En su 250 natalicio, Alemania y los países americanos que visitó entre 1799 y 1804 evocan su legado como precursor del ambientalismo. En un corredor de acceso al edificio de administración del Colegio Humboldt de Guayaquil, una pequeña balsa de troncos de madera evoca el crucial paso que hizo por la ciudad el expedicionario y naturalista prusiano Alexander von Humboldt.
Corría el año 1803, y el científico hizo una inesperada parada en su travesía por el Pacífico, de Lima a México, para verse con otros que, como él, desgranaban por aquel entonces los misterios de la ciencia. Gracias a una ilustración que dejó en sus diarios, la maqueta del artista guayaquileño Carlos Mosquera reproduce lo más fielmente posible la nave que Humboldt utilizó para recorrer las vías fluviales de la hoy provincia de Guayas, en el sur de Ecuador.
Una embarcación que ha cobrado vida gracias a una réplica a escala casi real (15 metros en lugar de 17) que se ha construido con motivo del la conmemoración del natalicio del investigador. Ambas son una reivindicación histórica de la etapa perdida de un viaje por tierras americanas que sentó las bases de conceptos tan básicos en nuestros días, pero entonces tan inexpugnables, como geografía, ecología, ecosistema o, incluso, cambio climático.
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La Guayaquil de entonces, una ciudad de unos 12.000 habitantes dentro del Virreinato de Nueva Granada, fue donde el investigador prusiano sintetizó su esquema ‘Geografía de las plantas’, en el que estratificó por alturas todo lo que había encontrado acerca de la flora, fauna y mundo mineral, junto a otros componentes como la temperatura, presión y corrientes de agua, explica a Efe el historiador ecuatoriano Melvin Hoyos.
Y es también en esta ciudad donde, “uno o dos días antes de su partida”, concluye que “estos animales solamente pueden existir en este sitio porque, solo en ese sitio nacen las plantas de las que se alimentan”. Como si de un trabajo del propio Humboldt se tratara, la de Hoyos es una descripción esquemática pero fidedigna del que es considerado como el padre de la geografía, la ecología, el medioambientalismo y quien, ya en el siglo XIX, apuntara por primera vez a la fuerza destructora del hombre sobre la naturaleza.
A su llegada a Guayaquil, el explorador ya tenía la hipótesis de que el planeta era un “ente vivo” en el que las fuerzas de la naturaleza confluían en todo mineral, ser vivo, o planta, pero fue en Guayaquil, abunda Hoyos, donde “se sienta a hacer la síntesis (de sus descubrimientos) desde que había entrado en Venezuela ” en 1799.Unos descubrimientos, los de América, que, según escribió el propio investigador, fueron la “semilla” de ‘Cosmos’, su obra maestra publicada a mediados del siglo XIX, y traducida entonces a casi todos los idiomas europeos.
Prusiano de nacimiento, Humboldt llegó al mundo un 14 de septiembre de 1769, y en su larga vida, 89 años, llegó a acumular un prestigio y una popularidad sin precedentes, inspirando los trabajos del británico Charles Darwin o los estadounidenses Henry David Thoreau y John Muir, entre muchos otros. Sus estudios cobraron celebridad a base de sus incontables expediciones por Europa, Asia Central y, sobre todo, por un periplo que se prolongó cinco años por tierras americanas.
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En esa expedición, que accidentalmente comenzó por Venezuela, acabó visitando las hoy Colombia, Ecuador, Perú, México y Estados Unidos, además de Cuba. Por el corredor andino ascendió a cumbres como las del Chimborazo para profundizar en el estudio de los volcanes (sugirió la relación subterránea entre los volcanes siguiendo las fisuras en la corteza terrestre), y también analizó el impacto y cambios de temperaturas del clima según la altitud, y el efecto sobre la flora y la fauna.
Aunque quizá es más recordado por su estudio de las corrientes oceánicas ya que, una de ellas, en la que el agua fría sube de las profundidades frente a las costas de Chile y Perú, lleva su nombre. En conjunto, sus investigaciones le llevaron a concebir una percepción sistémica de la naturaleza y del universo. “Entrelaza todos sus descubrimientos del mundo mineral, animal y vegetal, con todo lo que tiene que ver con el ambiente, tanto en el fondo del mar como en la atmósfera. Esas vinculaciones entre naturaleza y ambiente es lo que le permite crear el sustento de la ciencia que se llamará en el futuro ecología” , explica Hoyos, para quien Humboldt dio vida, aunque “sin ese nombre”, al concepto de “ecosistema”.
Decenas de volúmenes recogen sus conclusiones, entre ellos su “Ensayo sobre la geografía de las plantas (1805)” o “Vista de la Cordillera y monumentos de los pueblos indígenas de América (1810)”, que fueron traducidos a numerosos idiomas europeos, publicados y ampliamente estudiados, generándole un vasto reconocimiento científico por toda Europa y Estados Unidos del que fueron reflejo las incontables celebraciones que hubo en 1869 por el centenario de su natalicio.
Y es que sus técnicas esquematizadoras y su habilidad para ilustrar con dibujos lo que había visto y documentado con sus propios ojos, acercaron sus investigaciones a estudiantes y eruditos. Sin embargo, ya hacia finales del siglo XIX y principios del XX, ni su icónico “Cosmos” -una obra de cinco volúmenes en el ocaso de su vida con todas sus conclusiones- consiguió perpetuarle en el altar de los científicos universales.
“Se conoce más al hermano (el lingüista y educador Wilhelm von Humboldt) que a Alexander. Pero si uno revisa la documentación sobre Latinoamérica, su posición sobre el entendimiento entre los pueblos, el medioambiente, en la investigación, (vemos que) no solamente es un científico sino que va mucho más allá: ¡Es transversal!”, señala a Efe Sabine Meinlschmidt, rectora del colegio alemán en Guayaquil que lleva el nombre del naturalista.
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El Gobierno germano, a través de la Fundación Alexander von Humboldt, y de organismos dependientes por todo el mundo, trata este año de reivindicar la figura de un investigador que dejó una huella indeleble en América Latina, donde el concepto “naturaleza” recibe en sus escritos la interpretación más amplia.
“Hizo observaciones sociológicas sobre la región y observaciones de diferentes órdenes”, sostiene Ramón Sonnenholzner, presidente de la Fundación del colegio alemán y promotor del proyecto de la Balsa.Y recuerda que, para Humboldt, la naturaleza había que entenderla no desde una visión “antropocentrista”, en la que los seres humanos piensan que “son los únicos seres (vivos) del plantea”, sino desde una perspectiva global, en la que son “parte de la naturaleza: un cosmos, una sola unidad”.
Una medida de prudencia que hizo prever al naturalista los devastadores efectos que podría llegar a tener la humanidad sobre el entorno que le sirve de hogar. Humboldt era en ese sentido un polímata cuyos conocimientos se expandían a lo largo y ancho de la ciencia de la época y que abarcaban desde la geografía hasta la astronomía, pasando por la filosofía, etnografía, antropología, física, zoología, botánica, mineralogía, geología, vulcanología, climatología, meteorología y oceanografía, todo ello dentro de una interpretación humanista que, en más de una ocasión, le llevó a pronunciarse en contra de la esclavitud y a favor de la igualdad de derechos.
Pero quizás ese conocimiento generalista fue una de sus propias maldiciones, porque el mundo especializado hacia el que evolucionó la ciencia a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, dejó rápidamente atrás a los románticos y casi poéticos naturalistas de la centuria anterior. O quizá, como indica la escritora indo-británica Andrea Wulf en su libro “La invención de la naturaleza: el nuevo mundo de Alexander von Humboldt” (2015, versión inglesa) , “lo irónico es que sus ideas son ya tan obvias, que nos hemos olvidado en buena parte del hombre que las forjó”.