Para limpiar las habitaciones, servir el desayuno y estar presente para los huéspedes, los empleados se organizan lo mejor posible para cumplir con todas las tareas. En una habitación doble del Hotel Royal Saint Germain, de 3 estrellas, situado en pleno corazón de París, Rose, de 53 años, reajusta las cortinas floridas y luego alisa la parte superior de la cama.
Esta empleada, que vive en Bondy, en los suburbios del norte de París, se levantó a las cuatro de la mañana para asegurarse que podía entrar en servicio a las ocho y limpiar unas 15 habitaciones.
Hace el camino primero a pie, luego en un autobús repleto y finalmente en metro -en una de las poquísimas líneas que funcionan-. Desde el inicio de la protesta contra la reforma de las pensiones del presidente Emmanuel Macron, Rose tarda unas dos horas en recorrer los 15 kilómetros que separan su domicilio de su lugar de trabajo. Por la mañana y por la noche.
“Es un lío. Hago el esfuerzo de venir porque necesito trabajar y no quiero agotar todos mis días de vacaciones, pero realmente me gustaría que terminara”, explica a la AFP .
Este establecimiento, de 44 habitaciones, puso en marcha desde el comienzo del movimiento medidas para reducir los horarios de trabajo, facilitar el uso compartido del coche o incluso financiar el estacionamiento de los que vienen en automóvil.
Pero cuando comienza la tercera semana de huelga en los transportes públicos de la capital francesa, “todo el mundo está agotado” , constata la directora del hotel, Charlyne Coia. “La primera semana, el ambiente era realmente bueno. Por supuesto era complicado a nivel transporte, pero todos nos unimos. Ahora, el personal está agotado” , manifestó.
Un verdadero calvario
Para los más afectados, la directora propuso “bloquear” habitaciones. “Pero, obviamente, todas las empleadas se negaron. No pueden dejar a sus hijos”, explica la responsable, deplorando “que las huelgas penalicen más a las personas que tienen los salarios más bajos, una familia numerosa y viven lejos de París”.
Chimène, de 42 años, madre de tres niños, ha visto así sus días “prolongados de por lo menos cinco horas” . Es recepcionista desde hace tres años, vive en Seine Saint Denis, suburbio popular de París, y no tiene otra opción que venir en coche.
“Pensé que sería temporario, que la huelga iba a durar un día. Me equivoqué. Entre el tráfico, la contaminación y el precio de la gasolina, estoy disgustada y agotada”, explica. “Es un calvario” , comenta por su parte Mamadi Camara, único hombre del equipo. “Esto es físico. Hay que estar al 100%, todo tiene que estar limpio” , agregó.
Este habitante de Epinay sur Seine, cansado de pasar “cinco horas al día en coche” , decidió dormir en el hotel a partir del lunes mientras siga la huelga. El movimiento también afecta la asistencia al hotel que, normalmente completo en Navidad, perdió 400 pernoctaciones desde el inicio de las protestas, unos 10.000 euros (12.000 dólares) menos de volumen de negocios.
“Empezamos a tener reservas para febrero y marzo. Pero se siente que la gente está intranquila y no quiere reservar para enero”, señala Coia, que teme una continuación del movimiento después de las Fiestas.