Nadie es perfecto: Consejos para que la pareja funcione

Cuando pasa el primer flechazo, la etapa del enamoramiento total, uno empieza a verle las "fallas" al otro. ¡La vida podría ser tan hermosa si él no fuera tan desordenado, si llegara puntual o si escuchara un poco más cuando le hablo!

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De pronto nos sorprendemos rabiando porque no entendemos por qué el otro no puede cambiar esas dos o tres cositas que nos molestan tanto. Sin embargo, para la otra persona todo es distinto.

Por lo general los especialistas dicen que es posible cambiar algunos comportamientos, pero que el carácter de cada uno siempre será igual. ¿Y eso qué implica?

Por un lado, que es bueno ser consciente de que todos tenemos nuestras fallas. Nosotros también. Y que parte de la gracia de una pareja es aprender a aceptar al otro (y a ser aceptado) con esas imperfecciones o diferencias. Uno tiene un vínculo con otra persona para que lo estén conminando permanentemente a cambiar. Lo mismo le pasa al otro.

Sucede que en muchos casos, pasado el enamoramiento inicial, nos concentramos demasiado en las "fallas" del otro, nos ponemos críticos y sólo vemos lo que le falta en lugar de ver el otro 99 por ciento que lleva a que estemos con esa persona.

¡Pero es tan importante rescatar las cosas que a uno le gustan del otro! ¡Y decírselas! Las parejas suelen conversar poco, hablan sobre cuestiones cotidianas. ¿Quién busca a los niños? ¿Le echaste combustible al auto? ¿Vamos el domingo a almorzar a casa de los abuelos? Pero ¿qué hay de las conversaciones serias, algo más profundas, o cuándo encuentran un momento para intercambiar impresiones e ideas? "Hay personas que no pueden hacerlo porque no lo han aprendido", comenta el psicólogo Onno Röttgers.

También puede suceder que uno le rehuya a esa conversación por temor que el otro salte con cuestiones que le molestan. Es más, uno por lo general no quiere hacer sentir mal a su pareja ni generar problemas, y tiende a callar. Pero es un síntoma de madurez y de reflexión poder poner temas sobre la mesa independientemente de la opinión del otro, y es bueno acompañarlo con una conversación sobre el vínculo, sobre cómo se sintió cada uno después de una pelea y cuál es el comportamiento que a uno lo hace trinar.

Lo importante es no tener esa conversación en el momento álgido de la ira. Es mejor esperar a que haya un clima un poco más relajado, donde uno esté dispuesto a lograr un consenso en el diálogo, sin que una de las partes sienta que se trata de que lo solucione de un modo que uno ya pensó y punto.

Otro punto fundamental es el trabajo que uno puede hacer consigo mismo. Es clave generar en nuestro interior cierta independencia de los comportamientos del otro. Ejemplo: si siempre nos ponemos nerviosos porque el otro no llega a tiempo, mejor tomar el toro por las astas e ir yendo al encuentro que habían pautado. La otra persona llegará después. Obviamente, es importante que el otro no sienta que uno, al hacerlo, lo está "castigando". Es necesario explicar que uno lo hace porque le resulta muy incómodo llegar tarde.

Otro modo de trabajar en nosotros mismos es pensar por qué hay comportamientos que nos importan tanto. Muchas de las ideas de cómo debería ser o portarse el otro son asuntos que acarreamos desde la infancia. ¿Será me estorba tanto que llegue tarde porque mi madre siempre me dejaba esperando? Pensar cuál es el origen de esas molestias o qué es lo que disparan puede ser muy útil para relajar una situación reiterativa.

Además, tenemos que tener en claro que hay cosas que no cambiarán. Si alguien es muy desordenado, nunca será un obsesivo de la limpieza; si alguien es de aguas calmas, nunca será una explosión de diversión ni el que anime la fiesta.

Y, más allá de eso, es importante recordar que "todo equipo vive en parte de la diferencia", apunta Röttgers.

De todos modos, por más bueno que sea ser tolerante o estar bien predispuesto a lograr un consenso, todo tiene límites. ¿Cuál es la línea roja? Eso es algo que debe ir encontrando cada uno. Hay psicólogos que dicen que el límite es cuando la pareja está restringiendo mi desarrollo o mi desenvolvimiento. Por ejemplo, ¿tienes que renunciar a tu sueño de tener una familia porque el otro no lo desea? ¿O tu pareja tiene un comportamiento que realmente va en contra de todo lo que quisieras y aprendiste en tu hogar? Un ejemplo extremo es la violencia familiar, que por supuesto no debería ser tolerada.

Cuanto más radicales son las diferencias, más complejo se vuelve sostener la relación. Si las posturas y los valores de las partes son totalmente distintas, puede que el vínculo no funcione y que no haya otra opción que seguir un camino que uno prefiera transitar solo.

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