“Whiplash”: tempo perfecto

Un par de actuaciones monumentales dan vida a una fascinante y épica batalla de voluntades y jazz que explora las ansias de grandeza no como algo bueno o malo, sino como las dos cosas y ninguna.

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Hay tantas cosas que el director y guionista Damien Chazelle hace bien en Whiplash que hablar de todas sería imposible sin hacer que este texto sea mucho más largo que lo recomendable. Es un filme que absolutamente merece ser reconocido como uno de los mejores de su año, con un guión que es una maravilla de la caracterización potenciada por gigantescas actuaciones, una dirección energética y creativa, música excelente... Se anota todos los puntos indispensables.

Pero al mismo tiempo es mucho, mucho más.

Whiplash es la historia de Andrew Neiman (Miles Teller), un joven estudiante de música, específicamente un baterista, que llama la atención de un respetado conductor de jazz, Terence Fletcher (J.K. Simmons), quien lo recluta para la banda de orquesta que dirige en un respetado conservatorio de Nueva York.

Andrew quiere ser uno de los grandes, duerme con un póster de Buddy Rich en su pared y tiene a Charlie Parker como uno de sus más grandes ídolos, el ideal al que aspira; quiere ser recordado. Coincidentemente, Fletcher también está buscando al próximo “grande”, pero Andrew pronto descubre que Fletcher es la versión musical – y mucho más intensa – del sargento Hartman de Full Metal Jacket: busca a los mejores, y se asegura de llevarlos hasta sus límites físicos, mentales y emocionales con tal de asegurarse de que realmente son los mejores.

En argumento la historia es bastante sencilla, una versión retorcida de la repetida historia en la que un joven prodigio de algo – deportes, música, artes marciales – se cruza con un sabio maestro que lo ayuda a superar sus límites, sólo que en este caso en vez de sabiduría y aliento lo hace con tortura psicológica, insultos y bofetadas.

Al mantener las cosas relativamente sencillas, el director y guionista se permite centrar sus esfuerzos en el guión casi totalmente en los personajes, haciendo un trabajo sutil pero brillante en darles personalidad y dimensión. Flecther es el personaje más vistoso del filme, y es innegablemente fascinante en su lógica moralmente ambigua; el tipo va a extremos horribles, pero cuando explica por qué lo hace no solo se muestra totalmente convencido de que hace lo correcto, sino que para cuando los créditos llegan resulta difícil negar que sus inmensamente duros métodos carecen de mérito. Ahora, ¿valen la pena? Como sea, Fletcher es el tipo de “villano” más fascinante, el que está convencido de que hace el bien.

Fletcher es fascinante y magnético cuando está en pantalla, una figura que inspira respeto y terror, capaz de convertir una amena charla de sus discípulos en un silencio sepulcral con el mero acto de entrar a la habitación; pero es con el personaje de Andrew que Chazelle brilla. Su historia podía haber sido la de cualquier protagonista genérico de este tipo de películas, hambriento de grandeza solo porque sí, llevándose a sudar, llorar y sangrar sólo porque es el protagonista de una historia como esta. Sin embargo, con una escena que ni siquiera parece demasiado importante y que está antes de la mitad del filme Chazelle nos dice todo lo que se necesita saber del personaje.

Es una discusión de Andrew con su familia, en la que el joven afirma que preferiría morir joven, pobre y sin amigos pero que a lo largo de los años se hable de él, como ellos mismos están hablando de Charlie Parker, quien murió a los 34 años. “Nadie aquí era amigo de Charlie Parker”, dice para probar su punto. Con esas líneas de diálogo, todo lo que viene a continuación tiene razón de ser en vez de simplemente ocurrir para seguir las convenciones de un género.

Este duelo entre voluntades que irónicamente tienen bastante en común desemboca en un final que es simplemente perfecto, al mismo tiempo que intrigantemente ambiguo, ya que no queda claro quién de los dos ganó, y cualquier interpretación es fundamentalmente correcta: puede decirse con total validez que Neiman ganó, que Fletcher ganó o que ambos ganaron o perdieron.

La dirección de Chazelle en general es excelente, y particularmente durante las escenas de música, en las que mueve la cámara ágilmente entre los músicos e instrumentos, intercalando esto con angustiantes acercamientos a un Andrew sudado y ocasionalmente ensangrentado luchando en la batería, intimidantes tomas de la mirada de hierro de Fletcher y tomas casi fetichistas de los bombos y platillos salpicados de, literalmente, sudor y sangre.

Whiplash es una de las mejores películas de 2014 y absolutamente merece ser vista en la pantalla grande. Aprovechen la oportunidad.

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WHIPLASH

Dirigida por Damien Chazelle

Escrita por Damien Chazelle

Producida por Jason Blum, Helen Estabrook, David Lancaster y Michel Litvak

Edición por Tom Cross

Dirección de fotografía por Sharone Meir

Banda sonora compuesta por Justin Hurwitz

Elenco: Miles Teller, J.K. Simmons, Paul Reiser, Melissa Benoist, Nate Lang, Austin Stowell y Chris Mulkey

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