Cargando...
La parte más ingrata del arte de cocinar es el tener que lavar todos los utensilios y la vajilla que usamos. Muchos nos felicitarán por una rica comida, pero nadie dirá ¡qué bien lavaste los platos! No es extraño, es una tarea repetitiva, desagradable y que no genera ningún agradecimiento. Pero hay formas de hacer que esta tarea no resulte tan pesada ni difícil y nos dé excelentes resultados con poco esfuerzo.
Lea más: Estos malos hábitos en la cocina están arruinando tus comidas
Es cierto que ahora existe un electrodoméstico específico para lavar la vajilla, pero, aun así, hay utensilios de cocina que no caben en el lavavajillas o no se limpian correctamente, y hay también algunos tipos de sartenes, ollas o cuchillos que son recomendables lavar a mano.
En realidad, cualquier utensilio delicado debe permanecer alejado del lavavajillas, ya sea madera, cristalería fina u otras piezas con decoración intrincada. Tampoco es recomendable meter en el lavavajillas los buenos cuchillos de cocina, pues se puede dañar la junta entre el filo y el mango, así como gran parte de las sartenes. Esto nos lleva a la siguiente y aterradora conclusión: jamás nos libraremos de fregar a mano.
La rutina óptima de fregado
Muchos, sobre todo los más jóvenes, se han acostumbrado a dejar que alguien más hiciera la tarea de la limpieza y, cuando tienen que hacer esto por su cuenta y riesgo, les resulta mucho más difícil de lo que creían que era.
Lea más: Cómo cuidar los utensilios de hierro para que duren muchos años
Todos los que dejan que se acumulen los platos en la bacha, y que quede la suciedad incrustada en las ollas y sartenes, deberían saber que el fregadero es uno de los lugares más sucios de los hogares. La pila de cosas sin lavar en la cocina puede llegar a acumular 500.000 bacterias por metro cuadrado, mucho más que, por ejemplo, el inodoro, que en general suele estar más limpio. Esto tiene especial importancia en nuestro país, donde el calor acelera aún más el proceso de putrefacción de las cosas.
El ABC del fregado de platos
1. Limpiar siempre cuanto antes. Lo ideal es ir lavando lo que se pueda mientras vamos cocinando, pero, si no podemos hacer todo a la vez, al menos deberiamos hacerlo al terminar la comida. Si postergamos el fregado, no solo se quedará todo reseco y será más difícil eliminar la suciedad; además, se creará la situación perfecta para que los patógenos acampen a sus anchas por la cocina.
Sabemos que da pereza ponerse a limpiar y recoger justo al terminar de comer, pero ya que es algo que vamos a tener que hacer sí o sí, es preferible dedicar diez minutos a enjuagar los platos, que dejarlos unas horas en remojo con sus restos de alimentos pegados; eso es una invitación para que proliferen todo tipo de bacterias y contaminantes. Si, por cualquier motivo, no puedes lavar los platos en ese momento, enjuágalos con agua y unas gotas de lejía (cloro o lavandina) para evitar que se forme un caldo de cultivo.
2. Deshacerse de todos los restos de comida posible. Retirá la mayor cantidad de restos de alimentos antes de ponerte a fregar los platos. Es mejor ayudarte con un raspador o una espátula para retirar los trozos más rebeldes, que meterlo todo en el fregadero y que se acumulen los trozos de comida en la bacha.
Si tras este proceso sigue quedando comida incrustada, se debe dejar la olla o sartén rebelde en remojo con agua hirviendo, con o sin bicarbonato de sodio.
3. Si no tenés dos bachas, utiliza un balde. La mejor estrategia para lavar los platos sin gastar demasiada agua es tener un balde con agua caliente y detergente para remojar y lavar los platos, cambiando el agua según sea necesario, y reservar la bacha para realizar un enjuague final cuando hayas terminado, en vez de de lavar cada pieza, una por una, bajo el agua corriente, lo que gasta y desperdicia muchísima cantidad de este líquido vital.
Lea más: Todo lo que necesitas saber sobre los cuchillos de cocina
Este método es además mucho más eficaz cuando hay mucha vajilla para fregar, pues permite ir trabajando por lotes.
4. Utilizar el agua lo más caliente posible. Cuánto más caliente esté el agua, más fácil será disolver y eliminar la suciedad. Lo ideal es utilizar guantes para no quemarnos las manos. Fregar con guantes no solo nos protege las manos del agua caliente, sino de los detergentes y productos que usemos.
Pero es importante limpiar y secar los guantes después de cada uso y no guardarlos hechos un ovillo, lo que facilita la proliferación de bacterias. Además, no son eternos, debemos cambiarlos al menos una vez al mes, o cuando tengan un agujero.
5. Empezar por lo menos sucio. Para evitar la acumulación de suciedad en el fregadero, es mejor empezar lavando los artículos menos sucios, como vasos, copas y cubiertos, para seguir con los platos y recipientes, y finalizar con las ollas, sartenes y asaderas, que es lo que más esfuerzo requiere.
Esto permitirá cambiar con menos frecuencia el agua del balde con jabón (o ni siquiera cambiarla, si se tiene poco para fregar).
6. Hervir con lejía lo quemado. Si se trata de una olla o sartén en la que se ha quemado la comida, solo hay que cubrir el requemado de la olla con agua y echar un chorro de lejía, llevarla a ebullición y dejar que actúe durante unos tres minutos hasta que desaparece la capa negra.
Apagar el fuego, dejar templar el agua y frotar suavemente con la parte rugosa de la esponja, usando la misma agua del hervor. Quedará como nueva. En realidad, si no calentáramos la lejía, obtendríamos el mismo resultado, pero en un tiempo más largo. Así que si se trata de una asadera quemada, podemos dejarla toda la noche en agua con lavandina y amanecerá más fácil de limpiar.
7. Es preferible secar a mano. No hay nada de malo en poner a secar los platos al aire en un soporte según vamos lavándolos, pero si llenamos este lugar, es mejor secar lo que no quepa con un trapo limpio e ir guardando la vajilla. Esto es especialmente importante para las sartenes y objetos de hierro fundido que se oxidan fácilmente: deben secarse inmediatamente después de lavarlas.
8. Cuando termines, limpiá la bacha. Es conveniente insistir en que está definitivamente comprobado que el fregadero es la zona de mayor riesgo higiénico de la cocina, sino la que más de toda la casa. El hecho de ser una zona húmeda y caliente, sumado a la presencia de restos de alimentos, pone las bases para el rápido desarrollo de todo tipo de microorganismos, y atrae bichos como moscas, hormigas y cucarachas. Esto puede contaminar peligrosamente los alimentos cuando, por ejemplo, debemos escurrir la pasta o limpiar una ensalada que se comerá cruda.
Lo ideal es que, después de lavar los platos, limpiemos el fregadero completo (la bacha, los azulejos y sus uniones) con un estropajo enjabonado, lo aclaremos y lo sequemos con un paño. Esta tarea no nos va a llevar más de dos minutos y la diferencia es grande. Al terminar, podemos pasar un papel de cocina para retirar las gotas de agua y sacar el brillo al fondo y las paredes del fregadero, que son siempre las grandes olvidadas.
9. No olvides el desagüe. Es una de las partes más importantes, ya que por ahí se cuelan los restos de comida, y estos pueden desprender olores o provocar atascos. Además de limpiarlo bien, podemos comprobar que no quedan restos enganchados, retirándolos en su caso. Para evitar esto, podemos comprar un tapón que permite que pase el agua y retiene los restos sólidos. Eso sí, no hay que olvidarse de fregarlo también, en especial en la zona de la goma que tiene en la parte inferior.
10. Sacar la basura. Es importante también vaciar los tachos de basura y dejarlos limpios y sin restos de ningún tipo, sobre todo de noche, de un día para otro, ya que con el calor huelen mal y atraen bichos, cucarachas, hormigas, moscas, entre otras. Traslada la basura de la cocina a un contenedor exterior más grande, sobre todo cuando las bolsas estén llenas de restos de comidas.
Cómo limpiar los quemadores sin esfuerzo
Los quemadores de la cocina se ensucian, se engrasan y se ponen negros rápidamente. Un truco para limpiarlos sin esfuerzo es guardar cada quemador en una bolsa hermética de plástico (como las que se usan para congelar alimentos), que tenga cierre zip o similar y el tamaño necesario para poder guardar la pieza a limpiar sin que se abra.
Añadir 50 mililitros de amoniaco dentro de la bolsa. Cerrar la bolsa herméticamente (para que no se escapen los vapores del amoniaco) y agitarla un poco para que el amoniaco puro impregne bien toda la superficie sobre la que tiene que actuar toda la noche.
La acción de esta sustancia y sus vapores desprenderá la grasa sin que sea necesario ningún trabajo. Es solo cuestión de tiempo y de que esté bien cerrado. Al día siguiente, abrir la bolsa, tirar el líquido que habrá tomado un color oscuro y aclarar el quemador bajo la canilla. Sorprendentemente, y sin esfuerzo, los quemadores están como nuevos.
Qué hacer con el aceite de las frituras
Muchos se preguntan qué hacer con el aceite una vez que ya lo utilizamos y queremos limpiar la sartén o la fritadora. La solución no es derramar el aceite usado en el fregadero ni en el inodoro, porque la grasa contamina el agua, se endurece y atasca los desagües.
Lo mejor es colocar el aceite en un frasco de vidrio (de mermelada, por ejemplo), cerrarlo y enviarlo con el resto de la basura. Grasas más sólidas se pueden limpiar con papel de diario o toallas de papel de cocina.
Por Valeria Cabrera