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Las ideologías totalitarias continúan vigentes en el mundo.
Pese a la derrota militar del nacional-socialismo y del socialismo facista en la Segunda Guerra Mundial, y algunas claves derrotas políticas del socialismo marxista-leninista, esta última goza de buena salud.
La caída del bloque soviético en 1991 fue una victoria contra esa ideología totalitaria, pero sigue vigente en otros gobiernos (China, Cuba, Corea del Norte, Vietnam y Laos); y la presencia de grupos marxistas y filomarxistas en las democracias liberales de todo el mundo viene cobrando auge desde hace varios años.
En los Estados Unidos, durante el gobierno de Donald Trump, esos grupos activaron con mayor fuerza.
Pero, sus actos violentos vienen desde hace años, incluso bajo el gobierno del anterior presidente Barack Obama.
Durante la administración de este mandatario, esos grupos llevaron a cabo acciones violentas.
Un incidente policial que terminó con la muerte de un hombre negro en Baltimore, en 2015, sirvió de pretexto a estos grupos para iniciar incendios y saqueos en la ciudad de Baltimore.
A Obama no le cayó en gracia que bajo su gobierno sucedieran esos hechos, y los calificó con contundencia como “matones y criminales”.
Es que esos grupos usan el racismo (así como otras causas justas e inventadas) como arma.
Utilizan la idea instalada de que en Estados Unidos la Policía dispara más contra personas negras, que contra las blancas; aunque existen estudios que demuestran, no solo que eso no es cierto, sino que incluso revelan que los policías blancos son menos propensos a disparar que los policías negros y latinos, en las intervenciones policiales.
Y, no es que no haya racistas en los Estados Unidos, como en otras sociedades, sino que estos radicales hablan de “racismo estructural” para justificar que pueden atacar a todo el sistema de la sociedad.
Durante el caso ocurrido en Baltimore, en ese año 2015, el presidente del país era negro, la alcaldesa de la ciudad era negra, el comisionado de policía era negro, la fiscalesa a cargo de la investigación era negra...
Pero, como queda dicho, la realidad no importa, se siguió, y se sigue, hablando de “racismo estructural”.
Lo importante para los totalitarios es fijar una idea y, luego, todo aquel que la critique, es el enemigo.
Durante años, principalmente en la última década, en Estados Unidos, los grupos comunistas han usado la violencia abiertamente, ante el cómplice silencio de grandes medios de comunicación.
Inicialmente, atacaron universidades, donde no permitían que nadie que pensara diferente a ellos pudiera dar una conferencia en esos recintos, que por excelencia deben ser oasis de libre expresión y confrontación de ideas.
Oradores liberales, conservadores, socialdemócratas, eran atacados impunemente; y vandalizadas las edificaciones, tanto de las propias universidades, como de las ciudades donde se encontraran.
Esta violencia no pasaba de una cobertura secundaria en los medios; y hoy se pueden encontrar las grabaciones de dichos ataques en internet, en sitios aislados, y muy poco en los principales medios de información.
Donald Trump, en su campaña de 2016, con un discurso populista, se ganó el apoyo de conservadores, y la crítica de socialdemócratas y liberales.
Pero, la postura política de Trump fue aprovechada por esos grupos, quienes pasaron a acusar a Trump de prácticamente todo, con grandes mentiras sobre su persona y sus acciones, instalando en la política estadounidense que ya no se trataba del adversario político, con quien debatir, sino de un “enemigo” a quien hay que eliminar.
Al posicionarlo con ese rótulo, y lo hacen en otras partes del mundo también, pretenden presentar como justificable cualquier ataque contra quienes apoyen a ese “enemigo” o, simplemente, no los condenen, por lo cual pasan a ser también blanco de ataques “justificados”.
Esta perversa lógica ha sido utilizada por grupos extremistas desde siempre.
En las democracias liberales, acostumbradas a una pacífica vida política (con todas sus propias problemáticas), sus sociedades no aprecian en toda su magnitud la amenaza de estos grupos contra nuestras libertades.
Prefiere tomarlos como grupos pequeños, sin poder real para implementar sus ideas absolutistas; e incluso, se niega su existencia.
Pero, desgraciadamente, no es así.
Son, ciertamente, facciones minoritarias, pero de ninguna manera se las debe subestimar.
Son organizados, motivados fanáticamente, dispuestos a justificarlo todo para imponer sus ideas.
Cuando los nacional-socialistas y los socialistas marxistas comenzaron a aparecer, en otros tiempos, en otros países, nadie pensó que para imponer su ideología podrían llegar tan lejos con sus crímenes, como tristemente llegaron.