El doctor en Psicología Sergi Rufi tiene conocimiento de que cada día 10 de enero se conmemora de manera informal el ‘Día de la Gente Peculiar’, como homenaje a las personas que se atreven a actuar, sentir y pensar de manera diferente, abrazando la diversidad humana y a la vez su propia su singularidad.
Sin embargo, esa fecha podría considerarse como una faceta más del mundo de los convencionalismos sociales, la normalidad y la uniformidad, del que este doctor en psicología siente que no forma parte.
Rufi lleva más de veinticinco años en el ámbito de la psicología y la espiritualidad, los últimos doce de ellos dedicados a la psicoterapia. Estuvo ligado profesionalmente al mundo académico en la facultad de psicología de la Universidad de Barcelona, donde fue docente e investigador.
De hecho, desde su enfoque terapéutico, considera que en ese mundo de lo que la mayoría de la sociedad considera normal y aceptable, están algunas de las raíces de muchos de los desequilibrios psicológicos y del malestar emocional que experimentan los pacientes que acuden a su consulta.
Rufi ayuda e invita, a través de sus publicaciones y de su terapia, a aquellas personas que son peculiares, que se sienten diferentes, a que comprendan mejor su forma de ser, sus pensamientos, emociones y conductas, para poder gestionarse mejor a si mismas, y vivir quiénes son y lo que sea que les toque vivir, con menos culpa y vergüenza.
De esa manera “pueden hallarle más sentido a su vida, conectando y viviéndola desde un yo más auténtico y real, aceptando y normalizando sus rarezas personales”, explica Rufi.
Su libro más reciente, ‘La belleza de la rareza’, está dirigido a aquellas personas que se sienten diferentes por ser demasiado sensibles, inteligentes o lo que sea; que no encajan en lo que la sociedad considera normal, y que sienten vergüenza o culpa por cosas que sienten, piensan, hacen o dejan de hacer o se sienten juzgados por su forma de ser.
“Una persona rara, diferente o que se sale de lo común, es alguien que tiende a pensar, sentir y/o hacer cosas fuera de lo común. Es una persona diferente, compleja, intermitente, creativa, incomprendida, profunda, sensible. Tiene un mundo interior amplio y propio. Es una persona evolutiva”, señala Rufi.
“Según mi experiencia en consulta, alguien psicológicamente raro es sensible e inteligente, y tiende a la introversión, la soledad y la ‘intermitencia’, pero ha sido culpabilizado por no encajar en el molde familiar u oficial. Es alguien esencialmente evolutivo (como pocos) y no replicante (como la mayoría)”, añade.
Personas evolutivas y replicantes
Explica que la persona evolutiva se relaciona con el mundo evolucionándolo en vez de replicándolo, como hacen las personas ‘replicantes’: bien “adaptadas a la cultura oficial y a la vida convencional, que tienden a la conformidad con la norma, la linealidad, la integración, la practicidad, la tradición, lo estándar, la constancia, la moda y la racionalidad no reflexiva”.
El individuo evolutivo “tiende cuestionar y renovar los patrones y conductas psicosociales automáticos. Vive incómodo el molde oficial y la vida estándar. Muestra una tendencia a la excepción, al cuestionamiento, la inadaptación, la intermitencia, el pensamiento circular, lo extravagante, la intensidad emocional”.
Es una persona “más crítica, introspectiva, menos predecible. Es curiosa, emotiva e inquieta, le atraen la novedad y el cambio. Para el evolutivo, lo bueno y lo malo son relativos, dependen de la perspectiva, de los valores y del estado de ánimo. Ambos extremos conviven en una misma persona”.
Explica que “la cultura oficial (la familia, el sistema educativo, los compañeros de clase) estigmatizan a la persona rara, denominándola ‘bicho raro’ “.
“El ‘bicho raro’ vive internamente un sentimiento de fallo, de error, de impertinencia, de incorrección, de inadecuación, de inferioridad, de castigo, de soledad, de culpa, de no merecer” apunta.
“Todos nos hemos sentido así alguna vez, aunque la persona rara se siente así de manera constante. En el fondo, todo el mundo es un poco raro si se lo permite a si mismo. Solo hemos aprendido a esconderlo para encajar mejor”, enfatiza Rufi.
Atreverse a ser uno mismo
Para Rufi, “es sano atreverse a cruzar los límites de los principios oficiales y dejarse y permitirse sentir, no solo la culpa, sino también la rabia, la tristeza, el miedo y la vergüenza, y seguir estirando un poquito el molde oficial hasta sentirnos más cómodos con nuestras acciones y nuestra vida”.
“Es necesario aprender a dejarnos tranquilos con lo que somos y estar cómodos con nuestros propios valores. Debemos atrevernos a mostrarnos más cómo somos y menos cómo se espera que seamos. Con firmeza y suavidad” recalca.
Por ejemplo, frente al “eres demasiado sensible” que nos han dicho alguna vez, podemos plantearnos “vivir la sensibilidad como una ventaja y no como un inconveniente”, señala.
“Si en lugar de tapar lo que sentimos, lo compartimos y aprendemos a defender nuestra sensibilidad cuando es amenazada y a vivirla con dignidad, nos sorprenderá ver cómo la gente se pone de nuestro lado y nos comprende más de lo que esperábamos”, comenta Rufi.
“Si nos dicen que somos demasiado ‘intermitentes’ necesitamos hacernos conscientes y aceptar que nuestro nivel de energía cambia dependiente del entorno y la situación: si nos gusta lo que hacemos, nuestra fuerza y concentración se potencian; si nos aburre, nos sentimos derramados, fatigados”, puntualiza.
“Nuestros estados internos pueden cambiar varias veces a lo largo del día. Podemos sentir el abanico entero de emociones en pocas horas, y debemos permitimos sentirlas. La intermitencia nos permite sobrevivir dentro de una cultura mayoritariamente replicante, predecible y monótona”, señala.
“Lo normal es solo lo frecuente y lo habitual, no lo correcto ni lo equilibrado. La rareza también es abundancia y originalidad. La extravagancia nos libera de las cadenas de la norma que nos rigidiza y asfixia en el teatro social del automatismo y el engaño”, según Rufi.
A aquellas personas que quieran vivir de manera positiva y creativa su rareza, Rufi les recomienda que “en lugar de reprimir, tapar, evitar y fingir su rareza, la vivan sin culpa, como algo natural, automático, no elegido”.
Deben comprender que “precisamente esa rareza es su aportación al colectivo para enriquecerlo” y por esa razón es positivo que “tengan referentes raros, lean libros raros, sigan a gente rara, vayan a psicólogos raros, y se rodeen de personas que sean ejemplo de naturalidad y que no culpabilicen su rareza”.
“Hasta que se demuestre lo contrario, la rareza es nuestro don personal, aunque socialmente pueda ser patologizada”, apunta.
“La rareza es nuestra parte única que hemos venido a compartir con el colectivo para evolucionar juntos. Es nuestro aporte, directamente conectada con nuestro sentido y propósito personales. Pero antes debemos desculpabilizarla para poder confiar en ella” concluye.