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Hay personas que muchas veces por día tienen pensamientos centrados en la comida o en ciertos alimentos, y otras que comen sin pensar, como un acto reflejo, y sin tomar conciencia de lo que comen y cuánto comen.
Es por eso que Jan Chozen Bays, pediatra de Harvard y autora del libro Mindful Eating: A guide to Rediscovering a Healthy and Joyful Relationship with Food (Comer Consciente: Una guía para redescubrir una relación sana y alegre con los alimentos), identifica siete tipos distintos de lo que llamamos “hambre” o la necesidad de comer.
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Su clasificación ayuda a esclarecer los distintos comportamientos alimentarios con los que nos podemos sentir identificados.
Cuáles son los tipos de hambre que existen
1. Comer por los ojos. Es el tipo de hambre que nos hace comer incluso cuando estamos llenos, al ver la foto de un postre o de una jugosa hamburguesa. Según señala Bays, son muchas las investigaciones que han demostrado que “la vista es muy potente a la hora de influir en el comportamiento alimentario e incluso puede anular todas las demás señales de saciedad”.
2. Hambre de olfato. Continuamente estamos expuestos a los aromas de alimentos tentadores, como el del pan o el café recién hecho… Antes de lanzarse de manera precipitada (y sin pensar) a comer estos alimentos tan atractivos, Bays sugiere hacer un ejercicio de toma de conciencia, y tratar de dar respuesta a las siguientes cuestiones: ¿cuántos olores puede detectar al margen del que desprenden los alimentos que han despertado su interés? ¿Cómo cambia el sabor del alimento a medida que inhala y exhala? ¿Cuánto tiempo persiste el sabor después de tragar?
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3. Hambre de boca. La experta lo describe como “el tipo de hambre que experimentan quienes tienen la necesidad de probar constantemente nuevos sabores y texturas”. En otras circunstancias de pérdida de salud se experimenta justo lo contrario, la pérdida del gusto por los alimentos. Esforzarse en la presentación de los platos, en los olores y en las texturas es fundamental para que la persona enferma recupere el apetito y la salud.
4. Hambre de estómago. ¿Tengo realmente hambre o en realidad es apetencia por algún sabor o por algún alimento en concreto? ¿Me dan ganas de comer siempre a la misma hora? Si por el contrario, el estómago “pide” algún alimento concreto, la doctora sugiere observarse a uno mismo y reconocer las sensaciones que le invaden en cada momento.
¿Tensión? ¿Nerviosismo? ¿Inquietud? ¿Fatiga mental? ¿Alegría? ¿Euforia? Es posible que el cuerpo no esté necesitado tanto de comida, pero sí de descanso. Unos ejercicios de estiramientos, unas respiraciones profundas, salir a la calle unos minutos a respirar aire fresco pueden ayudar a identificar el origen del apetito.
5. Hambre celular. Responde a uno de los instintos más primarios, la supervivencia. Por ejemplo, está estudiado que la preferencia por el sabor dulce es innata, determinada por una predisposición genética a sobrevivir, al mantenimiento de la especie.
La especialista explica esto “el cuerpo lo pide para funcionar de manera óptima, aunque la mayoría de nosotros hemos perdido la capacidad de oír lo que nos está pidiendo, ya que popularmente estos comportamientos se identifican como antojos”.
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6. Hambre de mente o de pensamientos. El poder de la mente es inmenso, y es el responsable en gran medida de nuestro comportamiento alimentario. La doctora Bays señala que “cuando comemos en base a los pensamientos, nuestra alimentación se basa por lo general en la preocupación”, lo cual nos puede conducir a comer demasiado sin justificación o, todo lo contrario, a dietas estrictas sin fundamento dietético ni médico, a una alimentación muy limitada y monótona que no se puede sostener en el tiempo porque comprometería la propia salud física y el equilibrio mental.
7. Hambre del corazón. Es importante recordar que “comer es un placer, y como tal puede exagerarse para compensar insatisfacciones en otras áreas de la vida”. Según Bays, “las relaciones más desequilibradas con los alimentos son causadas por no atender a los sentimientos”. De ahí la importancia de llenar los corazones de distintas maneras, tal y como plantean los especialistas: atender a los amigos, llamar a un ser querido, cuidar el jardín, hacer un regalo, escuchar música, dar un paseo, disfrutar de la naturaleza, agradecer lo que se tiene...
Fuente: Consumer.es