“Nunca es demasiado tarde. Voy a estudiar mientras puedo, porque de a poco vamos perdiendo la visión y nos convertimos en viejitas que no saben leer ni hacer nada”, afirmó en una entrevista con la AFP en el corazón del barrio de Botafogo. Edna comparte la plaza con gente de su edad, pero también con escolares o estudiantes de secundaria que aprenden matemática, inglés, biología y física, reunidos en grupos de máximo tres personas y supervisados por enseñantes.
“Adopte un alumno”
Todo comenzó por iniciativa del ingeniero Silvério Morón, de 64 años, quien después de mucho tiempo dando clases particulares para estudiantes de escuelas privadas decidió compartir su conocimiento con aquellos que no podían pagarlo. “Aclaro dudas de matemática y física (gratis)”, decía la hoja que colgó en marzo de 2018 en un mesa de cemento de la plaza Mauro Duarte en Botafogo.
El primer alumno tardó varios días en aparecer. Pero una vez que lo hizo, y gracias a una foto que se volvió viral en las redes, rápidamente se sumaron decenas de estudiantes en busca de apoyo y de profesores voluntarios. “El bajo nivel de la educación trae consigo un alto índice de desempleo y violencia”, afirma Morón, un hombre alto y risueño que ya apareció en varios canales de televisión y periódicos locales.
En un año y tres meses expandió su proyecto a los barrios de Flamengo, Copacabana y Grajaú y registró casi 300 alumnos, cifra que incluye a quienes acudieron una sola vez a despejar una duda o aquellos que asisten regularmente para mejorar el desempeño escolar. Como Camila Ribeiro, de 11 años. “Se quebró el brazo izquierdo, con el que escribe. Estuvo enyesada 60 días y en el primer bimestre sus calificaciones fueron insuficientes”, contó a la AFP su madre, Marta Ribeiro. Tras un mes de apoyo en portugués y matemática, su hija “mejoró mucho”, asegura.
Adultos aprendiendo a leer
Brasil todavía tiene 11,3 millones de personas mayores de 15 años que no saben leer o escribir, una tasa de analfabetismo del 6,8%, de acuerdo con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
Maria do Jesus Rangel, de 77 años, formó parte de ese grupo durante mucho tiempo, hasta que fue “adoptada” por una de las profesoras del proyecto. “Estoy asistiendo a clases de alfabetización porque en mi infancia no tuve esa oportunidad (...) En mi época los padres no mandaban a sus hijos a la escuela. Era muy difícil para quien trabajaba en el campo. La mentalidad era que la mujer debía cuidar la casa y los hombres trabajar la tierra”, cuenta, mientras completa una de sus tres clases semanales. “Tengo dos hijos graduados (1/8)en la universidad(3/8), ahora es mi turno”, se enorgullece.
Edna Pinheiro tiene una historia similar: aunque de niña cursó algunos años de escuela, su prioridad era el trabajo y no aprendió a leer y escribir con fluidez. “Fui seis años a la escuela. Pero volvía y ya había un saco de café esperándome para cargarlo hasta el campo, donde cortaba caña, maíz y carpía tierra. Cuando volvía a casa estaba cansada, me duchaba y dormía. Al otro día volvía a la escuela, pero sin entender nada”, recuerda.
Un “tsunami” de educación
Morón evita hablar de política y prefiere no opinar sobre las recientes protestas masivas de estudiantes y profesores contra el gobierno ultraconservador de Jair Bolsonaro. “El objetivo del proyecto no tiene nada que ver con este gobierno ni con el anterior”, asegura.
Su idea nació con el objetivo de mejorar el desempeño de los alumnos. No se trata de “cuestionar” al poder público, sino de “ayudarlo”, afirma, aunque reconoce que los profesores de la red pública deberían ganar salarios más altos.
“Sé que todavía somos una gota en el océano. Pero ¿qué futuro queremos con este proyecto? Que cada barrio de Rio de Janeiro tenga una plaza desarrollando la educación. Para eso precisamos la adhesión de habitantes de cada barrio, que salgan de su casa a la plaza para compartir conocimiento” , imagina. “Esa gota en el océano algún día puede transformarse en un tsunami de la educación” .