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“La Iglesia me había autorizado a romper el sexto mandamiento en el nombre del patriotismo. '¿Benditos los que hacen la paz?' ¡No! (…) La maldad y la fealdad triunfaban sobre la bondad y la belleza, la piedad y la compasión eran consideradas debilidades mientras que la falta de piedad y la crueldad se consideraban nobles (…). Mientras más asesinatos cometías, más grande el héroe en que te convertías. Eso era lo que hacía que tu oficial superior te diera una palmada en la espalda y te dijera '¡Espléndido, muchacho! ¡Gran puntería!' cuando tu artillería destruía en minutos lo que artesanos habían empleado sus vidas enteras en crear.”
Esas palabras fueron escritas por Ronald Skirth, quien en su juventud vivió desde Passendale los horrores de la Primera Guerra Mundial, y no pude evitar recordar esas palabras mientras veía la explorada, de forma quizá demasiado superficial pero aún así impactante, la historia real de otro joven idealista que en la siguiente Guerra Mundial vio esos ideales testeados ante el horror que el hombre es capaz de infligir sobre su par.
Diez años pasaron desde que Mel Gibson dirigiera por última vez, habiendo lanzado en 2006 la históricamente confusa pero atrapante Apocalypto. Luego de un tiempo confinado al limbo de Hollywood por su problemática conducta personal – incluso como actor sus apariciones habían sido escasas -, Gibson vuelve a sentarse en la silla del director. Y lo hace con la historia de un personaje que encaja bien con los héroes de su filmografía.
Y es que como el relato de William Wallace en Corazón Valiente o la interpretación de la muerte de Jesús en La Pasión de Cristo, Hasta el último hombre es la historia de una persona condenada a sufrir por su fé y sus ideas, y su férrea determinación a no traicionarse a sí mismo.
Antes de continuar, un paréntesis: por la forma en que el filme está estructurado, hablar de él en detalle requiere inevitablemente incurrir en cierto grado de spoilers, así que la recomendación es que uno haya visto el filme - o al menos leído la historia real en la que se basa - antes de seguir leyendo.
El filme cuenta la historia de Desmond Doss (Andrew Garfield), un objetor de conciencia que decide enlistarse en el Ejército de Estados Unidos para ir a la Segunda Guerra Mundial, pero se niega a usar armas, lo que le valió el abuso de sus pares, acusaciones de cobardía e incluso la posibilidad de prisión por insubordinación hasta que eventualmente le permiten servir en combate como médico sin portar armas.
Gibson nos lleva por el preámbulo de la vida militar de Doss de forma efectiva pero rutinaria, dejando en manos de Garfield y el encanto ingenuo y campestre que le infunde a Doss llevar el filme mientras lo vemos enamorarse y casarse con una enfermera. Estas escenas y las que Doss comparte con su padre, un veterano de la Primera Guerra Mundial – interpretado por el gran Hugo Weaving – cumplen, pero es palpable lo mucho que Gibson quiere sacarlas del camino para comenzar con el martirio de Doss.
Esta parte intermedia de la película es la porción que realmente le pertenece totalmente a Doss, mientras lo vemos ser presionado por sus superiores – incluyendo a su sargento, interpretado por alguna razón por Vince Vaughn – y sus compañeros. De nuevo, Gibson dirige esta porción del filme con firmeza pero sin inspiración, explorando los ideales de Doss y la reacción de las personas a su alrededor – sus compañeros de armas, sus superiores, su prometida, su padre -solo de forma superficial. Estas escenas cumplen su función, pero personalmente no sentí que conocía mejor a Doss para cuando sus problemas con el alto mando se resuelven.
Pero entonces Doss es enviado a Okinawa, y Gibson despierta. El preámbulo a la primera batalla es un excelente momento de suspenso e imágenes casi surreales, en el que Gibson pinta un panorama que, apropiadamente con los elementos espirituales del filme, pinta la cima del risco que japoneses y estadounidenses se disputan como lo que uno podría imaginar es el Infierno bíblico, un páramo apocalíptico de roca, niebla, fuego y cuerpos humanos horriblemente mutilados que el director se asegura de mostrarnos en repugnante detalle.
Doss se pierde un poco, por momentos, entre todas las explosiones, disparos, granadas y lanzallamas, pero Gibson filma la acción coherentemente, fascinado por la violencia; a estas alturas creo que podemos aceptar que en lo que a cine de guerra se refiere nada va a igualar la estremecedora batalla del principio de Rescatando al Soldado Ryan, pero aunque Gibson no es ningún Spielberg, en un cineasta extremadamente sólido, y sabe cómo vender la desesperación de la batalla.
Tan efectivo es que ni siquiera se siente como un gran problema el hecho de que el filme trata a los japoneses como una horda anónima de “otros” casi inhumanos a los que masacrar, una tendencia desafortunadamente común del cine bélico estadounidense que en años recientes filmes más inteligentes comenzaron a revertir de a poco. De hecho, ese cliché tiene cierto grado de sentido en el contexto del filme, ya que jamás abandona la perspectiva de los norteamericanos... hasta la escena de combate final, que está tan absurdamente fuera de lugar que casi arruina; no acaba de deshacer el buen trabajo en general que los momentos previos hacen, pero ver a una película perder tantos puntos de coeficiente intelectual de forma tan repentina es algo que no se ve todos los días.
Independientemente de lo que uno piense de Mel Gibson como persona, el hombre tiene talento delante y detrás de la cámara, y su regreso a la dirección es, apropiadamente para un artista con talento innegable y un pasado ineludiblemente problemático, una paradoja: un tributo a un hombre de paz que se presenta como un baño de sangre.
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HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE (Hacksaw Ridge)
Dirigida por Mel Gibson
Escrita por Robert Schenkkan y Andrew Knight
Producida por Terry Benedict, Paul Currie, Bruce Davie, William D. Johnson, Bill Mechanic, Brian Oliver y David Permut
Edición por John Gilbert
Dirección de fotografía por Simon Duggan
Banda sonora compuesta por Rupert Gregson-Williams
Elenco: Andrew Garfield, Vince Vaughn, Sam Worthington, Teresa Palmer, Hugo Weaving, Luke Bracey, Ryan Corr, Rachel Griffiths, Richard Roxburgh, Luke Pegler y Richard Pyros