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Aprovechar la estructura de una sala a la que no le vendría mal reacondicionarse, especialmente en lo acústico, es bastante efectivo para el inicio.
Cuando termina la obra, le pregunto a Martín Pizzichini (quien la escribió junto a Jazmín Mello), porqué se llama así y en realidad, algo del planteamiento estético cobra sentido.
Uropsilus conjuga guiños al absurdo, un texto que evoca la narrativa en tablas de Roa Bastos, equilibrada en su justa medida con monólogos a lo Stanislavski, más un arriesgado trabajo de desplazamiento escenográfico que involucra todo el tiempo a los actores y que la directora, Ana Mello, supo encauzar.
El recurso de un andamio en construcción supone que la proyección de los intérpretes debe ser mayor a la del aire acondicionado incluso y al principio de la propuesta, no se logró.
La organicidad de Fabio Chamorro aporta sencillez, comicidad, relajo, displicencia, frustración, en fin, consigue que su papel sea creíble hasta en los gestos audibles.
Carlitos Ledezma llega con timidez y de inmediato se reconoce que es una característica del rol. El nerviosismo que plantea con sus dudas existenciales, se desdibuja con la de sus monólogos, algunos más claros que otros y teniendo en cuenta que es el personaje con más cortes interpretativos desde la intención actoral, la voz y sus cambios, de seguro afianzará el papel durante las demás funciones.
Jazmín Mello ingresa a escena aportando equilibrio y una triangulación narrativa solventes.
La suma de cada situación, dentro de la única situación que los convoca, promueve los silogismos dialécticos: uno puede cambiar de opinión en cada vuelta de guión.
La pieza está muy marcada por la denuncia social: “Nosotros los de abajo tenemos necesidades básicas” (parafraseando el texto). “Luego de éste néctar de autoayuda…”.
Frases de similar tenor se fusionan todo el tiempo con exposiciones duras y sensibles de una realidad visible hasta con el olfato y sin duda pone sal, azúcar y muchos condimentos a la herida abierta con nombre y apellido: desidia y desinterés.
La planta de luces genera sinestesias con todos los objetos en escena y en ese sentido, Pizzichini también lo logró.
La música incidental que el argentino Fernando Sánchez compuso para el inicio y el final, desenlaza ese tono semiamargo que rodea a Uropsilus.
Ana Mello logra traspolar cosmologías acertivas en cada personaje, exponiendo en los actores no sólo su destreza interpretativa, sino también física.
Las funciones de la obra prosiguen hasta el 17 de marzo. Los jueves a las 20:30 y los sábados a las 21:00, pudiendo adquirirse las entradas en la Manzana de la Ribera (Ayolas entre Benjamín Constant y Paraguayo Independiente).
El calibre de Uropsilus potencia un aspecto importante en las propuestas teatrales: la dramaturgia creativa.
Ahí está el sitio donde debemos escavar y de donde debe fluir una visión alternativa para el teatro que concebimos, ya sea como expectador, guionista, director, actor, técnico y otros, puesto que finalmente, la originalidad es la que aplaude.