Está ya abierto al público y los curiosos desfilan entre sus muros sin parar. Está construido en formas geométricas de cuatro caracteres hebreos que se traducen como “En memoria de” y visitarlo supone entrar en un laberinto y quedarse atrapado entre paredes de ladrillo de dos metros de altura con nombres escritos en cada piedra, a la sombra de placas de acero inoxidable con acabado de espejo.
El Monumento Nacional de Nombres del Holocausto (Nationaal Holocaust Namenmonument, en neerlandés) cuenta historias de persecución, deportación y asesinato mencionadas con sus nombres completos, fechas de nacimiento y edades en el momento de la muerte. Ente 1933 y 1945, los nazis asesinaron a 6,6 millones de judíos, y cientos de miles de sinti y romaníes.
De los 140.000 judíos que vivían en Países Bajos, 102.000 fueron masacrados en campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos murieron en cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka, Belzec, Majdanek, Chelmno y Sobibor; otros perecieron por enfermedades, hambre, agotamiento, trabajos forzados y ejecuciones masivas.
El primer ministro en funciones, Mark Rutte, cree que esta construcción es un tributo a cada víctima de forma personal, “con cada nombre como un monumento en sí mismo, un monumento para cada individuo, para cada historia de vida” porque, advirtió, “no, el mal no tiene la última palabra” sobre esa “página oscura” en la historia de la humanidad.
Algunos murieron de hambre o agotamiento durante la deportación y las marchas de la muerte, y no tienen tumba conocida donde les puedan recordar sus familiares, lo que hace que este memorial tenga “un inestimable valor”, dice Jacques Grishaver, del Comité Holandés de Auschwitz.
El monumento aún tiene ladrillos vacíos destinados a víctimas desconocidas y a nombres que aún se incluirán más adelante.
“El memorial no es solo para quienes vivieron la guerra, sino también para quienes no la experimentaron: los hijos y nietos y las generaciones siguientes. Además, el monumento aumenta la conciencia histórica de hacia dónde nos pueden llevar las guerras, al tiempo que anima a la gente a reflexionar y aprender de la Segunda Guerra Mundial”, agrega.
Grishaver, que combatió durante 15 años por levantar este monumento, recuerda que “casi tres cuartas partes de los judíos que fueron asesinados no tenían familiares vivos después de la guerra, por lo que nunca se volvió a hablar de ellos” y celebra que “todos esos nombres hayan sido rescatados del olvido” con la llegada de este memorial.
Los vecinos habían rechazado los planes de construir este monumento al considerar que era grande en exceso, atraería a demasiados curiosos a la zona y suponía la tala de muchos árboles, lo que dio pie a una batalla legal declarada por los vecinos para impedir la construcción, que ahora se sitúa en Weesperstraat, en el centro de la capital y en un barrio de mayoría judía hasta la Segunda Guerra Mundial.
También hubo división dentro de la comunidad judía: algunos preferían que el dinero se gastara en otras causas, otros temían que sus apellidos fueran visibles en público.
La idea salió adelante a finales de 2019, cuando la Justicia neerlandesa dio luz verde al proyecto, a iniciativa del Comité Neerlandés de Auschwitz. La primera piedra la colocó en septiembre del año pasado Jacqueline van Maarsen, de 91 años, amiga de Ana Frank.
El coste de la construcción también duplicó las previsiones iniciales y costó 14,6 millones de euros, financiados en parte por los interesados en adoptar un nombre en una piedra a cambio de pagar 50 euros, lo que alcanzó a unas 80.000 personas. El resto llegó de diferentes instituciones públicas y privadas.
El diseño del monumento fue encargado al arquitecto estadounidense Daniel Libeskind, de origen judeo-polaco, que ideó el Museo Judío de Berlín y el plan de reconstrucción del World Trade Center en Nueva York.