“Sabemos desde hace tiempo que las palabras son seguidas de los actos y los electos del pueblo no pueden liberarse de esta responsabilidad”, estimó el presidente de la cámara de diputados, Wolfgang Schäuble, en una entrevista el sábado para el diario Handelsblatt. Una crítica dirigida al partido Alternativa para Alemania (AfD), que desde el 2017 es la principal fuerza de oposición en el Bundestag con 89 diputados, a donde llegó empujado por la ola de miedo que provocó en la población la llegada de más de un millón de solicitantes de asilo en 2015 y 2016.
“El problema es que el AfD no tiene límites”, añadió Schäuble, miembro del partido conservador de la canciller Angela Merkel, que llegó incluso a calificar de “fascista” al jefe de filas del ala más radical del movimiento de extrema derecha, Björn Höcke. El lunes, Höcke se unió durante una manifestación al movimiento antimuslmán y ultrarradical Pegida para, como viene haciendo desde hace años, agitar el miedo sobre una gran “sustitución” de la población autóctona alemana por los inmigrantes.
’Brazo político’
El secretario general del partido socialdemócrata SPD, socio de los conservadores en el poder en Berlín, Lars Klingbeil, calificó al AfD de “brazo político” de los individuos más radicalizados del movimiento de extrema derecha y de los que abrazan sus tesis, como el autor de los atentados de Hanau, en los que murieron 9 personas.
“Por supuesto, no puede haber una responsabilidad en el sentido penal, pero está claro que lo que dicen el AfD y algunos de sus responsables políticos contribuye a estos actos” , estima el politólogo berlinés Carsten Koschmieder en la cadena pública ARD.
El autor de los atentados de Hanau, obsesionado por teorías raciales, mostraba preocupación en un “manifiesto” por la disolución de la raza germánica debido a la nacionalización de extranjeros. “Es exactamente el discurso del AfD”, señala Koschmieder.
El partido dice por su parte que es víctima de una campaña de calumnias. Su principal dirigente, Alexander Gauland, ve en estas críticas una “instrumentalización miserable” de un acto sin relación con su movimiento. Todos los jefes del AfD no tardaron en decir que los atentados fueron el acto de un desequilibrado al que nunca se le debía haber dejado llevar un arma.
Vigilancia
La presión en cambio sigue aumentando. La izquierda pide que los servicios de inteligencia vigilen ahora al partido en su conjunto. Algo que en Alemania está reservado a las organizaciones que representan un peligro para el Estado y que lleva grabado el sello de la infamia política. El ala más radical del AfD está ya bajo el radar de estos servicios. El sábado, responsables de los dos partidos en el gobierno pidieron además que se aparte de la función pública a los militantes del AfD.
“Precisamente, se espera del servicio público una adhesión clara a nuestra democracia” y “una afiliación al AfD no puede, en mi opinión, ser compatible”, declaró Patrick Sensburg, un diputado del partido Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller, para el Handelsblatt.
Los atentados ya han tenido su primera consecuencia política. Hasta ahora, la CDU ponía en el mismo plano a la extrema derecha y a la extrema izquierda, fruto del partido comunista de la RDA, rechazando alianzas políticas con ellas. El viernes por la tarde, el movimiento incumplió esta regla al aceptar un gobierno minoritario en Turingia dirigido por un miembro de la izquierda radical alemana, Die Linke, para sacar al Land de la parálisis política.
Una crisis en la que precisamente le había metido el AfD al aliarse con la derecha moderada local. Hanau ha demostrado “que no debe haber ninguna cooperación con un partido que tolera a los nazis en su seno”, afirmó la presidenta del partido CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, que anunció el 10 de febrero su dimisión tras las turbulencias en Turingia.