Conocidas como ‘uriko’ (las vendedoras), estas jóvenes suben y bajan sin cesar las escaleras entre las gradas, deslizando palabras amables y sonrisas a sus clientes mientras rellenan sus vasos con la ayuda de un tirador de cerveza.
No resulta difícil detectarlas con sus uniformes llamativos, compuestos por una minifalda o un ‘short’.
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Algunas también llevan rodilleras para evitar golpes o rozaduras, porque a menudo deben arrodillarse para poder servir la cerveza y evitar así privar del campo de visión a los aficionados.
A pesar de todo, Honoka Hagiwara, una vendedora de 22 años en el estadio del Tokio Dome, explica a la AFP que le gusta su trabajo, en el que incluso percibe un toque de ‘glamur’.
“Hace poco más de un año que trabajo en esto y me he acostumbrado”, afirma sobre el hecho de tener que portar durante tres horas seguidas una mochila de cerveza que puede alcanzar los 15 kilos.
La joven reconoce que fue “físicamente muy duro” al principio. Pero señala que disfruta contribuyendo a la diversión de los espectadores, y asegura que ese trabajo le da confianza en sí misma.
Vendedora ambulante de cerveza y los 20.000 vasos por partido
La competencia entre esas vendedoras es feroz porque cobran en función de las ventas.
Mariko Matsumoto, una ‘uriko’ de 25 años, confiesa así estar “siempre pensando” en sus cifras de venta. “Prestamos atención a las ventas de las demás y pensamos en las nuestras, tratando de vender más que la víspera”.
El centenar de vendedoras del Tokio Dome sirven unos 20.000 vasos por partido.
Cambian sus barriles diez a doce veces durante su servicio, con una rapidez y una eficacia que no tienen nada que envidiar a las paradas en boxes de la Fórmula 1.
Apenas el tiempo justo para tomar un vaso de agua o de té frío de pie mientras los asistentes llenan de nuevo su ‘mochila’ de cerveza, y la ‘uriko’ regresa en busca de clientes sedientos.
Pocos hombres realizan actualmente esa profesión extenuante, cuando fueron mayoría hasta los años 1990.
En el Tokyo Dome sólo hay vendedoras, pero una portavoz del recinto asegura a la AFP que los organizadores no se oponen a la idea de contratar vendedores masculinos. Simplemente, “hay 100 veces más mujeres que postulan que hombres”.
Vendedora ambulante de cerveza y su realidad laboral
El archipiélago nipón tuvo su propio movimiento #MeToo, si bien con menos vigor que en otros países, y en los últimos años los japoneses han puesto en cuestión muchas tradiciones locales, como que las mujeres lleven tacones en el trabajo en la oficina o el hecho de tener que servir el té a sus colegas masculinos.
Sin embargo, la tradición de las ‘urikos’ apenas provoca debate, no más que las animadoras que realizan saltos sobre el terreno de juego en los descansos de los partidos.
Como su colega Honoka Hagiwara, Mariko Matsumoto cuenta que disfruta interactuando con los aficionados: establece vínculos con algunos habituales, recibiendo incluso regalos de parte de ellos.
Matsumoto considera importante conservar la sonrisa incluso cuando resulte difícil: “A mí me gusta ver partidos de béisbol, y cuando veo a un vendedor sonreír, eso me da ganas de comprar para beber”.
Pero la experiencia en ese trabajo no resulta tan positiva para todas. En 2019, una antigua ‘uriko’ lo calificó como “sórdido” en un portal de blogs en el periódico Asahi.
“No tardé en comprender que no sólo vendía cervezas, me vendía a mí misma”, escribía esa antigua ‘uriko’, que revelaba que los clientes deseaban tomarse una foto con ella y le daban sus tarjetas de visita.