Khalid al-Mihdhar, Nawaf al-Hazmi y, más tarde, Hani Hanjour, fueron los tres miembros de Al Qaeda que vivieron y tomaron clases de inglés y de vuelo en un barrio de esa ciudad del sur de California, inmediatamente cercano al Centro Islámico de San Diego.
Meses más tarde, el 11 de septiembre de 2001, secuestraron y estrellaron un avión comercial de American Airlines contra el Pentágono, matando a las 64 personas a bordo, junto con 125 que se encontraban en tierra.
AMENAZAS Y ATAQUES CONTRA LOS MUSULMANES
Desde la dirección del Centro Islámico de San Diego, el imán Hassane clarifica en una entrevista con Efe que esos terroristas no fueron nunca miembros de la comunidad, sino "invitados" que iban a la mezquita local a rezar.
Tras los atentados, el centro islámico sufrió varios ataques, desde alertas de bombas hasta disparos en las paredes externas, pasando por destrozos en el interior de la mezquita.
Uno de los miembros del templo, que prefirió mantenerse en el anonimato, recuerda en declaraciones a Efe en perfecto español que durante los primeros años después del 11-S, él y su mujer, que porta hiyab, recibieron insultos y amenazas por la calle por sus infundadas conexiones -únicamente por su apariencia- con los terroristas que vivieron en San Diego.
ISLAMOFOBIA EN EE.UU.
Dos décadas más tarde, el imán Hassane cuenta con tono pausado que la hostilidad contra la comunidad musulmana "es una realidad todavía en EE.UU.", aunque, en su opinión, en menor proporción que a principios de siglo.
Sin embargo, cifras del FBI apuntan a que los crímenes contra creyentes del Islam y mezquitas en EE.UU. se han mantenido en niveles similares desde entonces, convirtiendo a los musulmanes en el segundo grupo religioso más castigado del país, por detrás de los judíos.
Para el imán, el principal motor de este odio yace en los "mensajes islamófobos" de algunos políticos y medios de comunicación que "siguen enviando mensajes negativos sobre el Islam y los musulmanes".
"Nunca deberíamos permitir que una tragedia o un crimen defina una comunidad para siempre; no es justo", insiste el imán Hassane antes de dirigirse a la mezquita del centro a realizar su segunda oración del día, la Dhuhr.
EL GOBIERNO, CULPABLE
Un paso más allá va la directora del Proyecto de Seguridad Nacional de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, en sus siglas en inglés), Hina Shamsi, que considera que los diferentes gobiernos estadounidenses después del 11-S han tenido un peso muy relevante en esta narrativa.
"Lo que hemos tenido en los últimos 20 años es una cascada de violaciones de los derechos humanos, cuyas consecuencias y costos han sido asumidos por inmigrantes, musulmanes y otras comunidades", asegura Shamsi.
Es por eso que la abogada cree que es "absolutamente necesario desmantelar la arquitectura federal posterior al 11-S que da pie a que exista racismo en nombre de la seguridad nacional", como la discriminación racial por parte de las autoridades.
GUANTÁNAMO COMO SÍMBOLO DE LA INJUSTICIA
Desde su punto de vista, una de las claves para terminar con el odio y el prejuicio hacia los musulmanes en EE.UU. es cerrar las puertas de la cárcel de Guantánamo, creada a raíz de los atentados del 11 de septiembre.
En ese centro de detención de alta seguridad hay 39 hombres musulmanes detenidos de manera indefinida, una "injusticia, abuso y desprecio por el Estado de derecho", de acuerdo a la letrada neoyorquina.
"27 de ellos ni siquiera han sido acusados y son sobrevivientes de torturas de la CIA y de militares", alerta Shamsi, que pide ahora al presidente estadounidense, Joe Biden, que cumpla con su promesa de cerrar Guantánamo para siempre.
Desde su despacho en la soleada San Diego, el imán Hassane apuesta por una solución mucho menos mediática: seguir acercándose desde su cargo a otras comunidades para que los musulmanes en EE.UU. no paguen justos por pecadores.