A este especialista de 50 años le basta oler una sola vez un perfume importado para reproducirlo y venderlo a precio mucho más accesible
“No tengo una gran tienda, pero tengo más esencias que una gran fábrica en Francia, y tengo esta ‘nariz’, este olfato, que entreno desde que tengo quince años” afirma el hombre, bajo y bigotudo, apodado Abu Nur.
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Su profesión, que ha heredado de tíos maternos, se transmite en la familia desde hace un siglo, y ahora él lo enseña a su propio hijo.
Su minúscula tienda, siempre llena aunque no pueda acoger a más de tres personas a la vez, está situada en el mercado de especias, del que se escapan efluvios de canela y de incienso.
Un perfume similar
Clientes jóvenes y viejos acuden a la tienda, entre ellos Cham al-Falah, de 24 años, que ha venido a pedirle que le componga un perfume similar a una fragancia estadounidense a la que era fiel.
“El perfume para las jóvenes mujeres es algo esencial, es como beber o comer” afirma esta joven licenciada en gestión, muy elegante bajo su velo color crema.
“Antes compraba perfumes extranjeros, pero ahora no me lo puedo permitir, y además los productos extranjeros importados son cada vez más inaccesibles en Siria” explica.
Crisis económica
Aunque Damasco ha salido relativamente indemne de la guerra en Siria desencadenada por la represión de manifestaciones prodemocracia en 2011, la economía de todo el país ha quedado devastada por una década de combates y sanciones internacionales.
En el mercado paralelo, la moneda siria ha sufrido fuertísimas devaluaciones y el salario medio de un empleado apenas equivale a 25 dólares estadounidenses, cuatro veces menos que un perfume importado.
Pero Mohamad al-Masri se vanagloria de poder recrear casi de forma idéntica los perfumes más lujosos, y los vende a menos de 30.000 libras, unos seis dólares.
En la tienda, los clientes se toman su tiempo, prueban las esencias, miran cómo el perfumista las mezcla. Su hijo trae frascos de un depósito vecino.
Fragancias con esencias de jazmín y otras
En una mesa rectangular, Abu Nur ha alineado decenas de frascos: las esencias de jazmín junto a las de rosa de Damasco, y algo más allá las de almizcle. Y ha llenado el muro de la tienda de fotos de los perfumes de grandes marcas mundiales, recortadas de viejas revistas.
Algunos clientes fieles vienen de lejos, como Ahmad Dorra, que ha recorrido 50 kilómetros desde la localidad montañosa de Zabadani para comprar cinco frascos de perfume para su familia.
“No sé nada de perfumes. Pero tengo total confianza en la ‘nariz’ de Abu Nur”, dice este campesino, con la cabeza cubierta con una kufiyya roja, el pañuelo palestino.