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“En Paraguay según la memoria reciente, fue en 1988, en plena dictadura stronista, en que unas pocas mujeres, principalmente estudiantes universitarias y activistas políticas de la oposición decidimos realizar una marcha relámpago en las calles del microcentro capitalino. De cada cuadra salían mujeres y nos fuimos juntando y cerrando la arteria de la calle Cerro Corá con pancartas referidas a nuestras luchas feministas en nuestras manos temblorosas, nos animamos a desafiar al régimen ya debilitado, pero aún así represivo” recuerda Myrian González Vera, investigadora social y directora del Centro de Documentación y Estudios (CDE).
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Comenta que a partir de ese año, “tratábamos de conmemorar cada 8 de marzo, aún siendo pocas las que nos sumábamos. Eran tiempos en que desde el Estado y ya en transición democrática, se instaló la institucionalización de la perspectiva de género y se empezaban a diseñar políticas públicas que apuntaran a contrarrestar las desigualdades. Desde los grupos feministas la idea de salir a las calles era para alzar nuestras voces contra la violencia basada en género, la discriminación en el ámbito laboral, la bajísima participación política de las mujeres, la necesidad de instalar los derechos sexuales y los derechos reproductivos, el acceso igualitario de las mujeres campesinas, a capacitación técnica y al crédito, al mejoramiento de vida de las mujeres indígenas, entre otras demandas”.
La lucha de las mujeres
“Desde 2017 en que las movilizaciones en todo el mundo se hicieron multitudinarias, las paraguayas también fuimos miles. Marchar fue encontrarnos mujeres de todas las edades, pero lideradas principalmente por jóvenes que abrazan el feminismo como la idea marco para derribar estas discriminaciones y desigualdades”, señala la investigadora social.
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“Desde entonces cada año, las jóvenes y las no tan jóvenes nos encontramos pintando el paisaje del microcentro de Asunción con nuestras consignas coloridas, y mostrando la diversidad de mujeres con situaciones diferenciadas según sea nuestro lugar de origen, acceso a la educación y al empleo, nuestra situación socioeconómica, pero unidas por nuestra lucha contra la discriminación de género” explica Myrian González Vera.
De acuerdo a su pespectiva esto es “producto del aún arraigado machismo y un sistema patriarcal que continúa generando violencia en las casas y en las familias, abusos sexuales en niñas y embarazos forzados; la falta de atención pública a la salud que impide que las mujeres puedan acceder a los servicios, principalmente aquellas que viven fuera de la capital y las áreas urbanas, que la penalización del aborto solo ocasiona la muerte de mujeres empobrecidas y que la violencia política muchas veces aleja a las mujeres de poder disputar en igualdad de condiciones un cargo de poder”.
Vuelven a ocupar las calles
Myrian González Vera manifiesta que este 8 de marzo 2023 vuelven a marchar, “porque queremos que el Estado nos vea y nos escuche, que ponga en práctica los compromisos asumidos, en las leyes y en las convenciones internacionales, que las políticas y las leyes dejen de ser de papel”.
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Además señala que vuelven a marchar “Porque queremos que la igualdad de género sea la consigna en todo quehacer político y social, porque queremos que niñas, niños y adolescentes accedan a una educación igualitaria y una educación integral de la sexualidad para que tengan herramientas y conocimientos que los defiendan de los abusos y la violencia sexual. Porque queremos que el trabajo de cuidado sea de responsabilidad compartida tanto en la familia como con el Estado para que las mujeres tengamos tiempo no solo para cuidar a la familia sino para que podamos ganar autonomía económica, accediendo a empleos de calidad y con beneficios sociales y jubilación que nos permitan en nuestra edad adulta mayor vivir con dignidad”, puntualiza Myrian González Vera, luchadora feminista e investigadora.