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Recientemente resurgió en Inglaterra el tema sobre la posibilidad de utilizar la fuerza para educar a los hijos, ya que el mismo ministro británico de Educación, Nadhim Zahawi, aboga para que los padres conserven el derecho a educar a sus hijos.
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Algunos medios e incluso la comisaria de la Infancia, Raquel de Souza, lo han interpretado literalmente como el derecho a golpearlos si lo consideran necesario.
Y se encendió el debate. Conversamos con dos profesionales de la psicología sobre este tema.
Papá y mamá: La ley y el amor
“Cómo corregir a los hijos es materia histórica; ya la Biblia lo menciona: ‘El que detiene el castigo a su hijo aborrece, mas el que lo ama, desde temprano lo corrige’ (Proverbios 13:24). Por otro lado, a través de las épocas surgen teorías psicológicas y pedagógicas que rechazan los castigos físicos a los niños. Este tema viene de tiempos inmemoriales y siempre será debate para la población en general porque depende en gran parte de la cultura”, inicia la Lic. Gabriela Casco Bachem.
-Tradicionalmente en Paraguay se cree que la educación debe ser física, tal como nosotros la recibimos.
Nuestras experiencias infantiles configuran el modelo de crianza que aplicamos cuando nos convertimos en padres. Pero no todas las experiencias son conscientes. Por lo general, los episodios traumáticos, humillantes y dolorosos quedan reprimidos; y aunque tengamos la intención de educar a nuestros hijos con la crianza respetuosa, paradigma del siglo XX, afloran algunos maltratos, desamparos o insultos que vivimos. Los gritos y castigos físicos pueden aparecer como un fantasma que acecha a nuestro niño herido, y, sin ser conscientes, repetimos lo mismo que hicieron nuestros padres.
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-Muchos adultos recuerdan y justifican con humor aquella crianza a cintarazos.
Esas personas subestiman los cintarazos o zapatillazos, o bien los consideran válidos, banalizando la violencia que padecieron a manos de sus padres; paralelamente consideran que las teorías de crianza respetuosa hacen niños débiles, inútiles o malcriados. Esta banalización del mal no es más que un mecanismo de defensa para negar el maltrato que han atravesado siendo niños. Si no tomamos conciencia de por qué a veces no tenemos paciencia o, lo contrario, somos tan condescendientes con los hijos, nuestros estilos de crianza van a estar contaminados por modelos obsoletos, guiados por la venganza o la culpa; no servirá tratar de ser moderno, flexible y respetuoso, porque caeremos en la trampa de la repetición inconsciente de emociones no resueltas.
-¿Es necesario siendo padres llegar a común acuerdo sobre los correctivos? Muchas veces uno de los dos no aprueba los métodos físicos.
Los padres, estén juntos o no, funcionan como figuras de autoridad y mediación en el niño. Cualquiera de los dos puede operar en el modelo que quiera (o pueda) de acuerdo al carácter, eso se da de forma natural, nadie levanta la mano y dice “yo quiero ser la figura de autoridad” (el malo), ni “yo quiero ser la figura de amor y mediación” (la buena). Cada rol se construye cada día. Normalmente el padre aporta el rol de la ley y la madre, el del amor. Pero en la rutina diaria, esto suele invertirse, ya que las madres operamos como ley organizando tareas, horarios, alimentación de los hijos. Así nos encontramos retando o poniendo límites todo el día (“las malas”). Al contrario, el padre aparece como un ángel salvador que los lleva al cine o a tomar un helado. Si existen demasiadas contradicciones, es importante que ambos se sienten a hablar sobre sus propias infancias y sobre cómo van a restituirse como padres para que sus hijos puedan tener referentes coherentes en sus vidas.
-¿Cómo apoyar el castigo pero a la vez brindar esa contención?
Sea quien sea que ocupe el lugar de autoridad, ésta no debe desautorizarse. Pero toda autoridad en la familia tendría que ser apelable, es decir, uno de los dos puede mediar por el hijo si es necesario, o bien contenerlo para soportar el castigo impuesto. Por ejemplo, un hijo no estudió y fue castigado retirándole el celular. Padre o madre debe apoyar la moción y contener al hijo para que pueda desahogarse respecto a quien le impuso el castigo y mediar su frustración; pero no debe ponerse de aliado y decirle que puede usar el celular si quiere, porque esto lo va a confundir respecto a la ley. El día de mañana no podrá soportar una imposición o castigo de parte de otras figuras de autoridad: profesores, policías, las normas cívicas, etc. Por su parte, el castigo de parte del padre/madre debe ser aleccionador, no meramente punitivo, tampoco excesivo, porque entonces no tendrá sentido, será arbitrario e incluso contraproducente. El castigo debe ser pensado, nunca dado en el momento de la discusión, tomarnos tiempo y establecerlo fuera del enojo.
-¿Cuánto daño realmente puede hacer un coscorrón o palmadita?
No es tanto el impacto físico, sino el acto en sí, enseñarles indirectamente a los niños que el golpe es una opción de restitución del equilibrio luego de un enojo o frustración. El daño es no tomarse el tiempo para encontrar las palabras necesarias para decirles lo que hicieron mal y que lo entiendan. El daño es no enseñarles a poner en palabras lo que sienten. Un padre o madre que recurre al contacto físico violento para “hacerle entender” lo que le está diciendo, es porque le falta comunicación. Golpeando descargamos por rabia o enojo y no para aleccionar o enseñar. Mientras mejor sea la comunicación entre padres e hijos, menores serán las veces que se utilicen métodos agresivos para despertar el interés del hijo por lo que necesitamos decirle. Esta comunicación no depende del nivel intelectual de papá o mamá. Para que los hijos respeten la palabra de los padres y los escuchen necesitan amar y sentirse amados. El respeto se gana. Bastará una mirada, una palabra para que el hijo pueda reflexionar sobre sus errores, para sentir arrepentimiento por la decepción que causó en sus padres u otras figuras de autoridad.
-¿Qué método propone para esos hijos bien rebeldes?
Definitivamente el castigo físico es inaceptable, no puede ser una herramienta disciplinaria. Porque además se convertirá en un círculo vicioso: el hijo volverá a pegar a sus compañeros, luego a sus propios hijos. El niño desobediente, desafiante es aquel que ha perdido el hilo de comunicación con sus padres, con la ley. Es necesario reconectar con palabras sinceras, de corazón. No necesitamos ser súper mamás o papás perfectos, los hijos quieren a sus padres humanos y reales; los hijos que sacan de sus casillas buscan esa lágrima, ese cansancio o hartazgo que evidencie a los adultos como padres sensibles, accesibles. Por tanto, decirles siempre la verdad y que también sufrimos con ellos la situación de desobediencia, pero que vamos a estar para hablar, llorar, expresar frustración, pero no vamos a ceder en el castigo impuesto para que el hijo entienda verdaderamente por qué se le castiga. Los hijos son nuestro reflejo si nacen además de nuestros cuerpos, de nuestras almas. Como padres es interesante que fiscalicemos también nuestra propia madurez, nuestro nivel de compasión frente a los demás, lejos de toda forma de violencia.
El derecho a educar
¿Puede el Estado regular los métodos de los padres para educar a sus hijos? Para la psicóloga Gaby Vergara la ley no se puede meter en la forma privada en que los padres educan a los hijos. “Se corre el riesgo de caer en el extremo de sacar toda autoridad a los padres. Diría yo que las palmadas son un método al que los padres recurrieron por siglos de desconocimiento de otros métodos más efectivos de comprensión y manejo de la conducta infantil. Los psicólogos sabemos que las palmadas no son necesarias, o bien que son un último recurso en casos extremos. No puede ser una herramienta disciplinaria del día a día, no es necesario ni conveniente. No obstante, el derecho de los padres no puede estar subordinado al estado o leyes.
-Son leyes pensadas políticamente
Hay una tendencia global a despojar cada vez más a los padres de autoridad sobre los hijos. No es casual, proviene de organismos internacionales. Las razones apelan a la no violencia y parecen loables, pero la verdad es que cada vez se va dejando menos espacio a los matrimonios para decidir bajo qué valores, principios y métodos educar a sus hijos. Es un atropello a las libertades individuales que da pie a un adoctrinamiento masivo por parte del estado a los niños, y a penalizar y criminalizar a los padres. La pregunta es: ¿es mejor que los niños sean educados cada uno por sus familias con sus fallos y virtudes o queremos que se eduquen de manera uniforme por el estado o la escuela restando autoridad a los padres? Es un problema social y político complejo que requiere acciones organizadas de parte de la ciudadanía.
-En sociedades cada vez más violentas, la familia tampoco es un oasis de paz
Hay hijos diciendo a su padre o madre “te voy a denunciar”, estas leyes se volverán cada vez más comunes. Así, ¿cómo podemos enseñar, corregir si realmente se penaliza la forma de educar de los padres? En primer lugar, educar a control remoto debido a la ausencia de los padres por cuestiones de trabajo es muy difícil. La disciplina, el respeto y la autoridad se ganan con firmeza y demostrando que se tiene las riendas de la situación, aunque sea en las pocas horas que se está en la casa. Los arranques emocionales de los padres y golpear a los hijos por ello hace que en el fondo los hijos pierdan el respeto hacia los padres y desarrollen malas conductas, se fomenta la baja tolerancia a la frustración, problemas emocionales, etc. También hay mucho trastorno de déficit de atención, hiperactividad. En las horas que se está con los hijos hay que lograr la mayor paz posible, para ello los padres deben estar emocionalmente equilibrados y contar con herramientas adecuadas.
-Fundamentalmente para lograr obediencia, ¿qué debemos saber de cada etapa del niño?
Es prácticamente imposible que un niño, a cualquier edad, sea totalmente obediente, no obstante, existen maneras de minimizar la rebeldía y facilitar la convivencia. Desde pequeño se los debe adaptar a una rutina fija y ordenada, con horarios organizados, para que entiendan que son los adultos los que toman las decisiones. Habrá rebeldías y desobediencias, pero habrá en menor grado que en un hogar donde cada uno hace lo que quiere cuando quiere. Los niños necesitan límites desesperadamente. Los límites aumentan la tolerancia a la frustración y generan respeto; cuando este se genera, van a ser necesarios menos castigos.
-¿Cuáles son los castigos correctores que se pueden aplicar con efectividad y respeto?
Hay muchos medios para educar a los hijos, si conocemos los principios de la conducta. Es muy importante reforzar positivamente, es decir premiar las buenas conductas, aunque sea verbalmente. Para las malas conductas, por ejemplo, los berrinches, antes de castigar se debe probar ignorando. Si el niño hace un berrinche en el supermercado para conseguir algo, hacer como si esto no estuviera ocurriendo. Por supuesto, es molesto y muchos no quieren que otros padres los miren mal, pero luego de unas cuántas veces, el niño entenderá que su berrinche no funciona y verá autocontrol en sus padres, lo cual produce respeto. Si el berrinche funciona para el niño, es más probable que lo vuelva a repetir. En estos momentos, no se debe decir ni una palabra al niño, no discutir, ni intentar dar razones. Simplemente ignorar. El castigo debe ser la última opción, y entre ellos, el físico también la última. Hay muchas formas de castigar: suspender celular, salidas, juegos son las más comunes hoy día, de acuerdo a la gravedad de “la infracción”.
-¿El niño que ha crecido a palmadas, tiradas de brazos, retos, etc., repetirá el patrón?
Tiene posibilidades y lo hará si no conoce otra forma de educar.