Padres de familias acomodadas se han organizado por su cuenta para solicitar permisos de escolarización doméstica al estado de Nueva York y han reclutado docentes como Elizabeth Smith, profesora de secundaria que está considerando abandonar su trabajo convencional para enseñar a una de estas " cápsulas " , creada por un grupo de padres en una espaciosa granja a las orillas del río Hudson, alejada del ruidoso Brooklyn.
“Tras la reunión con la gerencia para hablar sobre la reapertura, al menos ocho maestros han abandonado sus puestos o han empezado a buscar otro empleo. No hay un plan claro para evitar contagios. Hay clases que ni siquiera tienen ventanas”, explica Smith en entrevista con Efe sobre su actual escuela, que abrirá en septiembre en modo presencial. Cerca de unos tres millones de estudiantes se agrupan en las ciudades o zonas metropolitanas de Nueva York, Los Ángeles y el Distrito de Columbia y, pese a que muchos comenzarán las clases en remoto, la inminencia de la vuelta escalonada al colegio hace temer una nueva ola de infecciones que llegue a los hogares.
Autobuses llenos, pasillos sin mascarillas, clases sin ventilación y padres que vuelven al trabajo y no tienen alternativas para cuidar a sus hijos, componen un panorama educativo imposible, en el que algunos alumnos caen en el fracaso escolar y personas con problemas de salud se enfrentan a un virus mortífero. “Muchos compañeros se ven en una situación muy difícil, con familiares enfermos y sin opciones de dejar su trabajo. Con los planes de apertura actuales temen que sus seres queridos se expongan al coronavirus y puedan morir”, explica Liat Olenick, maestra en una escuela pública de Nueva York y miembro del sindicato de maestros UFT.
El distrito escolar de la ciudad de Nueva York, el más grande de Estados Unidos con más de un millón de alumnos, 100.000 maestros y sustitutos y unos 1.800 centros escolares, abrirá sus puertas en modalidad presencial el 10 de septiembre. Con menos de un 5 % de los test de COVID-19 con resultado positivos, el estado está mejor posicionado que la mayoría del resto del país para reabrir sus escuelas, pero persiste el temor de que como en el caso de países como Israel, la vuelta a las clases provoque un repunte de los contagios.
Clases como en 1910
Ante la complicada disyuntiva a la que se enfrenta Nueva York, algunos padres han propuesto ser vanguardistas y pensar cómo a principios del siglo XX, cuando las clases se daban en el exterior para evitar la propagación de la tuberculosis. Para Rebecca Cook-Mack, madre de dos niños escolarizados en Brooklyn, no hay vuelta atrás: “Esta es la oportunidad para que finalmente los estudiantes de las escuelas más desfavorecidas puedan recibir una educación de calidad que incluya dinámicas más creativas y flexibles”.
Cook-Mack es parte de un grupo de padres de Nueva York que ha conseguido casi 4.000 firmas para que las clases se impartan al aire libre. “Queremos que las escuelas públicas habiliten espacios para la enseñanza en el exterior, que es algo que las escuelas privadas o concertadas más pudientes van a acabar haciendo, porque además contribuye a una mayor calidad de la educación en general“, explica.
“Las clases en el exterior tenían sentido entonces y tienen sentido ahora. La única diferencia es que en aquel entonces tenían líderes que pensaron de manera creativa y habilitaron el espacio necesario " , asegura Cook-Mack. Olenick coincide en la idoneidad de sacar los pupitres a las calles, una solución tan sencilla como efectiva: “Un gran número de aulas en los colegios públicos de Nueva York no tienen ventilación adecuada. La educación en el exterior no es solo más segura en un tiempo de pandemia; es más apropiada y liberadora”.
“En el fondo esto es un asunto de igualdad en la enseñanza. Porque los padres en las escuelas con más fondos presionarán para que las clases se den en un ambiente seguro, mientras que el resto de alumnos seguirá en sus clases de siempre”, lamenta Cook-Mack. “Queremos una imaginación radical -asevera-. Esto es posible. Cerremos las calles, saquemos las escuelas al aire libre”.
Menos exigencia en las clases en línea
Al otro extremo del país, en California, vive la familia Hadzibabic Aspiazu. La matriarca, María, una ecuatoriana de 51 años, ha sido profesora en el área de San Diego durante los últimos quince, hasta que el año pasado optó por jubilarse.
“Creo que todas las familias se sienten un poco nerviosas sobre cuál será la mejor decisión”, comenta a Efe Aspiazu desde el salón de su casa. Debido a su jubilación y por la edad de sus dos hijos -Nikolina, 16 años, y Mateja, de 14-, la opción de clases en línea es fácil de adoptar. De hecho, durante el primer semestre del próximo curso, el distrito escolar San Dieguito Union High School ha decidido que todo se hará de manera digital. María está contenta con esa decisión, aunque es consciente de que otros chicos “necesitan que un maestro esté encima de ellos para ayudarlos”.
“Echo de menos ver a mis amigos, comentar cuestiones con los profesores... En realidad, las clases en línea no me motivan mucho”, dice Nikolina, buscando una mirada de aprobación de sus padres. Expertos como Jennifer McCombs, del centro de estudios RAND Corporation, recuerdan que muchos estudiantes se enfrentan a pérdida de conocimientos en esta pandemia similares a los que se producen en los parones de verano, con el añadido de que el coronavirus puede extender ese período mucho más tiempo.
Las comunidades de bajos ingresos, hispanos y afroamericanos, son los que mayor riesgo tienen de perder terreno en esta transición a la que les ha expuesto la pandemia. La escuela a la que van Nikolina y Mateja, Torrey Pines High School, está a unos 20 kilómetros de Poway, otra localidad del condado de San Diego. Pese a la escasa distancia, el distrito escolar de Poway ha optado por una mezcla de clases presenciales y en línea, una medida que no ha sentado bien a algunos padres.
Una de las familias contraria a esa decisión y que prefiere mantener el anonimato ha decidido que sus tres hijos, de entre 8 y 16 años, se queden en casa hasta que no se distribuya una vacuna contra el coronavirus. “Me parece muy irresponsable que empiecen a mezclar a los niños. Obviamente, habrá contagios en la escuela y nosotros no queremos que nuestros hijos sufran de esa enfermedad”, explica a Efe el padre de esta familia, afincada en el sur de California desde hace casi dos décadas.
El desafío para los hispanos
Para Kelmary Salazar, una venezolana de 43 años que desde 2016 decidió probar suerte en EE.UU., la pandemia le ha regalado más tiempo con su hija de 7 años, pero también le ha puesto frente al reto de una educación en un idioma distinto al suyo. “El idioma, eso para mí ha sido frustrante. Ahorita me siento una mamá frustrada”, afirma con contundencia, al relatar que el inglés ha sido la principal barrera cuando intenta ayudar a su hija a cumplir con los deberes.
Las autoridades educativas de Springfield, la población de poco menos de 40.000 habitantes en el estado de Virginia donde reside, decidió la semana pasada que las clases comiencen de forma remota durante el primer periodo de calificaciones, aunque no descarta pasar más adelante a un modelo mixto. “Yo se lo estoy enseñando todo en español. Lo que puedo, se lo enseño en español”, comenta Salazar resignada, ya que, recuerda, no tiene la pedagogía para ayudarla como lo hacen los profesionales.
Mientras, su hija se siente frustrada por no poder volver a la escuela y estar con su maestra y sus amigos, por lo que el nuevo año escolar viene con el reto agregado de animarla a entrar a un aula virtual, algo que rechazaba en los meses finales de su primer grado. “Todo esto que está sucediendo está retrasando su educación”, lamenta esta inmigrante, que como muchas otras madres latinas confía en la educación como el trampolín social para la generación de sus hijos.