El aumento vertiginoso de casos y muertes en Sao Paulo en los últimos meses obligó a la alcaldía de la ciudad más rica y poblada del país a adaptar su plan funerario para evitar un colapso: además de contratar más personal y vehículos para atender la demanda, fueron autorizadas jornadas nocturnas en cuatro de los 22 cementerios municipales, donde cada día se abren 600 fosas.
Uno de estos es el Vila Formosa, el más grande de Brasil y de América Latina, y una de las postales del costo letal de la pandemia en Brasil, donde ya fallecieron más de 360.000 personas por covid-19.
A las 18:00 se produce el cambio de guardia y se encienden las dos enormes lámparas alimentadas por generadores que iluminan las tumbas e impregnan el lugar de olor a diésel. Es el inicio del otoño y en este camposanto arborizado en la periferia de Sao Paulo la temperatura ronda los 16 grados.
Ocho sepultureros vestidos con monos blancos, mascarillas y guantes llegan en dos camionetas. Bajan y se forman en círculo alrededor de las fosas, manos atrás del cuerpo, cabeza gacha; en señal de respeto guardan un minuto de silencio. Enseguida, van por las palas y cargan el primer fallecido de la noche.
“¿No hay familiares?”, pregunta uno. “No. Puede enterrar”, responde otro con los documentos del difunto en mano.
En mayo de 2020, durante la primera ola de la pandemia, el camposanto incorporó tres excavadoras para abrir 60 fosas por día. Ahora, son seis máquinas cavando 200 fosas por día, dicen los sepultureros, que extienden su labor hasta las 22:00.
También contrataron unas 50 furgonetas para cargar cuerpos, porque los carros fúnebres no daban abasto. La alcaldía niega que vehículos de transporte escolar formen parte de esta flota, versión que circuló ampliamente en los medios locales.
Más de 300 entierros por día
Poco después llega una van con otro cajón. Un grupo grande de familiares rodea la fosa en donde será enterrado el hombre de 57 años, cuya ficha dice que falleció por covid-19.
Los hijos del difunto piden colocar una camiseta ‘verdeamarela’ de la selección brasileña sobre el féretro. “Es lo único que podemos hacer”, dice emocionado el sepulturero que sostiene los documentos del entierro.
Cuatro hombres comienzan a depositar arena rojiza sobre el ataúd que, en segundos, queda cubierto. Los gritos de dolor se mezclan con el sonido de las palas y el zumbido de los generadores eléctricos.
Ya acostumbrados a la presencia de periodistas y fotógrafos, los sepultureros conversan pero piden no ser identificados. Casi todos vacunados, dicen que la pandemia golpeó más al personal administrativo de las funerarias, que a los que trabajaban como ellos en espacios abiertos.
“Yo querría que esto terminase rápido, porque es muy triste. Intentamos no emocionarnos en nuestro trabajo, pero es triste, es mucha gente, mucho tiempo”, dice uno de los sepultureros mientras se quita un par de guantes verdes al término de su guardia.
El Vila Formosa alberga más de 1,5 millón de cadáveres en sus 750.000 m2. En marzo alcanzó su pico con 105 entierros en un único día, tres veces más que el promedio antes de la pandemia.
El 30 de marzo, la ciudad de Sao Paulo marcó un récord al enterrar 426 personas en una única jornada. La experiencia no ha vuelto a repetirse desde entonces; el promedio actual es de 391 muertos y 325 entierros por día.
La alcaldía advierte que si el promedio diario supera los 400 entierros, tomará nuevas medidas, aunque descarta que el Vila Formosa pase a funcionar 24 horas.
El ayuntamiento analiza la construcción de un cementerio vertical en la zona este, mientras los lotes del Vila Formosa se llenan con rapidez.
Los sepultureros calculan que en 12 meses ya usaron 26 lotes, superficie que en tiempos pre-pandémicos rendiría para más de dos años de entierros.
“Aquí hay espacio para seguir”, dice uno de los hombres. “Ahora, a este ritmo no sé hasta cuándo habrá”.