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Detrás de este aparente caos existe un método. La “Silk Farm” (granja de seda) urbana de la australiana Sampson-Kelly en Mount Kembla, a unas dos horas en coche al sur de Sídney, se diseñó según los principios de la “permacultura”. Se trata de un concepto australiano que permite a quien así lo desee diseñar su jardín y su modo de vida según principios sostenibles y éticos.
Esta mujer de 55 años, madre de dos hijos, mira con orgullo la exuberante flora que la rodea. En la actualidad, en la finca de 1.600 metros cuadrados crecen unas 200 especies vegetales, entre ellas plátanos, guayabas, mangos, taros, batatas y diversas hierbas. La familia es casi completamente autosuficiente.
Uno de los objetivos de la permacultura es alimentar a la propia familia directamente del huerto. “Para algunos, la permacultura es una alternativa ‘guay’ de jardinería orgánica”, explica el australiano David Holmgren, que fundó este movimiento hace más de 40 años, en entrevista con dpa. “Es un sistema de diseño para un uso de la tierra y un estilo de vida sostenibles y resilientes”.
Junto con el biólogo Bill Mollison, el ecologista y diseñador medioambiental Holmgren publicó en 1978 el libro “Permaculture One”, término formado por las palabras “permanent” y “agriculture”. Los doce principios que se explican en el manual incluyen ideas prácticas para evitar los residuos y utilizar energías renovables, así como lemas como “buscar soluciones lentas y pequeñas”. El objetivo final es desarrollar una agricultura que permita la supervivencia en armonía con la naturaleza.
La permacultura se utiliza ahora de diversas maneras, y tanto en zonas densamente pobladas como en zonas rurales, afirma Holmgren: “Desde entornos pudientes y socialmente acomodados hasta los más pobres del planeta”. Los principios, prosigue, son universales. Según el contexto y la ubicación -ya sea en el norte tropical de Australia o en el centro templado de Europa- el diseño varía.
Pese a lo salvaje que parece la granja de Kelly en Mount Kembla, en ella todo está diseñado con precisión. Las plantas que necesitan mucha agua se abastecen con aguas residuales recicladas, el alto dosel de árboles proporciona sombra, las plantas espinosas que rodean la propiedad mantienen alejados a los animales no deseados.
“Observación es la clave”, asevera Sampson-Kelly. “Una parcela de permacultura da menos trabajo que un jardín de césped. Pero se necesitan más conocimientos, hay que observar y tomar decisiones”, añade.
En los años 80, el arquitecto y diseñador de permacultura irlandés Declan Kennedy llevó el concepto a Alemania. Hoy en día, se enseña incluso en las universidades. “La permacultura funciona en todo el mundo en cuanto a la idea básica”, señala Christopher Henrichs, presidente de la Asociación de Permacultura de la región alemana del Bajo Rin. “Para mí, es una caja de herramientas apasionante para dar forma al futuro”, puntualiza.
El interés por la permacultura aumenta constantemente en todo el mundo. Esto se debe a que el miedo a la escasez de alimentos y el deseo de ser autosuficiente en caso de emergencia han crecido como consecuencia de la guerra en Ucrania, la pandemia de coronavirus y la crisis climática.
“En la práctica, la permacultura significa centrarse en una mayor autosuficiencia y resiliencia; en el lenguaje del cambio climático, esto se llama ‘adaptación’”, explica Holmgren. “Así se reducen automáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, aun cuando esta no haya sido la motivación real”, agrega.
¿Puede la permacultura ser una solución en la lucha contra el cambio climático, o las ideas de Australia solo sirven para el jardín propio? “Para nosotros, el tema central es ver si el principio funciona también a gran escala y comercialmente, y si puede contribuir al cambio que se necesita urgentemente”, señala Henrichs. Con la labor educativa, la asociación quiere acabar con el nicho de la permacultura en Alemania y difundir más sus ideas.
La permacultura apenas ha llegado al ámbito político, pero sí a los ciudadanos, afirma Florian Wichern, profesor de Agricultura Sostenible en la Universidad de Ciencias Aplicadas en el estado de Renania del Norte-Westfalia. “Entre muchas personas existe el deseo y la motivación de promover un mundo mejor. Y la certeza de que las diferentes crisis ecológicas deben conducir también a un cambio de conducta”, explica el académico.
Para el pionero australiano de la permacultura, Holmgren, sus principios tienen el potencial de contribuir a un replanteamiento global: “Hay gente que llama a la permacultura una ‘revolución disfrazada de jardinería’”. Sin embargo, está por verse si esta puede realmente provocar un cambio global.
Mientras tanto, cualquiera puede iniciar el cambio con pequeñas medidas: “La primera pregunta es: ¿Cómo podemos utilizar la energía y los nutrientes que normalmente se desechan?”, explica Sampson-Kelly, que también ofrece talleres de permacultura en su granja.
Un ejemplo, prosigue, son los restos de comida en la cocina. “Se trata de una fuente de nutrientes que se puede utilizar fácilmente para una granja de lombrices”. Las lombrices convierten los restos de comida en abono para el jardín, con lo que cual se cierra el círculo.