Este noviembre, cuando Israel -que ocupa y tiene control de los accesos a Cisjordania- reabrió sus fronteras a extranjeros con visado de turista tras una larga clausura desde marzo de 2020, la población de Belén pensó que había superado lo peor, que empezaba a pasar página y a regresar progresivamente a la normalidad turística.
Los primeros grupos de peregrinos volvieron a la urbe y hubo una ligera mejora económica en la ciudad, pero el optimismo duró poco: a finales de mes, Israel cerró otra vez las fronteras por la variante ómicron, y en pocos días Belén volvió a quedar vacía de turistas.
“Fue como volver al punto cero”, lamenta Jader Abu Jeries, joven que regenta un restaurante junto a su familia en la céntrica Plaza del Pesebre, al lado de la Basílica de la Natividad, donde la tradición marca que nació Jesucristo.
Lea más: Árbol de Navidad en llamas
Esta iglesia, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO y uno de los destinos principales para cualquier visitante en Tierra Santa, luce casi todo su esplendor tras una reforma de más de seis años que acabó a inicios de 2020, pero poco después llegó el virus y pocos pudieron contemplar sus mosaicos o pavimento de mármol restaurados.
"Nos cuesta mucho arreglárnoslas sin turistas", dice Abu Jeries, que asegura que su familia solo alcanza a pagar el alquiler del local del restaurante, sin obtener beneficios a fin de mes.
Antes del virus, especialmente por la temporada navideña o Semana Santa, la zona solía estar abarrotada de visitantes que hacían largas colas para entrar el templo o recorrían las calles estrechas del casco viejo para comprar souvenirs, objetos de iconografía cristiana o figuras religiosas de madera de olivo talladas a mano.
Sin embargo, ante la falta de turistas, la mayoría de comercios que antes estaban abiertos de sol a sol permanecen cerrados, y las puertas metálicas verdosas de las tiendas clausuradas son la tónica imperante en un paisaje donde solo se ve caminar a población local.
"Estamos casi siempre cerrados porque no hay peregrinos", cuenta a Efe Mary Giacaman, encargada de un comercio familiar de recuerdos y estatuas cristianos de madera en la Plaza del Pesebre.
En torno al 80% de población de Belén trabajaba en turismo o ámbitos relacionados antes de la pandemia. Este era "la fuente principal de ingresos de la ciudad", pero la pandemia "lo paró todo" y "desató una gran crisis económica" cuyos daños podrían ser irreparables, explica a Efe el alcalde de Belén, Anton Salman.
Según concreta, en los primeros meses de cierre, el desempleo rozó el 40%. Ahora ronda en el 25%, y muchos han tenido que buscarse la vida en otros sectores. Parte de ellos han encontrado empleo en Israel, sobre todo en la construcción, un ámbito en el que los palestinos trabajan desde hace décadas como mano de obra barata.
"Los últimos meses hicimos todo lo posible para promover Belén" y "recordar al mundo que aún sigue aquí", pero el cierre de fronteras israelí -vigente hasta el 13 de diciembre, pero que podría ampliarse- hizo que muchos grupos de turistas cancelaran sus reservas y ya no contemplen viajar durante lo que queda de diciembre.
El alcalde tiene dudas de que a estas alturas se pueda salvar la temporada navideña, y asegura que la incertidumbre marca el día a día a medida que se acerca la fecha señalada de la Navidad.
"No sabemos ni qué pasará los próximos días", dice Salman, que protesta por el hecho de que los palestinos de Cisjordania ocupada tengan sus fronteras bajo control israelí y no puedan decidir por su propia cuenta sobre si permitir o no el acceso de turistas.
Las autoridades israelíes "están tomando sus propias decisiones", "se preocupan solo de sus intereses" y "no tienen en consideración nuestra situación ni nuestra economía", se queja Salman.
Con todo, para muchos habitantes de Belén, la COVID-19 -añadida a las trabas cotidianas de la ocupación israelí- derivó en una agonía que más allá de sus efectos sanitarios puso en jaque el modelo económico y la histórica atmósfera de peregrinaje de la ciudad.
“Esperemos que pronto se acabe la pandemia y volvamos a la vida normal, porque Belén y la Natividad no están vivas sin turistas ni peregrinos”, expresa a Efe el palestino Issa Thaljiej, párroco del rito greco-ortodoxo en la misma basílica, que este año acogerá otra Navidad en tono menor y bajo la sombra de un virus que no se va.