El tribunal indicó que la magistrada “falleció esta noche rodeada de su familia en su casa de Washington, D.C., debido a complicaciones de una metástasis en el cáncer de páncreas”.
En el mismo comunicado, el jefe del Tribunal Supremo de EE.UU., John Roberts, nombrado por el expresidente republicano George W. Bush (2001-2009), rindió homenaje a la magistrada.
“Nuestra nación -dijo Roberts- ha perdido a una jurista de estatura histórica. Todos en el Tribunal Supremo hemos perdido a una compañera querida. Hoy guardamos luto, pero tenemos confianza en que las futuras generaciones recordarán a Ruth Bader Ginsburg como nosotros la conocimos, una campeona de la justicia incansable y resuelta”.
Nominada por el expresidente Bill Clinton en 1993, Ginsburg era la jueza de más avanzada edad de los nueve que conforman el Supremo y en los últimos años había tenido problemas de salud que habían forzado varios ingresos hospitalarios.
La jueza llevaba años luchando contra el cáncer: en 2009 superó uno de páncreas; en 2018 tuvieron que extirparle unos nódulos malignos de su pulmón izquierdo; y en el verano de 2019 reapareció el tumor en el páncreas.
Ginsburg llevaba casi tres décadas en el Tribunal Supremo, donde llegó en 1993 como la segunda mujer de la historia que ocupaba un puesto en esta corte, después de toda una carrera dedicada a causas feministas y a los derechos civiles.
La salud de la magistrada, por su avanzada edad, han tenido en vilo al país, especialmente a las filas progresistas, que temían que si Ginsburg abandonaba el Supremo, su sustituto sería elegido por el presidente, Donald Trump, para ampliar la ya existente mayoría conservadora de la corte más importante del país.
El presidente y la magistrada mantuvieron una difícil relación después de que Ginsburg lo calificara de “farsante” antes de las elecciones de 2016, un comentario del que tuvo que retractarse y que provocó que Trump pidiera su dimisión.
El Supremo está compuesto por nueve jueces con puestos vitalicios, actualmente 5 conservadores y 4 progresistas.
Trump logró en su primer año como presidente que la mayoría republicana en el Senado diera luz verde a su primer nominado para el Supremo, el juez Neil Gorsuch, y después, el 6 de octubre de 2018, consiguió lo mismo para que Brett Kavanaugh, acusado de abusos sexuales, se pusiera la toga en el alto tribunal.
Una pionera que luchó por la igualdad de mujeres y hombres
Ruth Bader Ginsburg falleció convertida en adalid del feminismo y en un icono de la cultura pop con millones de fans que la homenajean por haber esculpido una doctrina legal que permitió hacer avances clave hacia la igualdad de género.
“Notorious (Reputada) R. B. G.” es la expresión con la que miles de memes compartidos en internet, impresos en camisetas y recreados en tatuajes honran a la que fuera la más anciana de los nueve magistrados del tribunal.
El mote proviene de “Notorious (Reputado) B.I.G.”, considerado uno de los raperos más influyentes de la historia de la música, con el que Ginsburg comparte su origen en Brooklyn (Nueva York) y, según sus seguidores, el carácter pionero de su carrera.
Cuando en 1956 Ginsburg comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Harvard, sólo otras ocho mujeres compartían pupitre con 500 hombres y, en la profesión jurídica, la representación femenina se limitaba al 3 %, recuerda en su biografía “My Own Words” (“Mis propias palabras”).
Una mujer en un mundo de hombres
Ginsburg se adentró en un mundo reservado para los hombres y se topó con muchas dificultades. Se mudó a Nueva York en 1958 y, cuando ese mismo año se graduó como primera de su promoción, ningún bufete de abogados la contrató por el mero hecho de ser mujer.
Se concentró en el mundo académico y comenzó a dar clases en la Universidad de Columbia para unos años más tarde, en 1972, ser una de las fundadoras del Proyecto de Mujeres de la Unión para las Libertades Civiles en América (ACLU, en inglés), cuyo objetivo era cambiar las leyes para garantizar la igualdad efectiva entre hombres y mujeres.
La hora de las mujeres
La estrategia de Ginsburg era usar los fallos contra la segregación racial para mostrar que la jurisprudencia ya establecía que todas las personas deben tener los mismos derechos bajo la ley, un principio recogido en la Constitución de EE.UU., pero que entonces no se aplicaba a las mujeres.
En vez de apostar por un cambio radical, Ginsburg fue cosechando pequeñas victorias que creaban un precedente jurídico y sobre las que se basaba para, paso a paso, desmontar el sistema que permitía la discriminación.
Además, Ginsburg llegó a entender que parte de su misión era “educar” a la mayoría de hombres blancos que ocupaban el Tribunal Supremo y que creían que no había ningún error en su visión del mundo.
“En esos días, me veía a mí misma como una profesora de infantil porque los jueces no creían que la discriminación de género existiera”, recordaba sonriente en un documental sobre su vida estrenado en 2018.
Fue en 1975 cuando Ginsburg hizo ver a los magistrados que la discriminación de género era un problema de fondo que perjudicaba por igual a hombres y mujeres. Lo hizo a partir del caso de Stephen Wiesenfeld, un hombre al que el Gobierno negó una ayuda económica de viudedad porque estaba reservada para mujeres.
Ginsburg consiguió que los jueces fallaran unánimemente a su favor y, poco después, el Tribunal Supremo accedió a revisar si, durante siglos, había actuado con un sesgo machista.
En total, Ginsburg argumentó seis casos frente al Supremo entre 1973 y 1976, de los que ganó cinco; mientras que el Proyecto de Mujeres de ACLU participó en 300 denuncias en sólo dos años, entre 1972 y 1974.
De jueza moderada a azote progresista
La lucha por la igualdad de Ginsburg adquirió una nueva dimensión en 1980, cuando dejó la abogacía para vestir la toga de jueza y pasar a la corte de apelaciones de la capital de EE.UU., donde se labró fama de moderada y cautelosa y desde donde dio el salto al Tribunal Supremo en 1993 gracias al nombramiento del presidente demócrata Bill Clinton.
Fue la segunda mujer en llegar a la máxima instancia judicial de EE.UU. después de Sandra Day O’Connor, por la que Ginsburg profesaba una gran admiración a pesar de representar polos opuestos a nivel ideológico.
En EE.UU., los jueces de la corte suprema son nombrados por los presidentes, que suelen elegir a magistrados que están de acuerdo con su filosofía legal.
Al principio, Ginsburg se ubicaba en el centro-izquierda del espectro político; pero, a medida que la corte suprema se volvió más conservadora, comenzó encarnar visiones más progresistas y tomó la costumbre de exponer sus argumentos en un escrito que publicaba como voto particular, como cada vez que disentía con la mayoría de magistrados.
Según explica en su biografía, Ginsburg entendía que esos escritos estaban reservados para temas de importancia clave y daban al Congreso la oportunidad de corregir un error legal.
En 2007, esa idea se hizo realidad: La jueza expresó su desacuerdo con una sentencia del Tribunal Supremo que permitía que las mujeres siguieran siendo víctimas de discriminación salarial y, en respuesta, dos años después, el Congreso aprobó una ley para revertir esa situación.
Poco a poco, sus vehementes opiniones se volvieron más coloridas y comenzaron a llamar la atención de los más jóvenes, especialmente después de que en 2013 la magistrada se opusiera a acabar con parte de una ley que garantizaba el derecho al voto de los afroamericanos y había sido aprobada en 1965.
El cáncer
De esa forma, la “Notorious (Reputada) R. B. G.” se convirtió en un fenómeno en internet que ha generado una enorme cantidad de “merchandising”, incluido un libro en el que se detallan los ejercicios -pesas, abdominales y sentadillas- que la octogenaria hacía dos veces por semana con su entrenador personal.
Comenzó a hacer esos ejercicios en 1999 después de superar un cáncer de colon. Ese fue el principio de su batalla contra el cáncer: en 2009 superó otro cáncer de páncreas, en 2018 tuvieron que extirparle unos nódulos malignos de su pulmón izquierdo y, en el verano de 2019, reapareció en el páncreas ese mal, aunque en ese momento parecía haberlo vencido.
Este año, sin embargo, la jueza tuvo que hacer frente de nuevo al cáncer de páncreas que ha acabado por costarle la vida.
El cáncer también le arrebató al amor de su vida, Martin, al que conoció cuando ambos estudiaban en la Universidad Cornell en Nueva York. “Él era el único joven con el que salí al que le importaba que tuviera un cerebro”, repitió en varias ocasiones Ginsburg.
El otro hombre en la vida de Ginsburg fue el fallecido juez conservador Antonin Scalia, al que le unía una gran amistad a pesar de sus fuertes diferencias ideológicas y con el que compartía la fascinación por la ópera.
Ginsburg es considerada como una heroína por buena parte de EE.UU.; pero, a cambio, se convirtió en el blanco de odios de la derecha radical, que se burlaba de su edad y le pedía dejara su cargo vitalicio en el Tribunal Supremo.
Ante la pregunta de cuándo pensaba jubilarse, Ginsburg siempre respondía de una manera similar: “seguiré haciendo este trabajo mientras pueda hacerlo, y cuando no pueda, ese será el momento en el que me retiraré”.