Versos, melodías y “Recuerdos de Ypacaraí”

La escritora argentina Zulema de Mirkin, coautora de la emblemática “Recuerdos de Ypacaraí”, falleció el pasado sábado, con 89 años.

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Con música de Demetrio Ortiz, la obra se universalizó en la voz de intérpretes como Paraná, Los Panchos y Caetano Veloso.

Corría el año 1950. Un encuentro casi casual con el paraguayo Demetrio Ortiz –el músico residía en Buenos Aires, ciudad donde falleció en 1975– bastó para que la escritora Zulema de Mirkin se animara a ponerle letra a la encantadora guarania.

La anécdota del encuentro es particular. Su marido, Jorge Mirkin, debía reunirse con el músico paraguayo. Ella, poetisa y escritora, quería acompañarlo; pero él prefería ir solo. Con una insistencia inexplicable que se podría relacionar a la idea de “destino”, finalmente logró convencerlo, y fueron al encuentro.

Con letras y canciones en una libretita gris en su cartera, la impaciente autora pispaba entre obras de folclore a las cuales ponerle música. En un momento, Demetrio Ortiz se sienta a su lado y entablan conversación. “(Ortiz) se sentó al lado mío, con su guitarra, y me preguntó ‘¿Qué hace usted?’, y le digo: ‘Yo escribo’. ‘¿Ah, sí? ¿Y cómo escribe usted?’”, narra la escritora en un documental producido en 2011.

En ese momento abrió su cartera, y le mostró algunas letras. El músico paraguayo quedó encantado: pautaron un encuentro al día siguiente, y se vieron en un café sobre la Avenida de Mayo, lugar donde por entonces solía frecuentar la comunidad paraguaya en Buenos Aires.

La escritora no conocía el Lago (¿azul?) de Ypacaraí; no había pisado siquiera tierra paraguaya, hasta principios de los ’90, cuando la canción ya era muy popular. Pero los acordes del maestro bastaron para que la magia poética brote. “Cuando Demetrio tocó en la guitarra ‘Recuerdos de Ypacaraí’, que yo no sabía lo que era, yo me quedé deslumbrada, impresionada; y yo vi en mi cabeza un paisaje”.

Mario Rubén Álvarez, en su libro “Las voces de la Memoria” (2004), acota que el músico le relató minuciosamente una escena que había vivido con una bella mujer y le describió el lugar. Entonces la canción dejaba de ser instrumental, para integrar el repertorio más universal de la música paraguaya.

En una noche del año 1948, Demetrio Ortiz reposaba en la habitación de un hotel de Córdoba, Argentina, ciudad donde lo contrataron para una actuación como integrante del conjunto de Félix Pérez Cardozo.

La soledad del hotel y fuertes dolores estomacales lo obligaron a cobijarse en sus recuerdos. En ese momento recuerda un encuentro que nunca logró olvidar: Ortiz estaba en la ciudad de San Bernardino para una serie de presentaciones en un club local. En un atardecer –tibio, quizás– se le cruza una joven frente al lugar donde él estaba. Su belleza lo obligó a seguirla saber dónde vivía. Ella respondió con una sonrisa, y entró a su casa. Él, sin embargo, se detuvo enfrente. Al rato, ella volvió a salir, conversaron y caminaron varias cuadras.

Durante la charla, el músico descubrió que la bella mujer fue a verlo en la actuación que diera en la noche anterior. “Ella también amaba la música y el canto y allí nomás me lo demostró cuando se puso a entonar, con una dulce voz, viejas y típicas canciones en guaraní”, escribió Demetrio Ortiz en su libro de memorias “Una guitarra, un hombre” (1986).

Casi un “amor a primera vista”, el músico reconoció que quedó flechado. Tras despedirse acordaron un reencuentro, esta vez en Asunción. Sin embargo, la revolución de 1947 –poco después del encuentro– cambió el final de la historia… y no volvieron a verse.

El amor no logrado no pudo borrarse de la mente del músico, que tuvo que trasladarse a la capital argentina, como miles de compatriotas, durante la infausta y sangrienta guerra civil de 1947.

Pero aquel idílico encuentro quedó inmortalizado en aquella noche de soledad que el músico vivía en un hotel cordobés. “Esa noche, recordando todo eso, pulsé mi guitarra pensando en aquella muchacha que se había quedado allá tan lejos y a la que quién sabe qué destino le había tocado transitar”, confesó Ortiz, sobre la música de “Recuerdos de Ypacaraí”.

Los recuerdos, entonces, sirvieron de nuevo para que –dos años después– Zulema de Mirkin le ponga poesía a la composición.

“Yo le di la voz, aunque no lo sabía. Esas cosas pasan con los artistas. Los artistas no crean solo con su conciencia, crean con la conciencia colectiva”, afirmó la escritora en un documental.

En tal ocasión también recordó que al principio nadie quería grabar la composición. “Demetrio hizo mucho por la obra. Nadie la quería cantar hasta que en una reunión que celebraban los paraguayos en el teatro Politeama, Alberto del Paraná la cantó, y al cantarla él tuvo un éxito extraordinario, porque acá había muchos paraguayos que añoraban su país y no podían ir. Muchos eran inteligentes y revolucionarios, y no podían ni volver. Y al ver que alguien de acá recordaba a su patria se quedaban encantados y maravillados”.

Ortiz, por su parte, había señalado al Diario La Tribuna que fue Rafael Ramos quien la interpretó primero en una obra representada por Ernesto Báez. Demetrio Ortiz fue a la función y, al descubrir el éxito de la canción, no pudo contener su emoción.

En 1962 la creación se populariza, en la voz de Luis Alberto del Paraná y su Trío Los Paraguayos, cuando el director Armando Bo decide incluirla en la banda de sonido de “La Burrerita de Ypacaraí” (1962), protagonizada por Isabel Sarli.

Desde allí, fueron muchos e innumerables los intérpretes –varios de ellos con prestigio y reconocimiento internacional– que decidieron incluirla en su repertorio. Desde Trío Los Panchos, Marcos de Brix, Caetano Veloso, y Julio Iglesias, hasta Mona Bell, Neil Sedaka, Berta Rojas y Paquito D'Rivera.

“Recuerdos de Ypacaraí” no fue la única obra compuesta por Demetrio Ortiz, en coautoría. Entre sus clásicos, Ortiz compuso “Mis noches sin ti”, con letra de María Teresa Márquez, “Qué será de ti”, también con versos de Mirkin; “Yo te quiero mucho”, con Antonio Ortiz Mayans; “Techaga’u” o ”Añoro”, “Te extraño”, en castellano, con letras de Elsa de Morales y ”Tus lágrimas”, con versos de Ben Molar.

Ortiz falleció en Buenos Aires, el 18 de agosto de 1975.

Zulema Zulema de Mirkin, nacida en Buenos Aires, se radicó en California, Estados Unidos, en 1963. Su poesía se dio a conocer por distintas publicaciones tanto en los Estados Unidos como en Latinoamérica.

Entre sus obras, se publicaron “Proyecto Secreto” (poesía de ciencia ficción, 1994); “Una grieta en el espacio invisible” (poesía de ciencia ficción, 1993); “Raúl González Tuñón, cronista, rebelde y mago” (ensayo), con el que obtuvo la faja de honor de la SADE; “Antología de la Poesía Femenina Argentina” y “Teatro Argentino durante el Proceso”, entre otros.

La poetisa y escritora falleció el sábado 2 de junio de 2012, a la edad de 89 años.

La dulce guarania de Ortiz, con los versos de Mirkin, está instalada en el ADN de la música paraguaya en el mundo.

El 30 de abril pasado el comediante Roberto Gómez Bolaños –popularizado por sus creaciones como “El Chavo del 8”– dijo a su público: “A Paraguay voy a decirles que una de mis canciones favoritas de todo el mundo es paraguaya”, momento en que empezó a cantar la canción, acompañado después por Florinda Meza, la eterna “Doña Florinda”, su esposa. “¡Ay, qué canción tan hermosa”, acotó, mientras repetía: “Es una de mis canciones favoritas de todo el mundo”.

A su vez, la multipremiada y reconocida cantante brasileña Ivete Sangalo sorprendió a los paraguayos en su primer concierto en el país cuando incluyó en su repertorio, y entre lágrimas, la bella guarania. “Me la cantaba mi madre”, recordó, mirando al cielo, como invocando a su querida madre.

Son varios los artistas que decidieron incluirla en su repertorio en un concierto en Paraguay: desde el argentino Coti Sorokin hasta el brasileño Michel Teló.

Incluso Homero Simpson, sí, el mismísimo Homero –en la voz de Humberto Velez, actor de doblaje del personaje en su versión hispanoamericana– no dudó en brindar su versión en el evento de manga y anime “AnimetalPY”, realizado en abril pasado.

Una canción, sin dudas, escrita en las mismas hojas de la inmortalidad.

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