos de las víctimas.
“Mucha pena”
Diez personas fueron detenidas, pero la investigación no era lo que más preocupaba a los familiares. Aunque Beatriz debía interponer una denuncia en la comisaría. “Tenemos que cambiar las leyes, porque estamos enfocados en que ‘si delinquen, que se los lleven presos’, pero ignoran su condición (de adictos), aunque nos dé mucho dolor y mucha bronca lo que hacen”, lamenta.
“No sirve hacer cárceles, hagamos centros de rehabilitación, con profesionales, con gente que tenga amor, con madres. Entre todos podemos cambiar el futuro de los chicos” , suplica con voz cansada. Los primeros informes médicos sugieren un efecto brusco, casi inmediato, de la cocaína adulterada. Con convulsiones violentas, y a veces infartos fulminantes. “Al médico que lo atendió le extrañaba que los otros chicos habían fallecido con derrames, algunos en el pulmón” , cuenta Beatriz. El cuñado de María Morales, de 41 años, también “está entubado y grave”.
Consumía cocaína con amigos en la madrugada del miércoles. “Se descompensó primero el amigo, que falleció, y después se descompensó él, pidió ayuda, lo trajeron acá (al hospital) a las 5 de la mañana”.
“Queremos que salga adelante y que se cure de su adicción” , declara María, una de las pocas personas cercanas a las víctimas que acepta hablar con los medios, e insiste justamente en que hay que dar a conocer el problema. “No tenemos que juzgar a nadie, detrás de un adicto hay una familia, un padre, una madre, hijos que están sufriendo” .